Tiempos y compromisos electorales

Somos el tiempo que nos queda. Ante la excepcional situación económica que nos asola, ésa parece haber sido la consigna del nuevo Gobierno para abdicar de sus planteamientos programáticos. El 4 de octubre de 2010 publiqué un artículo en estas páginas titulado Sobre la necesidad de subir el IRPF, en el que advertía acerca del drástico recorte del gasto público que requería nuestra economía y la inevitable subida del IRPF en todos los tramos de la tarifa, y también para las rentas del capital, si se quería cumplir con el objetivo de déficit propuesto por Bruselas en el año 2013 (3%). Lamento no haberme equivocado. Quizás porque no soy economista, y ya saben que el éxito de éstos no consiste en acertar sino en explicar por qué se han equivocado.

Pero tampoco era necesario gozar de grandes dotes predictivas cuando en el mejor momento de la recaudación en España, las autonomías, que ingresaban ingentes sumas de dinero por variados conceptos impositivos así como por transferencias de las participaciones en los ingresos del Estado, tenían ya en su mayoría un gran agujero, al gastar muy por encima de sus posibilidades. Causa sonrojo comprobar cómo quienes fueron responsables de esas políticas autonómicas, que nos han encaminado a la situación tan comprometida en la que nos hallamos, disfrutan de todo reconocimiento social e incluso siguen siendo hoy los máximos responsables de las finanzas en algunas comunidades, encargados, valga la paradoja, de sacarnos de una crisis de la que fueron autores materiales principales o, cuando menos, cooperadores necesarios silentes.

Del amigo, como del dinero, hay que conocer su valor antes de gastarlo, decía Séneca. Y me consta que el nuevo ministro de Hacienda sabe muy bien que el particular es quien mejor puede decidir el buen uso de sus recursos, pero en política nada es lo que parece. En política, como afirmara Romanones, «jamás» quiere decir «por ahora», porque los compromisos públicos, como los amorosos, son eternos mientras duran. ¡Cómo vencer la tentación en estos momentos de cantar esa jocosa coplilla andaluza que dice «entre azules cortinas y verdes rejas/ estaban dos amantes dándose quejas/ y se decían/ que sólo con la muerte se olvidarían/ y eso no es cierto/porque se han olvidado y no se han muerto»!

No seré yo quien loe la subida de impuestos aprobada, pero con toda seguridad las medidas que se han adoptado no podían ser otras, dada la gravedad de la situación y la herencia recibida. Seguramente no se ahorrarán críticas al nuevo Gobierno por parte de quienes no supieron embridar una realidad que primero negaron y luego les superó, pero cuando esos reproches son injustos, la única respuesta es aceptar la receta que Juan Ramón Jiménez ofrecía en Ética y Estética, es decir, la de anteponer siempre que se pueda «espíritu a injenio, hallazgo a truco, invención a eco y acento a charlaría».

Decía Maquiavelo que el primer juicio que nos formamos de la inteligencia de un gobernante parte del examen de los colaboradores que tiene a su alrededor; cuando son competentes se le puede tener por sabio, pero cuando son de otra manera, hay siempre motivo para formar un mal juicio de él, puesto que su primer error ha sido precisamente el elegirlos. No creo que se pueda dirigir objeción alguna al presidente Rajoy a este respecto, y dice mucho de sus hechuras políticas el que haya tenido el arrojo de contrariar su propio compromiso electoral y el discurso de investidura, ante una responsabilidad histórica gravísima, ineludible y absolutamente inaplazable. Es más, a esta subida impositiva le seguirán otras en el IVA y en los Impuestos Especiales. Hubiera constituido un grave error, en unidad de acto, aplicar al enfermo terminal toda la farmacopea disponible, sobre todo cuando se le ha estado diciendo durante tres largos años que bastaba un placebo para la remisión de sus males, pero era imprescindible atajar la situación, teniendo en cuenta que las próximas e inevitables subidas vendrán acompañadas de medidas de estímulo y de reformas de calado que, a buen seguro, atemperarán la situación e irán paliando los graves problemas de esta economía desahuciada que entre todos hemos de levantar. Ya se hizo en su día, y se volverá a hacer.

Resulta necesario, sin embargo, un mensaje mucho más claro a la ciudadanía en la disciplina del gasto, pues el mejor predicador es fray ejemplo, y no parece tampoco muy estético pedir sacrificios como los recientemente aprobados cuando hay tantas televisiones autonómicas de nula utilidad, y otros muchos entes prescindibles, amén de un desmesurado parque móvil de vehículos oficiales y órganos replicados por 17, y tantas otras cosas. Por cierto, no estaría de más tampoco solicitar alguna explicación al Gobierno saliente, condecorado con las más altas distinciones de la Nación, acerca de la enorme desviación del compromiso de déficit, porque estoy seguro de que no a mucho tardar la responsabilidad política no se medirá únicamente con el cartabón de la simple derrota en las urnas, sino que habrán de emplearse otras medidas más acordes con la evolución de una sociedad madura que ya sabe que la esencia de la democracia no consiste siempre en ponerse de acuerdo, sino en convivir a veces en desacuerdo, pero que no se contenta tampoco con la simple liturgia de depositar su voto cada cuatro años. En esta exigencia de esa otra responsabilidad política hemos de avanzar rápidamente, sabiendo que aquí, al contrario de lo que dijera Calderón, no suele la memoria morir a manos del tiempo, y que la formación política que lidere este tipo de iniciativas y las ponga en práctica coherentemente estará llamada a liderar a la sociedad española por mucho más tiempo de lo que ella misma sospecha.

Por José Andrés Sánchez Pedroche, rector de la Universidad a Distancia de Madrid.

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