Todo lo que esconde la librería

Florence Green solo quiere abrir una librería. Florence Green aún es joven, hace años que enviudó y vive en un pequeño pueblo de Inglaterra. Florence Green es un personaje de ficción, su aventura sucede a finales de los 50. Pero el mundo, nuestras calles, nuestros hogares están habitados hoy por muchas Florence Green. Quizá también la encontremos bajo nuestra piel. Florence es la protagonista de una novela de Penelope Fitzgerard que Isabel Coixet ha adaptado al cine. La librería es la película de una historia pequeña, de una mujer normal, de un pueblo como tantos, de unos días tan cotidianos que son eternos, de personas soñadoras, ambiciosas, vencidas, frívolas e indiferentes, como encontramos en todas las sociedades. Una historia de inocencia y de maldad. Y, sobre todo, cargada de verdad.

Florence solo quiere abrir una librería. Los libros son su pasión y su refugio. Quiere que sus vecinos también enriquezcan sus vidas con ese mundo de papel y tinta. Compra un edificio viejo, deshabitado desde hace años, calado de humedades, y le da vida con su ánimo, los estantes y las letras. Pero no todo el mundo está conforme con su decisión. La mujer más poderosa del pueblo, la cacique local, empleará todos los métodos posibles para hacerla desistir. Y, a partir de ahí, esa historia pequeña, insignificante incluso, se convierte en la lucha de todos. Cada uno podemos sentirnos reflejados en ella. También en el papel que elegimos.

Podemos ser el que impone su voluntad por encima de todo, aunque sea pisoteando los derechos del débil. El indiferente que mira para otro lado. El cómplice del más fuerte. El frívolo que se presta a engañar a la víctima. El que, por dignidad, porque sabe lo que es perder, por solidaridad, se atreve a defender al débil. Y, por supuesto, la mujer que, empeñada en cumplir su sueño, encuentra la fortaleza en su convencimiento. Una heroína que nunca quiso serlo, que solo quería seguir leyendo e invitar a otros a disfrutar con las mismas historias que colmaban su vida. Lucha por su libertad. Pero, al fin, lucha por defender su lugar en la comunidad. Ella también es parte del pueblo. La librería es la muñeca más pequeña de una matrioska. El resto de las muñecas, hasta las más grandes, están concentradas en ella. La excelencia y la miseria humanas. El combate entre el bien y el mal. La lucha y la rendición. La denuncia y el silencio cómplice.

Es imposible hablar de la última película de Isabel Coixet sin extrapolar la historia de Florence a la situación que ha vivido la directora durante los últimos meses. Desde una mirada de izquierdas, Coixet se ha manifestado públicamente en contra de la independencia. Su posicionamiento ha generado una campaña de ataque y desprestigio que ha ido mucho más allá de los trolls enloquecidos de Twitter. Señalada e insultada por la calle, los agresores (no merecen otro nombre), han llegado a ampliar la diana de sus ataques incluso a sus familiares.

¿Qué nos está pasando para que una profesional cuyo cine es un ejemplo de compromiso, reconocida internacionalmente y que es, sin duda, uno de nuestros principales valores culturales, sea despreciada y no se despierte una ola de solidaridad en su defensa? ¿Dónde están las declaraciones de apoyo de los colegios profesionales, de las instituciones culturales, de las asociaciones civiles en defensa de la libertad de expresión? ¿Tan sobrados vamos de talento que nos permitimos cuestionar el derecho a pensar diferente? ¿Tan escasos vamos de humanidad?

Con machacona insistencia se pretende asociar el procés a una suerte de revolución progresista. Pero esa ensoñación solo es parte de una propaganda tan efectiva como invasiva y falsaria. Bajo su lógica (¿es posible llamarla así?), personas comprometidas con los derechos ciudadanos y la lucha contra la desigualdad se ven tachadas de fachas. ¡Fascistas! Qué rápido, con qué falta de ética se acusa al discrepante de lo contrario de lo que es.

Son muchos los que llevan años desesperándose al constatar que el debate político en Catalunya está secuestrado por el eje nacional, arrinconado el social. La propia llamada a la desobediencia de la ley es más que cuestionable. En una sociedad democrática (por imperfecta que sea), la ley siempre es el último baluarte del débil. Más allá de la ideología y del tacticismo, la convivencia y el respeto deberían ser siempre fronteras infranqueables.

Como a Florence, siempre nos queda el refugio de los libros... o de las películas. Buscar en ellos el calor, el cobijo que quizá no encontramos en otros sitios. La ficción puede llegar a ser tan verídica como la realidad. Especialmente cuando en esta última hallamos la serenidad y comprensión que no encontramos en otros sitios. A veces, incluso, en la reunión familiar o de amigos. En una última carambola, es posible que la mala ficción del procés nos anime a buscar asilo en la buena ficción de la novela y el cine. Si fuera así, aún sacaríamos algo bueno de todo este despropósito.

Emma Riverola, escritora.

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