¿Tiene algún futuro la izquierda en Europa?

Si se atiende a lo que está sucediendo últimamente en Italia, puede verse en ello una señal de alarma, que, si se vincula con la reciente elección de Sarkozy en Francia, vendría a afectar más o menos a todos los países de Europa, en diverso grado y modo, pero en términos igual de preocupantes.

Hace pocos días, el Parlamento italiano -donde la mayoría del llamado centro izquierda cuenta con numerosos representantes, sobre todo en el Senado- aprobó, por enésima vez, la política exterior del Gobierno de Prodi. Ello comporta diversas cosas a corto plazo. En primer lugar, continuar con la misión en Afganistán; en segundo, mantener la presencia de tropas italianas en el Líbano y, por último, el envío de militares a Irak, con el propósito de adiestrar a la policía local en la tarea de garantizar el orden público y asumir la defensa del terrorismo de corte religioso.

A cambio de tales compromisos -ninguno de cuyos objetivos parece poder obtenerse en breve- Italia, de la mano de su ministro de Exteriores, Massimo D'Alema (el más autorizado exponente del antiguo Partido Comunista, que es hoy Izquierda Democrática), obtiene la vaga promesa de una conferencia de paz sobre Afganistán, en la cual habrán de participar EEUU, junto con las restantes potencias enfrentadas dentro de la región y el propósito, no menos vago, de los ministerios de Exteriores de los países de la Unión Europea de incluir en las negociaciones de paz de Palestina también a Hamas -que es la única mayoría legítimamente salida de las urnas en las elecciones por mucho que tanto Israel como Estados Unidos se resistan a reconocerlo-.

Mientras tanto, para seguir hablando de Italia, en los últimos días, el Gobierno ha presentado al Parlamento, que lo discutirá en septiembre, un plan de revisión de las pensiones, que buena parte de la izquierda juzga inaceptable debido a que se orienta a posponer o elevar la edad de jubilación de los trabajadores en casi todas las categorías laborales. El proyecto ha sido aprobado ya por los ministros de izquierda presentes en el Ejecutivo -pertenecientes al Partido de la Refundación Comunista y al Partido de los Comunistas Italianos-, quienes se disponen a modificarlo posteriormente, junto con sus respectivos partidos, cuando se discuta después del verano. No cabe duda de que en los dos casos señalados pesa para la izquierda la cautela o la prevención -más bien excesiva- ante una posible caída del Gobierno de Prodi, pues muchos tienen la impresión general de que, en una nueva consulta electoral, Berlusconi podría obtener la mayoría.

Pero más allá de tanta precaución, que debería como mínimo conducir a la izquierda italiana a una sería reflexión sobre por qué su popularidad ha caído tan en picado en los últimos dos meses, lo que pesa sobre todas las decisiones del Parlamento y del Gobierno en Italia es la necesidad de no distinguirse -a no ser en algún aspecto de carácter formal- ni de EEUU ni de la Unión Europea. Esta última, que para muchos de nosotros ha constituido un auténtico ideal político durante años, ya no parece tampoco poder distinguirse demasiado de la superpotencia hegemónica americana.

El lenguaje periodístico suele referirse a menudo a las decisiones de la UE como «de Bruselas», pero daría lo mismo que usara el nombre de la OTAN, que tiene también su sede en la misma ciudad. En todo caso, Italia no puede ponerse en contra de Bruselas, ya sea ésta la capital de la UE -lo que cuenta sobre todo a la hora de la llamada «compatibilidad econónica», de acuerdo con los antiguos parámetros de Maastrich- ya sea la Secretaría de la OTAN. Quizá por eso la opinión pública no se pare a hacer demasiadas distinciones entre las dos autoridades que desde la capital belga envían sus dictámenes. No son lo mismo, claro, pero ¿quién podría señalar diferencias relevantes de alcance y orientación entre las posiciones de ambas?

La impopularidad de la guerra infinita americana parece extenderse progresivamente también al ideal europeo. El voto de la Constitución a base de referendos (vistos los resultados y el interés popular que ha despertado este tema, y ejemplos como el de Italia, donde sólo fue posible aprobar el proyecto de Constitución por la vía del Parlamento) se puede leer en este mismo sentido. Con razón, el saldo hasta el momento de los efectos de la -significativamente parcial- unificación europea se percibe en términos fundamentalmente negativos: aumento de los precios, crecimiento desmesurado de los monopolios -diversamente enmascarados por liberalizaciones del mercado- y, sobre todo, un enorme y paradójico aumento de la diferencia entre ricos y pobres, a imagen y semejanza de lo que sucede desde hace años en la capital de la democracia y el libre mercado: EEUU.

De ahí que las izquierdas europeas (las pocas que quedan), ésas que no han renunciado ni a sus ideales ni a su nombre, hayan depositado tantas esperanzas en Zapatero, quien siendo sin duda el jefe de un Gobierno europeo, es, sin embargo y antes que nada, el político que representa la tradición cultural ibérica, esto es, latinoamericana.

Siendo precisamente Latinoamérica, quizás, la única área del mundo que está hoy en posición de resistir al superpoder estadounidense, al menos en el hemisferio occidental. Las decisiones de Zapatero, comenzando por aquella (histórica) retirada inmediata de las tropas de Irak, y siguiendo por su política laica sobre los derechos civiles, quizá hayan tenido un significado más simbólico que efectivo. Así podría verse desde la óptica de países como Italia. Pero también para mi país sería propiamente simbólico cualquier cambio de la política exterior que nos situara en alguna confrontación con EEUU, aproximándonos a las posiciones de los nuevos socialismos latinoamericanos. ¿Resulta siquiera verosímil que el Gobierno italiano, sostenido por las izquierdas (algunas de allas aún verdaderas izquierdas) no alcance a frenar ni un ápice el proyecto que quiere reduplicar el tamaño, ya enorme, de la base militar de Vicenza, evidentemente sostenido con vistas a una política aún más agresiva en Oriente Medio?

Precisamente por simbólicas, decisiones como éstas contribuirían sobremanera a hacer sobrevivir a la izquierda y a las esperanzas de la izquierda. De no hacerlo así, por el contrario, el desapego o la desafección del electorado no hará sino dejar espacio a la derecha. La cual ya vence ahora, por ejemplo en Francia, sobre todo debido al clima difuso de resignación ante la situación supuestamente inmutable del mundo occidental. Un mundo en cuyo marco se pueden obtener seguramente algunos logros individuales y hasta algunas victorias en medio de la concurrencia internacional, que termina por exportar el hambre y la pobreza a los otros mundos, los llamados mundos en vías de desarrollo.

Si Europa estuviera yéndose hacia la derecha, no sería porque creyera en su proyecto político, sino más bien por ausencia de ideales y de perspectivas éticas. ¡Qué contraproducente resulta que en una situación histórica como ésta haya quienes se atrincheren -para defender sus propias ventajas o para autodefenderse de quienes pretendan limitarlas- en un combate contra el terrorismo internacional!

Si no debemos refugiarnos en ningún fanatismo religioso -que ya está intentando hacer prosélitos también entre nosotros-, ¿en qué podemos confiar? Sólo podemos esperar que la izquierda encuentre las vías de su propio entusiasmo. Eso sí: evitando imitar a la derecha vencedora, y decidiéndose finalmente por ser de izquierdas y nada más.

Gianni Vattimo es filósofo y político italiano. Traducción de Teresa Oñate, catedrática de Filosofía de la UNED.

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