Tiempos convulsos

Una de las condiciones vitales más angustiosas para el ser humano es la incertidumbre. Las personas precisan de creencias, de horizontes, de cimientos vitales, de saber a ciencia cierta dónde estamos y a dónde vamos. La inseguridad, lo mismo en el campo jurídico que en el humano es la mejor receta para el desasosiego y la consiguiente paralización de proyectos y planes. En el terreno político, las encuestas son un invento para dar la mayor dosis posible de certidumbre, ya sea para bien de unos o mal de otros, y en definitiva para que los ciudadanos sepan lo que se avecina. Luego viene la realidad que en muchas ocasiones deja en mal lugar a los encuestadores; pero al fin y al cabo es la hora de la verdad, de los números, de la medición de ganadores y perdedores.

Hasta las recientes elecciones autonómicas y municipales, las cosas eran bastante previsibles en mor del bipartidismo. Ahora, en 2015 todo es nuevo y en cierto modo impredecible porque los mismos mensajes de buena parte de los que se han aupado al poder son genéricos, difusos y llenos de conceptos que tienen o pueden tener significados dispares. Así, el gobernar con cercanía al pueblo, con audiencia al ciudadano, ayudando a los necesitados, abriendo las puertas de las instituciones, con transparencia, en contra de los poderes económicos imperantes, y un largo etc, puede ser mucho o puede ser nada. De ahí que haya que esperar a los hechos, a la realización del programa de Gobierno. Y hoy por hoy lo que impera es la incertidumbre: el ver y esperar. Pero en general, ya se puede concluir –que además de la lucha contra el cáncer de la corrupción, que esperemos acabe con éxito– lo que va a preocupar a los nuevos gobernantes en estos «tiempos nuevos» es lo social más que lo económico. Nada se puede objetar a tal propósito, como es evidente, pero es importante recordar que no todo lo socialmente deseable es económicamente posible. Lo dije en 1980 y tiene ahora plena virtualidad. Hay que lograr un equilibrio fecundo entre la eficiencia social y la eficiencia económica. Es fundamental, pues tan alejado debe estar de lo que suponga injusticia social como de lo que suponga pobreza económica y hoy, la globalización y la complejidad de los mecanismos institucionales de la Unión Europea exigen una preparación y unos conocimientos de los políticos que superan con mucho a los «buenismos» y «voluntarismos». Ahí tenemos el ejemplo griego en lo negativo y el nuestro, junto a Portugal e Irlanda, en lo positivo. Robin Hood fue un personaje admirable en sus intenciones pero de duración corta en sus efectos prácticos.

Una política eficaz es la que tiene en cuenta que en la vida económico social rige la teoría de los vasos comunicantes. Hay que conjugar los intereses generales con los empresariales y laborales. Si la política se dirige de modo unidireccional a la protección de los trabajadores, los empresarios, en un régimen de economía de mercado, tendrán serias objeciones cara a las inversiones productivas. Por el contrario si la política gubernamental pone el acento de modo también unidireccional en los intereses de los empresarios, la paz social y desde luego la justicia social sufrirán serios reveses. La primera opción produce huelga de «capitales» y la segunda de «trabajo».

Y los Gobiernos, como garantes imparciales y eficaces del bien común, deberán arbitrar y moderar los intereses de unos y de otros para lograr una convivencia ordenada y libre, con horizontes de mejora. En unos tiempos como los actuales de gran zozobra laboral debe lucharse por la mejora de todos y no por la extensión del empobrecimiento. Es claramente mejor socializar el bienestar que la pobreza. Y a veces da la impresión, visto lo visto, de que muchos horizontes están teñidos de un afán justiciero más que de un empeño de superación. Hay que cambiar muchas cosas sin duda alguna, pero no podemos aniquilar el afán de superación, el premio al esfuerzo, y por tanto la licitud de la diferenciación social y económica, cuando se basa en el trabajo y la inteligencia. Ya está para evitar abusos, la política tributaria. Los igualitarismos extremos llevan al borreguismo y éste a la aparición de pastores mesiánicos. La historia pasada y reciente lo refrenda de modo contundente.

Dicho todo lo anterior no se puede marginar a la hora de reflexionar sobre los tiempos que vivimos, el gran problema que nos acecha: la integridad territorial. Hay tres artículos en la Constitución que son la clave de la cuestión: el 2, cuando dice que la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española; el 9, cuando señala que los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico, y finalmente el 10 al señalar que el respeto a la Ley y al derecho de los demás son el fundamento del orden político y de la paz social.

A pesar de la claridad rotunda y de la sensatez de tales preceptos tenemos un desafío importante y, a lo que parece, muy decidido a romper esa unidad, basamento de nuestra convivencia. Hemos vivido muchos años con paz y prosperidad en ese marco tan razonable como el diseñado y que ahora se quiere romper. ¿Qué es lo que ha pasado para que el tema autonómico se haya exacerbado hasta el punto en el que está? Entre otras motivaciones como el afán de protagonismo diferenciador y la ausencia de políticas integradoras eficaces, quizá la raíz de todo esté en el tema educativo. La educación moldea la mente de modo casi indeleble y en la educación que el Estado cedió alegremente a las autonomías se ha ido en las comunidades de más larga historia, más a lo excluyente que a lo unitivo, con una versión de la historia poco ecuánime y narradora de actuaciones pasadas poco o nada ajustadas a la realidad histórica. Con ese caldo de cultivo ha sido fácil exacerbar los espíritus nacionalistas radicales. Dice González Antón que el español es seguramente el pueblo europeo que más ha debatido sobre su propio «ser histórico». Y es que España, como nos recordaba García de Enterría, ha sido durante más de mil años, como Roma o Grecia, algo de más entidad que una nación; ha sido una cultura entera que traspasa siglos y continentes, la única universal, con la anglosajona, que en este siglo que todo lo ha reducido, subsiste aún. Hace unos años recordaba en una Tercera de este periódico el bello poema de Madariaga en el que en un emocionado y soñador coloquio con España y desde fuera de la misma le pregunta: ¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas? Y va rememorando los momentos y las ocasiones en que va descubriendo las esencias ocultas de la patria ahora ausente: Santillana del Mar, Torrelavega, Comillas, «los valles estrechos entre los montes honrados» vascos, el Ebro, Ripoll, las riberas del Segre, Tortosa, Valldemosa, la huertas de Valencia, Palos, las torres de Salamanca, León la romana, Burgos la épica, Ávila la mística, Segovia, Granada, Sevilla….

Aún estamos a tiempo de evitar el desastre. Que cada uno ponga su parte.

Juan Antonio Sagardoy Bengoechea, miembro numerario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

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