Todo por el poder

La manifestación que se celebró en Pamplona el pasado sábado fue convocada por el Gobierno navarro en defensa "del fuero y de la libertad". Pese al objetivo publicitado en el lema, que pretendía dar cabida al conjunto de los demócratas, todo el mundo sabía a priori, o tuvo que aceptar a posteriori, que aquel acto supuestamente incluyente era en realidad un acto electoral organizado por una institución pública en beneficio de la marca que el Partido Popular tiene en la Comunidad Foral de Navarra. Hay que reconocer, desde esta perspectiva electoralista, el acierto que los populares tuvieron al elegir Pamplona como el punto culminante --al menos, por el momento-- de esa larga cadena de manifestaciones que, en nombre propio o por persona interpuesta, han venido organizando contra el Gobierno de Rodríguez Zapatero.

En ningún lugar se sienten, en efecto, con igual intensidad que en Navarra los dos estímulos que al PP le están sirviendo de acicate para azuzar las emociones más pasionales de la población en favor de la campaña de acoso y derribo en que se ha embarcado. Los fantasmas de la rendición ante el terrorismo y de la desmembración nacional a manos del separatismo adquieren, en la mente de los habitantes de ese territorio, especiales visos de poder convertirse en realidad.

Si el gobierno de Miguel Sanz hubiera querido ser de verdad incluyente, habría podido convocar la misma manifestación, en vez de frente a las supuestas intenciones del presidente Zapatero, contra quienes realmente ponen en peligro la integridad de Navarra y de los navarros. No habría tenido que cambiar siquiera de lema. Porque el rechazo del chantaje al que ETA y Batasuna quieren someter a la Comunidad Foral, proponiéndole el cese de la violencia a cambio de la modificación de su estatus jurídico-político, no es en absoluto exclusivo de los populares, sino, por el contrario, compartido también por socialistas y nacionalistas. Todos ellos están de acuerdo con el "Navarra no se negocia" que completaba el lema de "Fuero y libertad".

Pero el Gobierno navarro quería excluir y no incluir. Por eso, trampeó con el lema y dirigió a los navarros, no contra la amenaza real, sino contra el fantasma imaginario. Tuvo que atribuir para ello a Zapatero la ignominia de haberse rendido ya al chantaje de ETA, o de estar en disposición de hacerlo en el futuro, cuando muy bien saben Miguel Sanz y su Gobierno, así como el partido al que sirven de franquicia en Navarra, que ningún gobernante en su sano juicio cometería tamaño dislate aunque solo fuera por instinto de supervivencia. Navarra no se negocia, no porque lo diga ningún principio democrático, sino, simple y llanamente, porque nadie está dispuesto a cometer el suicidio político de negociar con ella. Ni siquiera Zapatero.

Tan evidente resulta lo anterior que produce casi sonrojo ponerlo por escrito. Sin embargo, ETA y Batasuna han hecho tales estragos en la percepción que los navarros tienen de sí mismos que hasta lo más evidente puede ser tergiversado. Ahí está, por ejemplo, la cuestión de la relación especial que pudiera establecerse entre Navarra y la Comunidad Autónoma del País Vasco. Hoy es el día en que ni los nacionalistas integrados en Nafarroa Bai --Eusko Alkartasuna, Partido Nacionalista Vasco y Aralar-- se atreverían a ir más allá de algún tipo de órgano de cooperación en materias de interés común. Desde luego, a ninguno de ellos se les ocurriría poner sobre la mesa la hipótesis de la integración que contemplan tanto la Constitución como el Estatuto de Gernika y el Amejoramiento del Fuero.

El terrorismo etarra ha convertido en tabú político lo que hasta el bloque de constitucionalidad considera posible. Por eso, consciente de esta exacerbada sensibilidad que en Navarra produce "lo vasco", el Gobierno de Miguel Sanz quiso, con su manifestación, dar un paso más en su política de acoso. No contento con echar sobre los socialistas la sospecha de rendición ante el chantaje etarra, pretendió también comprometerlos en su propuesta de supresión de la Disposición Transitoria Cuarta de la Constitución. Quizá no se percataba de que, con ello, no solo estaría oponiéndose al supuesto expansionismo de los nacionalistas vascos, sino que, además, pondría en un gueto dentro de su propia comunidad a una parte no desdeñable de la población navarra que encuentra en esa disposición un horizonte de posibilidad para la realización de sus legítimas aspiraciones.

Este mismo afán excluyente se puso de manifiesto en la apelación que el presidente Sanz hizo a los socialistas, antes de la manifestación, para que se comprometieran también a no pactar, tras las elecciones, con quienes podrían poner en peligro el actual estatus de la Comunidad Foral de Navarra. La referencia a Nafarroa Bai era evidente. Pero la apelación constituía, a la vez, la más clara y burda prueba de la intención electoral de la convocatoria. La exclusión de Nafarroa Bai de cualquier pacto electoral equivale, de hecho, al blindaje a perpetuidad de la derecha en el Gobierno de Navarra. La desfachatez de la propuesta es tan desvergonzada que uno no acaba de comprender cómo el Gobierno de Navarra se atrevió a encubrirla bajo palabras tan solemnes como las que se leían en la pancarta: "Fuero y libertad. Navarra no se negocia". No parecía posible tanta hipocresía.

José Luis Zubizarreta, escritor.