Tiranía de la mayoría y tiranía de la minoría

Parece que se está limpiando de asperezas el lenguaje de algunos de los políticos que hablan en nombre de los grandes partidos. Hay excepciones, pero si la limpieza se generaliza el pronunciamiento correcto y respetuoso mejorará la marcha de nuestra democracia. (Nicolás Sarkozy y Ségol_ne Royal nos acaban de dar un ejemplo de singular valor).

La Constitución Española de 1978 menciona en dos ocasiones, de forma expresa, la «voluntad popular». Lo hace en el Preámbulo, al definir el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular, y lo hace en el artículo 6, al considerar que los partidos políticos son unos instrumentos para la formación y manifestación de la voluntad popular. De modo implícito, en el artículo 1.2, se alude a la voluntad popular: «La soberanía nacional reside en el pueblo español».

Estas afirmaciones solemnes, que con estilo rotundo encontramos en el texto constitucional, requieren una interpretación que sea conforme con el desarrollo real de la vida política. ¿Cómo se forma, en un momento determinado, la voluntad popular? ¿Ha de entenderse por voluntad popular lo que opina y decide la mayoría? ¿Qué papel juegan las minorías discrepantes en la configuración de la voluntad popular?

Una visión simplista de estas cuestiones nos lleva a concluir que la voluntad popular hay que buscarla siempre en el parecer de la mayoría. Se piensa, en la línea de J.-J. Rousseau, que puede alcanzarse así la «voluntad general indestructible». Podría ser éste el buen camino democrático. Sin embargo, algunas de las dictaduras que ensombrecen la historia se apoyaron en una supuesta -o real- opinión mayoritaria, dentro de unos regímenes políticos que excluían a las minorías discrepantes.
Esta posible tiranía de la mayoría debe tenerse en cuenta si de verdad deseamos la convivencia de ciudadanos iguales en derechos, que actúan libremente. Debemos precisar dónde se halla el principio democrático, raíz y causa de la voluntad del pueblo, de la voluntad general.

Hans Kelsen, el inolvidable maestro, nos dio la solución que buscamos: «La voluntad general -escribe- formada sobre la base del principio mayoritario no debe ser una decisión dictatorial impuesta por la mayoría a la minoría, sino que ha de resultar de la influencia recíproca que los dos grupos se ejercen mutuamente, del contraste de sus orientaciones políticas antagónicas». Y agrega: «Esta es la verdadera significación del principio mayoritario en la democracia real: por ello sería preferible llamarlo principio mayoritario-minoritario».

La colaboración de la Oposición con el Gobierno, y del Gobierno con la Oposición, se convierte además en una exigencia práctica en determinados momentos. La historia de las Monarquías parlamentarias europeas, por ejemplo, ofrece unas experiencias especialmente interesantes. Se han dado «coaliciones políticas», formadas por partidos que, superando sus diferencias iniciales, asumieron un programa amplio inspirado por una ideología común, y se han registrado «coaliciones circunstanciales» de fuerzas políticas que, no renunciando a su propio ideario, se unieron para afrontar unos temas graves, verbigracia la crisis del modelo de Estado. Y singular importancia adquirieron en su día la «gran coalición» en Alemania y la «cohabitación» en Francia.

Sin llegar a estas coaliciones gubernamentales, circunstanciales o de duración dilatada, el principio mayoritario-minoritario, bien entendido, genera el consenso, una palabra de uso frecuente y a veces peligroso.

Los que hemos pasado gran parte de nuestra vida en un régimen sin discrepancias oficiales, bajo un sistema autoritario que confundía a los oponentes con los enemigos, el consenso nos inquieta y preocupa: ¿sería, acaso, volver al pasado de la unanimidad, o de dar preferencia a lo que ahora se difunde como «lo políticamente correcto»? ¿Habrá que otra vez silenciar las voces críticas?

Pero el consenso deja libre las opiniones. Me refiero, claro es, a lo que en sociología suele denominarse «consenso básico o genérico». El antiterrorismo es un componente del consenso básico de los españoles. La eliminación de la ETA es un sentimiento generalizado.

Sobre el consenso, y apoyándonos en él, aparecen en las democracias las opiniones de los diferentes partidos. No hay por qué prestar la conformidad a todos los programas de un Gobierno. La opinión de la minoría discrepante proporciona fuerza a la voluntad general. El reconocimiento de las minorías evita la tiranía de la mayoría, tantas veces lamentada en el siglo XX europeo.

Volvamos a recordar a Kelsen: «Una dictadura de la mayoría sobre la minoría no es posible a la larga por el solo hecho de que una minoría condenada a la impotencia terminará renunciando a su participación. Como quiera que el conjunto de los sometidos a las normas se organizan esencialmente en dos grupos, la mayoría y la minoría, se crea la posibilidad de la transacción en la formación de la voluntad colectiva, una vez que esta última ha preparado la integración haciendo obligado el compromiso, único medio a cuyo través puede formarse tanto la mayoría como la minoría».

Son, en suma, dos niveles de concurrencia de pareceres: en la base de la convivencia y acerca de los asuntos esenciales, es necesario el consenso; sobre los asuntos no capitales -en un plano distinto- cada partido puede y debe mantener las ideas y las soluciones de su programa. El consenso no excluye la diversidad de opiniones. El consenso básico robustece la democracia. (Vuelvo a recordar lo ocurrido recientemente en Francia. Para mí el discurso de Sarkozy, después de su victoria electoral, fue magnífico, digno de ser leído en las escuelas como lección de democracia).

Debemos reconocer, sin embargo, que no siempre resulta fácil trazar la línea divisoria entre cuestiones esenciales, objeto del consenso básico, y las cuestiones que han de someterse a la libre discusión. Puede ocurrir que una ampliación improcedente de la materia del consenso paralice el funcionamiento de la democracia. Y nos encontraríamos con la dictadura de la minoría.

A veces he recordado a mis estudiantes en la Universidad la advertencia que un consejero de John F. Kennedy le hizo llegar en ocasión solemne: «La democracia, Presidente, es algo más que el gobierno del pueblo y el reino de la mayoría». Es un recordatorio que me viene a la memoria cuando la política discurre por derroteros inquietantes.

Manuel Jimenez de Parga, de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.