Todavía un coloso

Por Robert Kagan, escritor e investigador (ABC, 02/02/06):

LO asombroso de la situación internacional es hasta qué punto Estados Unidos sigue siendo lo que Bill Clinton denominó en una ocasión «la nación indispensable». A pesar de que en todo el mundo las encuestas de opinión registran una amplia hostilidad hacia los EE.UU. de George W. Bush, el comportamiento de los gobiernos y de los líderes políticos da a entender que la posición del país en el mundo no es tan diferente de la que tenía antes del 11 de septiembre de 2001 y de la guerra de Irak. El tan cacareado esfuerzo mundial para contrarrestar la hegemonía estadounidense, que los realistas llevan más de quince años pronosticando, simplemente no se ha producido. Por el contrario, en Europa, la idea prácticamente ha desaparecido. Los presupuestos de defensa de la Unión Europea continúan reduciéndose a un ritmo constante e incluso el proyecto de crear una política exterior y de defensa común se ha ralentizado, si no estancado. Ambas tendencias surgen principalmente de la situación interna del continente, pero si los europeos temieran realmente el poder de EE.UU., estarían tomando medidas más urgentes para fortalecer a una Unión Europea que le pusiera coto.

Los europeos tampoco se niegan a cooperar, ni siquiera con una administración estadounidense a la que supuestamente desprecian. Europa Occidental no va a ser el socio estratégico que era durante la Guerra Fría, porque sus habitantes ya no se sienten amenazados y, por tanto, no buscan la protección estadounidense. No obstante, en la actualidad, se tiende a una cooperación más estrecha. El nuevo gobierno alemán, aunque sigue discrepando de la política estadounidense en Irak, está esforzándose ostentosamente por mejorar las relaciones. Hace lo imposible por apoyar la misión de EE.UU. en Afganistán, sobre todo porque sigue enviando tropas, en un número escaso, pero, teniendo en cuenta el caso alemán, significativo. Incluso pregona su voluntad de preparar a soldados iraquíes.

La canciller Angela Merkel promete trabajar estrechamente con Washington en relación con el embargo de armas a China, indicando que su opinión coincide con la estadounidense, al considerar que China es una posible preocupación estratégica. Para Europa del Este y Central la amenaza creciente es Rusia, no Estados Unidos, y la gran pregunta sigue siendo la de la década de 1990: ¿a quién se le invitará a entrar en la OTAN?

Entretanto, en el este de Asia, las relaciones de EE.UU. y Japón se intensifican a medida que aumenta la preocupación de los japoneses por China y por una Corea del Norte con armamento nuclear. El intento por parte de China (y de Malasia) de dejar a un lado a Australia como potencia destacada en la región, registrado durante la reciente cumbre de Extremo Oriente, ha reforzado en Sidney el deseo de establecer contactos más estrechos con EE.UU. Sólo en Corea del Sur se mantiene alta la hostilidad hacia Estados Unidos, principalmente a causa de los comprensibles resentimientos históricos de la nueva democracia y de su deseo de mayor independencia. Pero, aun siendo así, cuando asistí hace poco a una conferencia en Seúl, la cuestión que plantearon a mi grupo de trabajo los organizadores surcoreanos fue: «¿Cómo solucionará Estados Unidos el problema de las armas nucleares norcoreanas?».

Lo cierto es que EE.UU. sigue conservando ventajas enormes en la arena internacional. Su ideología liberal y democrática continúa siendo atractiva en un mundo que es más democrático que nunca. Su potente economía todavía es la fuerza motriz de la economía internacional. En comparación con estas poderosas fuerzas, la impopularidad de las últimas acciones acabará siendo efímera, al igual que ocurrió después de que, entre finales de la década de 1960 y comienzos de la de 1970, EE.UU. registrara sus niveles más bajos de popularidad durante la Guerra Fría. También existen razones estructurales que explican por qué el carácter indispensable del país puede sobrevivir incluso a la impopularidad de los últimos años. El politólogo William Wohlforth señalaba hace una década que la perdurabilidad de la era unipolar estadounidense no se debe a ningún amor por EE.UU., sino a la estructura básica del sistema internacional.

Para cualquier nación que pretenda contrarrestar el poder estadounidense, incluso en la propia región de dicha potencia, el problema residirá en que antes de que su fuerza sea suficiente para compensar la de EE.UU. puede atemorizar a sus vecinos hasta el punto de que quieran resistirse a ella. Si estuviera incrementando su poder, Europa sería la excepción en este sentido, pero no lo está haciendo. Tanto Rusia como China se enfrentan a este problema al tratar de ejercer una mayor influencia incluso en sus entornos habituales. También se sigue dando el caso en todo el mundo de que, en muchas crisis reales y en potencia, los actores locales y los aliados tradicionales continúan buscando soluciones principalmente en Washington, no en Pekín ni en Moscú, y ni siquiera en Bruselas. Estados Unidos es el actor clave en el estrecho de Taiwan y sería el principal intermediario en cualquier crisis entre India y Pakistán. En cuanto a Irán, a ambos lados del Atlántico todo el mundo sabe que, pese a todas las iniciativas de los negociadores británicos, franceses y alemanes, al final, cualquier resolución diplomática o militar dependerá de Washington. Incluso en Oriente Próximo, donde la hostilidad hacia Estados Unidos es mayor, la influencia estadounidense sigue siendo notablemente elevada. La mayoría sigue creyendo que Estados Unidos es un actor indispensable en el conflicto entre Israel y Palestina. El empuje democrático de la administración de Bush, aunque errático e incoherente, ha influido inequívocamente en el curso de los acontecimientos en Egipto, Jordania, Arabia Saudí y Líbano (por no mencionar Irak). En contra de los pronósticos realizados en la época de la guerra de Irak, la hostilidad árabe no ha impedido que tanto los líderes de esos países como sus adversarios políticos cooperen con Estados Unidos.

Esto no significa que EE.UU. no haya sufrido un relativo declive en lo tocante a una mercancía intangible pero importante: la legitimidad. No hay duda de que una combinación de realidades políticas cambiantes, circunstancias difíciles y ciertas políticas incompetentes ha mermado el prestigio estadounidense en el mundo. Con todo, la posición mundial de EE.UU. no se ha deteriorado tanto como la mayoría de la gente piensa. Estados Unidos sigue «siendo la única nación indispensable del mundo», como expresó Clinton con tanta humildad en 1997. Puede retomar su activo papel rector en el mundo en bastante poco tiempo, incluso durante la administración actual y, sin duda, después de las elecciones de 2008, sea cual sea el partido que gane. Esto es positivo, porque, dados los crecientes peligros que acechan al mundo, un ejercicio inteligente y eficaz de la benevolente hegemonía mundial de EE.UU. es tan importante como siempre.