¿Tiene sentido el proyecto iberoamericano?

El espacio y sistema iberoamericano es un intento de integración que aúna los países de la Península (España, Portugal y Andorra) con los países latinoamericanos. Una iniciativa basada en la identidad e historia común de todos sus miembros, pero también en la posibilidad de cooperación y concertación política.

La mayor visibilidad de este espacio tenía lugar cada año cuando los mandatarios de todos los países, junto con el rey de España, se daban cita en la Cumbre Iberoamericana.

Sin embargo, ante la baja asistencia de líderes latinoamericanos y la coincidencia con las cumbres de la Unión Europea y de América Latina, la Cumbre Iberoamericana se hizo bienal. La pandemia impidió además la celebración de la última, que se ha aplazado para marzo de este año en Andorra.

Sin embargo, las citas iberoamericanas y el sistema iberoamericano como tales han perdido lustre. Es momento de plantear una seria reflexión sobre el futuro del proyecto.

Lejos queda el periodo de liderazgo de esa España de la Transición que promovió la 'comunidad histórica' con América

Lejos queda el periodo de liderazgo de esa España de la Transición que promovió la comunidad histórica con América Latina e hizo que la Corona española, que engalanaba los encuentros, fuera acogida con familiaridad. Tampoco los gobiernos latinoamericanos reticentes a la construcción de espacios de integración parecen apostar hoy por una relación especial con la Península.

Esta pérdida de liderazgo se debe a varios factores que no pueden achacarse a un solo actor.

El primer y más evidente fallo es la falta o la debilidad del proyecto político. El planteamiento del iberoamericanismo como espacio político ha sido un proyecto difuso, con múltiples frentes, pero carente de una verdadera comunidad de intereses lo suficientemente potentes para asegurar el compromiso de todos los miembros. Y, sobre todo, incapaz de generar una presencia propia en el espacio internacional.

No se puede olvidar que el iberoamericanismo no puede ser un proyecto meramente español

España tiene en América Latina un espacio natural de liderazgo desde su posición de desarrollo socioeconómico y como puerta a Europa. Su nivel secundario dentro de los poderes de la Unión Europea encuentra un acicate cuando se presenta con el respaldo de su estrecha relación con los países latinoamericanos.

De cualquier forma, no se puede olvidar que el iberoamericanismo no puede ser un proyecto meramente español.

En primer lugar, porque la factura del proyecto requiere aportes tanto financieros como políticos de todos los socios.

En segundo lugar, porque eso ata el proyecto a la voluntad del Gobierno español y a los giros en la priorización de la relación con la región.

En tercer lugar, porque requiere voluntad, pero sobre todo compromiso.

Los gobiernos latinoamericanos no han dado un papel preminente a este espacio en la construcción de un espacio regional. Especialmente porque, más allá de España o de la relación con Europa, los países latinoamericanos no tienen especial interés en fortalecer su relación con otros de su entorno a través de este proyecto.

La relación iberoamericana ha perdido relevancia frente a la eurolatinoamericana y otros actores internacionales

En este sentido, la relación iberoamericana ha perdido relevancia frente a la eurolatinoamericana y frente a la entrada de otros actores internacionales.

No hace falta recordar la importancia de China en materia financiera, comercial e incluso de cooperación, aunque sin un proyecto político evidente. América Latina, como Europa, ha apostado por la autonomía y la diversificación de su política exterior.

Ante la débil construcción del proyecto político y económico, el proyecto iberoamericano siempre ha tenido su anclaje más profundo en la cooperación y en la dimensión cultural y educativa. Este es el enlace más evidente y práctico.

Los vínculos identitarios y el uso de una lengua común (o cercana, como es el caso del portugués) son los pilares de una interrelación cultural, educativa, científica y de innovación. El potencial económico, social y político de los más de 580 millones de hablantes de castellano en el mundo no puede desconocerse.

A pesar de no cumplir todas las expectativas fijadas en las cumbres, en este área se encuentran los mayores avances. También ha de destacarse el buen hacer de las instituciones iberoamericanas, como la Secretaría General o la Organización de Estados Iberoamericanos. También de las sectoriales de Juventud, Seguridad Social y Justicia.

Mas allá de las Declaraciones, se han materializado muchos proyectos, como Ibermedia, Ibermuseos o Iberescena. También mecanismos de seguimiento de las industrias culturales. Se ha promovido la cooperación sur-sur y triangular, y se han impulsado proyectos como la estrategia Universidad 2030 o el Espacio Iberoamericano del Conocimiento.

Pero incluso estos avances requieren impulsos decididos y sostenibilidad. Más aún en la situación actual, en la que la digitalización, el consumo cultural y la educación se han visto totalmente reformados y forzados a una trasformación que durará mucho más que la pandemia.

Hace falta promover una revisión del mecanismo de las cumbres más allá de la foto de familia

Hace pocos días, el Gobierno lanzó la Estrategia de Acción Exterior 2021-2024, que da continuidad a la del gobierno de Mariano Rajoy.

La estrategia avanza en la concreción y la calidad del diseño de la política exterior, y se reafirma en la relación con Iberoamérica en los términos en que lo ha hecho hasta ahora, con una pragmática bilateralización de todo aquello para lo que no hay eco en el proyecto regional.

Sin embargo, hace falta algo más. Hace falta promover una revisión del mecanismo de las cumbres más allá de la foto de familia. Habrá que pensar si vale la pena o no retomar el esfuerzo por dotarlas de contenido político.

Asimismo, hace falta un mayor impulso de los sectores estratégicos, como la educación o la digitalización, y hace falta revisar el encaje y la coordinación de los organismos iberoamericanos.

Mas aún, España misma debe plantearse la importancia de transversalizar algunas de las apuestas más prometedoras del proyecto, como la cooperación educativa y científica. Temas que van más allá del interés del Ministerio de Exteriores y que interpelan a las carteras de Ciencia, Educación y Universidades, cuyo papel hasta ahora ha sido discreto.

La existencia de Iberoamérica tiene sentido, pero no puede ser una idea estática basada en un álbum de recuerdos compartidos. Tiene que ser un proyecto dinámico, cuyas ventajas resulten evidentes para sus miembros y que ofrezca capacidad de acción ante los desafíos prácticos.

Esperemos que la cumbre de Andorra genere reflexión, pero sobre todo acción.

Erika Rodríguez Pinzón es doctora en Relaciones Internacionales, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid y coordinadora de América Latina en la Fundación Alternativas.

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