Todas las víctimas

Por Javier Rupérez, director ejecutivo de Contraterrorismo en Naciones Unidas (ABC, 11/03/05):

En estos días honramos la memoria de las 192 personas muertas y de los miles de heridos que hace un año fueron víctimas de un grupo de asesinos desalmados en el más sangriento atentado terrorista en la historia de España. Aunque sería un error establecer una gradación entre actos terroristas, pues todos son igualmente graves, es cierto que los ataques del 11 de marzo del 2004 en Madrid produjeron un choque profundo en la conciencia colectiva nacional e internacional. Comparable al sufrido el 11 de septiembre de 2001, cuando terroristas suicidas destruyeron las Torres Gemelas en Nueva York y dañaron gravemente el Pentágono en Washington.

Pasado un año, es ahora, en primer lugar, momento de recordar y rendir homenaje a las víctimas, a todas aquellas personas inocentes que murieron a manos del fanatismo y la maldad, antes, durante y después del 11 de marzo, en cualquier parte, país, ciudad o región. A todos aquellos heridos de cuerpo y alma que día a día luchan por recuperar sus vidas. A todas aquellas familias que una banda de asesinos condenó a vivir sin sus seres queridos. También es ahora el momento de profundizar en el análisis del fenómeno del terrorismo. De intentar conocer mejor sus raíces, sus tácticas y sus métodos para poder prevenir futuros ataques. A ello se ha dedicado la Cumbre de Madrid sobre Terrorismo y Seguridad que se ha reunido estos últimos días en Madrid. Para ello también han servido los actos conmemorativos de la matanza del 11 de marzo de hace un año.

El terrorismo es un fenómeno complejo. Su análisis suscita sentimientos y opiniones encontrados en la comunidad internacional. En el fondo, ¿qué es el terrorismo?, ¿cuál es su definición?, ¿cuáles sus causas?, ¿son iguales todos los terrorismos? Estas preguntas y muchas otras no tienen una respuesta fácil, no tienen siquiera una única respuesta, pero ello no ha impedido que exista un consenso internacional en dos frentes esenciales: la condena sin matices ni fisuras de la violencia dirigida en contra de la población civil y la necesidad de luchar contra el terrorismo sin esperar a su definición.

Pese a la complejidad del fenómeno terrorista y al debate en cuanto a su naturaleza, nadie pone en duda una convicción universal: nada puede justificar el asesinato de civiles -que, por su propia naturaleza, son siempre inocentes, conviene no olvidarlo. Ninguna causa, por elevado que pretenda ser su enunciado, nacional, política, religiosa, étnica, podrá ser nunca utilizada con tal finalidad. En realidad, no existen causas del o para el terrorismo. Las que aparecen como tales son siempre los pretextos que los terroristas utilizan para intentar la legitimación de sus acciones. El terrorismo no es nunca la última opción, simplemente no es una opción.

También estamos de acuerdo en que no podemos esperar a ponernos de acuerdo en una definición universal de terrorismo para luchar contra él. Aun recordando la importancia que tendría el encontrar un acuerdo universal para que esa definición, en el marco de una Convención Global Contra el Terrorismo, cobrara forma. El Secretario General de Naciones Unidas visita Madrid estos días para, precisamente, dar a conocer una estrategia global en la lucha contra un fenómeno que afecta, directa o indirectamente, a todos y cada uno de los 191 países miembros de Naciones Unidas. Kofi Annan llega a Madrid, además, con un mensaje de solidaridad con las víctimas del terrorismo. Un mensaje de paz, pero también de acción y responsabilidad.

El Secretario General de Naciones Unidas ha expresado su compromiso personal a la hora de intensificar los esfuerzos de la Organización en la lucha contra el terrorismo y en la promoción de la paz y seguridad internacionales. Las Naciones Unidas se encuentran en una posición privilegiada para luchar contra un fenómeno global, que no conoce límites ni fronteras. La lucha contra el terrorismo requiere de las Naciones Unidas un papel aún más activo en los frentes tradicionales de su despliegue, sea en el reforzamiento de la normativa internacional y en el respeto de los derechos humanos, y un imaginativo esfuerzo en nuevos ámbitos de la lucha internacional contra el terrorismo. Todos ellos definidos por la urgente necesidad de incrementar la cooperación y la solidaridad internacionales. La Dirección Anti-Terrorista de las Naciones Unidas que tengo el honor de dirigir será precisamente la que desde la estructura de la Organización y junto con el Consejo de Seguridad, en el marco del Comité Antiterrorista, y en colaboración con la Asamblea General, trabajará para que los 191 Estados miembros de Naciones Unidas sean responsables y a la vez capaces de cumplir con sus obligaciones internacionales en la lucha contra el terrorismo.

Pero una estrategia de las Naciones Unidas contra el terrorismo nunca sería ni global ni completa si no tuviera en cuenta las víctimas del terrorismo. La ONU, a través de la Resolución 1.566 del Consejo de Seguridad, aprobada en octubre de 2004, ha decidido la creación de un grupo de trabajo con una doble finalidad: la de incluir en una lista global a los individuos y grupos que practican el terrorismo y la de crear un fondo de las Naciones Unidas para la ayuda a las víctimas del terrorismo y a sus familias. Hora era de que las Naciones Unidas comenzaran a ocuparse de las víctimas, dirán muchos. Constituye ésta una primera decisión que -esperemos todos, y la palabra pertenece a los miembros del Consejo de Seguridad- tenga pronto plasmación práctica y continuidad. Porque las dudas y disensiones, tan perniciosas en el ámbito de la definición universal del terrorismo, no pueden tener cabida cuando se trata de sus víctimas. En Madrid, en Nueva York, en Washington, en Dar-es-Salaam, Nairobi, Tel Aviv, Bali, Estambul, Riad, Casablanca, Bagdad, Bombay, Beslan..., las víctimas son parte indisoluble de nuestras vidas y todas merecen nuestro recuerdo, nuestro cariño y sobre todo nuestra ayuda y nuestro respeto.

Las víctimas del terrorismo son el espejo permanente en el que deberíamos diariamente asomarnos para comprender el alcance de la barbarie. Su testimonio, tantas veces acallado por la inercia social, en tantas ocasiones distorsionado por agendas ajenas, a menudo olvidado en la urgencia hedonista de un entorno que no gusta de los recuerdos incómodos, es indispensable para comprender los mimbres del mundo que nos rodea y de los peligros que le acechan. Las víctimas, hoy del terrorismo, ayer del Holocausto, se levantan como implacable acusación contra los asesinos que atentaron contra sus vidas. No es de extrañar que los criminales intenten descalificar su voz o poner en duda su inocencia: aun en la inevitable cacofonía que el sufrimiento engendra, y en aras de la propia salud democrática de nuestras sociedades, conviene enumerar el rosario de las evidencias. Que hay víctimas. Y que hay verdugos. Que nuestro compromiso está con las primeras. Y nuestra justicia, contra los segundos. Que todas las víctimas del terrorismo, todas, sin excepción, son inocentes. Que su padecimiento no tiene otro origen que no sea el de la vesania de los propios terroristas. Que, en definitiva, mostrando solicitud, ayuda y respeto por las víctimas hacemos lo que los terroristas querrían que no hiciéramos: reafirmar nuestras convicciones a favor de la libertad, de las sociedades abiertas, de la dignidad humana, de sus exigencias. De todo aquello para la que se fundó hace sesenta años la Organización de las Naciones Unidas. Es de agradecer que su Secretario General, Kofi Annan, haya venido a Madrid para recordarlo.