Todas las miradas apuntan a Italia

“En Francia deberíamos tomarnos a Italia mucho más en serio. Podemos aprender mucho de un país tan exitoso”.

Puede parecer una cita de hace siglos, no de 2015, cuando la embajadora de Francia ante Italia elogió y defendió, muy legítimamente, la tierra de Dante. El año siguiente, después del referendo británico por el Brexit, periodistas italianos me preguntaron si su país podría reemplazar al Reino Unido en el informal “club de los tres” estados líderes de la Unión Europea, con Alemania y Francia.

Pero ahora, esa mezcla reciente de confianza y esperanza sucumbió al peso aplastante de la realidad política. Hoy es posible que Italia sea el principal candidato al título de “enfermo de Europa”. Hasta se la puede ver como una metáfora, o acaso una sinopsis, de todo lo que salió mal en el continente.

Italia parece replicar las dos grietas que debilitan a Europa: la divisoria norte‑sur en cuestiones económicas y la divisoria este‑oeste en cuestión de valores. En el caso de Italia, la divisoria norte‑sur no es sólo económica o cultural, sino que también se reproduce en el mapa político del país. En la elección general del 4 de marzo, el apoyo a los dos partidos que acaban de formar gobierno (el Movimiento Cinco Estrellas y la Liga, antes llamada Liga Norte) se concentró en el sur y en el norte de Italia, respectivamente.

Pero dentro de Italia también hay algo parecido a la divisoria este‑oeste, en este caso no entre el M5E y la Liga (los dos partidos más votados en marzo), sino entre ellos y los partidos tradicionales de centroizquierda y centroderecha a los que fácilmente superaron.

El resto de Europa (en particular mi propio país, Francia) tiende a ignorar a Italia cuando las cosas van bien y a subestimar las consecuencias potenciales cuando van mal. Pero esta vez, las cosas en Italia están tan mal que es imposible minimizar las consecuencias.

Por primera vez, una coalición de fuerzas políticas antisistema y antieuropeas llegó al poder en un estado fundador de la UE. Los italianos cruzaron el Rubicón político en un momento en que su decisión puede afectar (del modo más negativo posible) la evolución de todo el proyecto europeo. Para decirlo sin rodeos: si un país del sur de Europa se acerca al este y adopta el modelo de Hungría o Polonia, no será sólo el norte de Europa, sino todo Occidente el que sufra ese avance de la democracia antiliberal.

Seamos claros: el peligro no es que Italia esté a punto de abandonar la UE, como la están abandonando los británicos. Hay una mayoría de italianos que no está dispuesta a eso. El peligro es que, como Hungría y Polonia, se quede, pero ignorando las normas de la UE y burlándose de sus valores.

Dicho eso, condenar a Italia por sus pecados no es ni justo ni útil. El resto de Europa (en particular Francia) tiene al menos una parte de responsabilidad por el resultado de la elección italiana de marzo. Los italianos se sintieron (con razón) abandonados por sus pares europeos y obligados a confrontar solos el ingreso masivo de refugiados. Y cumplieron su deber humano en forma digna, con la ayuda de una sociedad civil que puede considerarse modelo para muchos otros países.

Pero la consecuencia fue que los hombres y mujeres que estaban en el poder cuando Italia recibió a más de 600 000 refugiados perdieron las elecciones. Se los castigó por hacer lo correcto y por haberlo hecho solos, lo que los hizo parecer idealistas peligrosamente ingenuos, en el mejor de los casos, o burócratas ineficientes, en el peor.

Pero lograr que Francia reconozca su cuota de responsabilidad (compartida con otros) es una cosa; convalidar que un miembro fundador de la UE decida no cumplir las reglas es otra. En el estado actual de Europa, no existe ni existirá un mecanismo disuasor fuerte, por ejemplo la posibilidad de expulsar a aquellos miembros que ignoren deliberadamente los valores y las normas de la UE. Cuando el ultraderechista Partido de la Libertad de Jörg Haider se integró a una coalición de gobierno en Austria en 2000, la UE aplicó sanciones demasiado breves.

Ya no hay lugar para esa indiferencia. Lo que está sucediendo en Italia afecta directamente a Francia y sus ambiciones de reforma europea. Con una Alemania políticamente debilitada, una Europa del Este hostil, una España en gran medida paralizada, y ahora la probabilidad de un gobierno populista al mando de uno de los miembros fundadores de Europa, Francia y su presidente Emmanuel Macron (un firme creyente en el ideal europeo de una “unión cada vez más estrecha”) corren riesgo de quedar en una posición de “espléndido aislamiento”.

Es difícil determinar cuánto tiempo permanecería Francia en ese lugar. Lo que está sucediendo en Italia puede prefigurar lo que suceda mañana en Francia, donde el Estado es más fuerte y la sociedad civil es más débil. La embajadora francesa no se equivocó: Francia debería tomarse más en serio a Italia. Pero no por las razones erradas.

Dominique Moisi is Senior Counselor at the Institut Montaigne in Paris. He is the author of La Géopolitique des Séries ou le triomphe de la peur. Traducción: Esteban Flamini.

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