Todas las 'páginas' de Convergència i Unió

Las sesiones celebradas por las Cortes el 7 de septiembre de 1820 en el antiguo colegio de doña María de Aragón, hoy sede del Senado, y por el Parlamento de Cataluña el 24 de febrero de 2005 en su recinto emblemático del Parque de la Ciudadela han pasado a la posteridad por un denominador común. Se trata de las dos ocasiones más notorias en la historia del parlamentarismo en España en las que un gobierno obligado a dar explicaciones ante el órgano encargado de controlar sus actos recurrió a la estrategia de amagar y no dar, sugiriendo estar en posesión de secretos inconfesables que la prudencia política aconsejaba no desvelar.

Todas las 'páginas' de Convergència i UnióEn la pronto conocida como «sesión de las páginas», Agustín Argüelles, secretario del despacho de la Gobernación de la Península -o sea ministro del Interior- y primer ministro de facto del llamado «gobierno de los presidiarios», pues tanto él como otros de sus integrantes habían pasado el sexenio absolutista encarcelados o desterrados, comparecía para explicar la destitución de Riego como capitán general de Galicia antes de que llegara a tomar posesión del cargo.

Riego era el héroe del momento, el caudillo libertador cuya sublevación nueve meses antes había obligado a Fernando VII a jurar la Constitución, y había sido recibido en Madrid en loor de multitudes. Pero entre homenaje y homenaje se desataba una crisis política de envergadura pues el Gobierno había decidido disolver el Ejército de la Isla para diluir la imagen exterior de que el nuevo régimen liberal vivía bajo tutela militar y Riego pretendió negociar de tú a tú con los ministros tras reunirse con el Rey. La tensión soterrada afloró la noche del 3 de septiembre cuando en el teatro del Príncipe los partidarios de Riego entonaron en su presencia -y tal vez con su aquiescencia- la provocadora canción del Trágala, ordenando el Jefe Político o gobernador civil la suspensión del acto. Eso originó disturbios y el Gobierno restringió las libertades de expresión y reunión, mientras privaba a Riego de su premio de consolación y lo confinaba en su Asturias natal.

Respondiendo a las exigencias de explicaciones de los diputados exaltados, Argüelles, bautizado en las Cortes de Cádiz como el Divino por su elocuencia y habilidad dialéctica, se limitó a enseñar el pico de la muleta: «Hay cierta notoriedad en los hechos que excusa toda justificación de parte del Gobierno... Sin embargo, si las Cortes quisiesen que se abran las páginas de esta historia el Gobierno está pronto a hacerlo por mi boca».

Los exaltados le cogieron la palabra: «¡Que se abran, que se abran!», gritaron con insistencia. Sin embargo, Martínez de la Rosa, a quien ya se empezaba a denominar Rosita la pastelera, salió al quite en nombre de los moderados advirtiendo que el Gobierno «debe pesar en la balanza de su prudencia lo que sin arriesgar el cumplimiento de sus determinaciones puede hacer público en este sitio». En la práctica eso permitió a Argüelles correr un tupido velo sobre los hechos y no abrir jamás las «páginas» de aquel libro.

La forma de recular de Pasqual Maragall 185 años después fue bastante menos digna que la de el Divino pues quien le hizo retirar de inmediato el amenazante morlaco que acababa de soltar al hemiciclo no fue ningún diputado amigo sino el propio jefe de la oposición con quien se estaba midiendo. Merece la pena recordar su intercambio con Artur Mas desde la doble perspectiva de lo que está sucediendo en Cataluña y del informe policial publicado estos días por EL MUNDO. Se trataba del debate sobre el hundimiento del barrio del Carmelo a raíz de las obras del metro -adjudicadas en tiempos de Pujol- y Maragall, presidente de aquel primer tripartito, se sintió ofendido por la agresividad de Mas.

-La malicia de sus palabras me demuestra que ustedes tienen un problema y que se han sentido atacados por una acusación que de alguna manera ustedes mismos deben de notar como verídica…

-Me tendría que explicar en qué le hemos faltado al respeto… Puede ser que usted tenga la piel tan fina y el orgullo tan lleno y el amor propio tan inflado que cualquier crítica le molesta… Estoy absolutamente alucinado de que usted se levante en este Parlament en una sesión como la de hoy y hable de todo menos del Carmel.

-Sí, muy brevemente porque pienso que efectivamente hemos tocado un punto clave. Ustedes tienen un problema y ese problema se llama 3%.

-Usted ha perdido completamente los papeles. Si era para esto, se podía haber ahorrado esta intervención. Yo le pediría una cosa, y se lo digo con toda la modestia, entre ustedes y nosotros hemos de hacer cosas muy importantes en los próximos meses al servicio de este país. No lo olvide. Para hacer estas cosas importantes es muy necesario que un cierto círculo de confianza entre ustedes y nosotros siga existiendo… y no se rompa, y con su última intervención esto se rompe. Usted envía la legislatura a hacer puñetas. Supongo que es consciente de ello y le pido formalmente que retire esta última expresión.

-Accedo a su demanda por una sola razón, porque usted acaba de decir una cosa muy importante que interesa más al país que todo lo que nos ha dicho antes… Espero que ustedes estén en condiciones de cumplir su parte de obligación en los meses que vendrán en los cuales se jugará el Estatut, la Constitución y, en buena medida, nuestro futuro.

-Yo le agradezco, señor Maragall, esta rectificación que es buena, no le humilla en absoluto.

Reconocerán que, leído hoy, este intercambio dialéctico pone los pelos de punta. No es lo mismo recordar vagamente aquella «sesión del 3%» que comprobar, transcripción en ristre, hasta qué punto se materializó y escenificó en sede parlamentaria un pacto entre CiU y el PSC para tolerar la corrupción a cambio de colaborar en la tragicomedia de la construcción nacional de Cataluña. Una función que tuvo su primer acto en el disparate del Estatut y tiene su segundo acto en el delirio de la independencia.

La mera relectura de este diálogo debería provocar en cualquier catalán con convicciones democráticas un escrúpulo moral lo suficientemente grande como para impedirle votar a estos dos partidos. Al uno por envolver su podredumbre en la senyera y al otro por permitírselo. Se trata de una cuestión previa, de un reflejo ético anterior a toda opción ideológica, de algo parecido a lo que ocurría con el PSOE de González una vez que su responsabilidad en el montaje y encubrimiento de los GAL dejó de ser una sospecha para transformarse en una evidencia. De la misma manera que en el 95 y 96 no había manera de votar a los socialistas sin avalar la guerra sucia, es imposible apoyar a Convergència i Unió el próximo domingo sin aprobar implícitamente la corrupción que la corroe. Y hubiera sido imposible apostar por el PSC sin absolverle de su complicidad culpable al permitir el latrocinio organizado al amparo de la fantasía soberanista si no fuera por este viraje final de Pere Navarro y Chacón exigiendo responsabilidades. La cuestión es si esta firmeza será o no flor de un día.

Porque mientras cualquier indagación histórica demuestra que las «páginas» del libro que amenazaba con abrir Argüelles estaban casi todas en blanco -lo que más había ofendido a su Gobierno era que Riego hubiera difundido el relato de sus negociaciones de igual a igual-, la reiteración de los episodios de corrupción descubiertos tanto en Convergència como en Unió permite escribir ya toda una enciclopedia. Comenzaría con la A de Alavedra y todas sus derivaciones -relaciones turbias con Estevill, pagos mediante compra de cuadros a su mujer, comisiones en el caso Pretoria…- y terminaría con la Z de Zumosol, que es como los atestados policiales de la trama de las ITV denominan a Oriol Pujol, pues no en vano protegía a los corruptos se supone que a cambio de su parte.

En medio, Convergència aportaría los casos Casinos, Planasdemunt o Palau; y Unió, los casos Treball, Turisme o Pallerols. Desde esas pirámides de dinero sustraído al contribuyente, 30 años de corrupción organizada nos contemplan. Pero si hasta ahora cabía sustituir el «España nos roba» por «los nacionalistas nos roban», desde esta semana ya es posible concretar, al menos en grado de presunción, que «las familias Pujol y Mas nos roban».

Era una deriva inevitable. Siempre ocurre lo mismo. Se empieza extorsionando para el partido, se continúa permitiendo que los intermediarios se lleven lo suyo y se termina desviando un buen pico a las cuentas suizas de los jefes. Quienes tengan memoria no dejarán de recordar, a la vista del informe de la Unidad de Delitos Económicos, la escena de Javier de la Rosa metiéndole a Patufet billetes en los bolsillos que el financiero describía ante propios y extraños. O el papel del ex diputado Jaume Camps, que de nuevo reaparece en el caso Palau tras haber entrado en la intrahistoria de los pagos en Suiza del caso KIO con el apodo de La Santa Espina.

De mi propio coleto aporto dos evocaciones. Hará unos 15 años que un constructor de tanto éxito mundano como económico me contó en su finca que Pujol en persona le había hecho la cuenta del dinero que su empresa «le debía» en concepto de comisiones por obras adjudicadas en Cataluña. La segunda es mucho más reciente. Pocas veces he recibido tantas presiones -y no sólo del mundo político sino especialmente del financiero- como cuando publicamos hace dos años los datos de las cuentas en Liechtenstein y Suiza del padre de Artur Mas y resultaba que el DNI del inminente presidente de la Generalitat figuraba en la documentación bancaria. Contra el criterio de parte del PSC -todo hay que decirlo-, alguien del Gobierno de Zapatero le ayudó a tapar, vía prescripción y a través de la Fiscalía, el escándalo que hubiera supuesto un proceso penal, pero nunca se aclaró el origen de aquellos dos millones de euros.

La Policía esboza ahora algo que parece más que una teoría: la colaboración de Mas con la familia Pujol no se limitaba a la construcción nacional de Cataluña sino que incluía la ingeniería financiera -para algo era conseller de Economía- de lo que ya es un emporio internacional con inversiones en Estados Unidos, México y Argentina, canalizadas desde los bancos suizos a los que afluían las comisiones del Palau y otros dineros.

Los signos externos están por doquier. Ni siquiera faltan las fotos de familia en la inauguración del último hotel. El que tenga ojos y voluntad de mirar, que mire. Maragall sólo se equivocó en una cosa: el problema de Mas no era el 3% sino el 4%. Un 2,5% para el partido, un 1,5% para intermediarios y dirigentes. Esas son las «páginas» ocultas de los «señoritos satisfechos» de CiU. Y éste el clamor al que debe unirse todo buen ciudadano: «¡Que se abran, que se abran!».

Pedro J. Ramírez, director de El Mundo.

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