Por Aleksander Etkind, decano de Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad Europea de San Petersburgo, Rusia (LA VANGUARDIA, 18/03/05):
Este fin de semana el Presidente Putin visitará Ucrania, escenario de su mayor desatino en materia de política exterior. Esto parece inverosímil, dadas sus miopes acciones en Rusia, donde parece cada vez más incapaz de tratar con cualquier institución con algún grado de autonomía.
Por ejemplo, recientemente abolió las elecciones en las provincias rusas. De ahora en adelante, el presidente designará a los encargados de gobernar un país que es tan complejo y multinacional como la UE o los EE.UU. No es precisamente un ejemplo de mentalidad sofisticada.
De hecho, las autoridades electas en Rusia se han convertido en una especie en peligro. Las malas artes del Kremlin de manipular las elecciones mediante engaños o cualquier otro medio, que en Rusia reciben el nombre de “tecnología política”, se utilizarán ahora sólo en las elecciones en países extranjeros, ya que son las únicas “elecciones” de las que el Kremlin tiene que preocuparse: tan impotentes y poco significativos se han vuelto los votantes rusos. La justificación para cancelar las elecciones en Rusia es la necesidad de luchar contra el terrorismo. Este es ahora el fin que justifica todos los medios.
¿Cómo llegó a ocurrir que cada problema contemporáneo parece haber sido reducido a ataques terroristas y operaciones contraterroristas? La pobreza, el racismo y las herencias ideológicas son tan visibles ahora como lo eran hace tres o quince años. El terrorismo no las ha exacerbado. Las fuerzas de seguridad no han ayudado a resolverlas.
Por el contrario, el “terror doble” inducido por el terrorismo y el contraterrorismo distrae la atención pública de aquellos problemas que, como algunos de nosotros todavía recuerdan, produjeron el terrorismo. Palestina y Chechenia, dos lugares de dolor e infección terrorista, no han sanado sus heridas. Su independencia nacional es ahora más elusiva que antes del comienzo de la era terrorista.
Por supuesto, el pasado estaba lejos de ser perfecto, pero los gobiernos y los pueblos parecían más capaces de tolerar el fracaso. Cuando se perdían batallas, comenzaban las conversaciones. Estas conversaciones finalmente tuvieron como resultado la formación de países respetados, desde Italia en el siglo diecinueve y la India en el siglo veinte, a Eritrea ya en el fin del siglo.
Tratemos de imaginar al Presidente Putin como líder ruso en 1920, cuando Polonia logró su independencia frente a Rusia, o en 1991, cuando lo hizo Georgia. ¿Habría siquiera iniciado conversaciones para lograr la paz? Hoy en día, el Gran Juego imperialista de Kipling se está degradando, convirtiéndose en un círculo vicioso. Las fuerzas de seguridad responden al crecimiento del terrorismo. El crecimiento del terrorismo es una respuesta al fortalecimiento de las fuerzas de seguridad.
Parece ser que mientras más dura es la mano que castiga, mayor es la resistencia. Y mientras más fuerte es la resistencia, más dura es la mano. Los problemas reales quedan enterrados bajo los crímenes de los terroristas y los errores del personal de seguridad. Con cada vuelta del círculo, más se acercan ambos bandos, los terroristas y las fuerzas de seguridad. Su interés en común es la continuación del juego.
Los bandos opuestos usan las mismas armas, desarrollan tácticas comparables y pregonan ideales cada vez más parecidos. Y así continúa el asunto, hasta que cambien las reglas del juego. Pero, ¿por qué habrían de cambiar?
Hay una situación análoga en la historia rusa. Al comienzo del siglo veinte, los revolucionarios socialistas liderados por Evno Asef efectuaron una serie de ataques terroristas contra las autoridades del estado. En algún punto de la historia, Asef se convirtió en un doble agente. Algunas veces mataba a una autoridad que no estaba en buenos términos con la policía. Otras veces, la policía simplemente no quería traicionar a su precioso agente.
Manipulándose los unos a los otros, los terroristas y los tipos de la seguridad se vuelven imposibles de diferenciar. Llamemos a esto el efecto “Asef”. Una vez que se formó una alianza así, sólo la revolución pudo detenerla; en este caso, la revolución bolchevique.
De modo que es necesario detener el juego, aunque sea para que podamos sobrevivir nosotros, los inocentes espectadores. Si uno no ve una capacidad humana en su contraparte, no habla con ella. Se la usa o se la mata. Por lo tanto, el “otro” se eleva al centro mismo de la alta política. Este es el efecto Asef en acción.
Los bolcheviques hicieron esto con la burguesía. Los nazis, con los judíos. Pero los imperios clásicos aprendieron a no hacerlo con los pueblos colonizados. Con el tiempo, inventaron fascinantes formas de controlar a sus súbditos, combinando educación, soborno y coacción. Aprendiendo el gran arte del orientalismo, los imperios clásicos aprendieron cómo no dejar de hablar, al tiempo que mantenían su distancia.
Abolir la democracia en las provincias de Rusia, incluidas regiones pobladas por musulmanes como Tatarstán y Daguestán, es una acción mortífera. La paz civil en estas áreas era uno de los pocos logros de los que la Rusia contemporánea se podía enorgullecer.
Entonces, ¿tiene Putin instintos suicidas? Desgraciadamente, no. Debe su carrera a Chechenia, así como Bush debe su presidencia a Irak. Pero Chechenia, con todo lo cómoda que pueda ser para Putin, es pequeña, pobre e idiosincrásica. Convirtiendo vastas áreas de Rusia en nuevas Chechenias, Putin y su camarilla calculan que, más temprano que tarde, jugarán sus juegos de terrorismo y seguridad con millones de musulmanes en las planicies de Eurasia, ricas en petróleo.