Por Rafael Nadal, periodista (EL PERIODICO, 02/05/03):
La costa de Croacia recorre los escenarios de una guerra reciente relegada en los estantes de la memoria por otra guerra aún más reciente. Korcula, Hvar, Sibenik, Makarska, Trogir evocan un recorrido seguramente superficial, lleno de paisajes y monumentos, que el turismo hace escaso en contactos personales. Pero es un viaje agradable, placentero. La costa dálmata está en la frontera de casi todo y sin embargo es aún puro Mediterráneo. Los cipreses son los de Samos. Las plazas de piedra blanca son las italianas. Los palacios son venecianos. Las escórporas y los sardos son los de la Costa Brava. Éste es el Mediterráneo más plácido: frente a cada casa un amarre y frente a cada terraza una isla y un campanario.
Han transcurrido sólo 10 años y en la costa resulta ya difícil descubrir el rastro físico de la guerra. Quizá en los huertos que cubren el espacio pensado para los jardines. O en las repletas oficinas de la lotería. O en la práctica religiosa que lejos de relajarse se multiplica: el Viernes Santo había más de 100 personas esperando en cada una de las tres colas frente a los confesionarios de los franciscanos de Dubrovnik. Quizá la guerra está también en la mirada dura de los jóvenes en paro. Y está, sin duda, en los tejados reconstruidos de Dubrovnik y en las fábricas todavía cerradas de los alrededores de Split. Y está, rotundamente, en las casas tiroteadas en la carretera de Knin, en la Krajina, aunque esto es ya camino del interior.
Cuesta reconocerla y, sin embargo, ahí está cada mañana la guerra, esa misma guerra, la guerra de siempre, la que hoy arrasa las ciudades de Irak. Ahí está también en las ruinas de Salona, la ciudad de Diocleciano que arrasaron los bárbaros y en las palabras de este extraordinario Cordero negro, halcón gris que escribió Rebecca West cuando las visitó en una mañana lluviosa de 1937: "Lamento que mis maestros consideraran necesario decirme que el Imperio romano fue una gran civilización cuya dominación dispensó a todo el mundo antiguo un bienestar material y moral. Me enseñaron que esto no ocurrió por azar: que la facultad para extender su autoridad por medios militares surgía de un genio intelectual y moral que les permitía dictar el mejor estilo de vida para las razas a las que sometían. (...) No tenemos pruebas reales de que los pueblos a los que el Imperio romano impuso su civilización no tuvieran civilizaciones propias dignas de tal nombre, y mejor adaptadas a las condiciones locales (...) lo que indica que podrían haber progresado con las instituciones de que ya disponían si no hubieran tenido que luchar forzosamente contra los esfuerzos externos por mejorarlos". Algunos dirigentes norteamericanos como Cheney y Rumsfeld se esfuerzan por mejorar a los pueblos bárbaros de Oriente Próximo imponiéndoles a golpe de guerra la civilización del imperio. Y cuesta aceptar lo absurdo de estos miles de muertes que ya murieron en Sarajevo y en Vukovar y que, si no hubiesen muerto, hoy serían guías turísticos en la costa Dálmata o profesores en Split. O quizá simplemente morirían de nuevo en Kerbala o Bagdad porque a los estrategas del nuevo imperio no les queda tiempo para descifrar estos absurdos.
"Y es más que probable que si Roma conquistó tantos territorios fue porque había desarrollado su genio militar a expensas, precisamente, de esas cualidades que le habrían hecho capaz de gobernarlos después", escribió Rebecca West entre las ruinas donde hoy Sandra, una joven filóloga croata, se pregunta: "No sé si valió la pena, ni si realmente vamos a estar mejor". Desconozco la rotundidad de sus convicciones nacionalistas, pero soportó los seis largos meses de bombardeos en Dubrovnik y vio derrumbarse la casa de sus abuelos bajo las bombas serbias y montenegrinas.
En esta mañana gris en Salona el recorrido es demasiado rápido, demasiado turístico, demasiado superficial para sacar conclusiones. Pero ante el cartel de una agencia croata que promociona un tour de 24 horas a Montenegro surge el presentimiento de que dentro de nada, los veteranos del Séptimo de Caballería se hospedarán en hoteles de Bagdad servidos por los supervivientes de esta guerra, o por los hijos de sus muertos. Y como en Saigón y Hanoi, norteamericanos e iraquís se rendirán mutuos homenajes y pronunciarán solemnes deseos de paz y prosperidad.