Todo provisional

El año electoral que ahora comienza no ha tenido precedentes desde el crucial periodo que se vivió entre el referéndum constitucional de diciembre de 1978, generales el 1 de marzo de 1979, municipales el 3 de abril, para terminar con los referéndums autonómicos de Euskadi y Catalunya. En estos últimos años la política española ha vivido momentos históricos y también de una inusitada confrontación. Pero la aparición de formaciones y candidaturas que se salen del juego desplegado hasta ahora por las corrientes de la transición anuncia algo inédito. El lenguaje políticamente correcto concede a las elecciones la virtud de clarificar el panorama. Se trata de una presunción equívoca y en parte falaz, porque nos llevaría a concluir que este 2015 va a ser el año más diáfano de nuestra reciente historia dado que en él se sucederán cuatro convocatorias de relevancia.

La realización del escrutinio no es sinónimo de claridad cuando la agenda electoral está sujeta a cálculos partidarios, las formaciones no se muestran transparentes respecto a sus intenciones y hasta el sentido del voto ciudadano puede acabar reinterpretándose a conveniencia. El 2015 no ofrecerá nada definitivo. Más bien conferirá provisionalidad a todo.

Es poco edificante que quienes tienen potestad de convocar elecciones se jacten de actuar con malicia y cálculo partidista, invitando a los electores a que valoren esa característica suya. Tal conducta resulta además absurda, porque las ventajas de una fecha dada son siempre especulativas y nunca pueden contrastarse. Ocurre con el 27 de septiembre y ocurre con el calendario andaluz. Uno de los aspectos que hace que las elecciones sean opacas es que quienes concurren a ellas se guardan como baza las alianzas postelectorales. Se da por supuesto que anunciar de antemano con quién se estaría dispuesto a pactar –y con quién no– sería un rasgo de ingenuidad imperdonable, o una falta de sentido democrático por prejuicioso y excluyente. La excepción fue que en la campaña autonómica del 2006 Artur Mas firmó ante notario no pactar con el PP. Pero, más allá de la prudencia formal, dicha incógnita se utiliza para todo menos para clarificar las cosas.

En esta ocasión se da además la circunstancia de que las elecciones adquieren para algunos de sus contendientes rasgos plebiscitarios, y no sólo para el soberanismo independentista catalán que sumará los sufragios que obtenga la hoja de ruta que comparta. También se medirá hasta qué punto el régimen de 1978 sale refrendado o malparado de la contienda, o si la política económica del Gobierno Rajoy consigue congraciar al PP con su propio electorado, o si Susana Díaz sale con bien de sus primeras elecciones como cabeza de lista. Claro que la interpretación plebiscitaria de toda elección de representantes acaba siendo la más incierta y manipulable cuando los partidos transfieren al voto ciudadano la responsabilidad de clarificar algo que ellos enmarañan después.

La otra presunción equívoca que acompaña a las elecciones es que se presentan como un acto de justicia, que supuestamente premia a quienes han realizado el bien y castiga a los que lo han hecho mal. Se entiende que las urnas perdonan los errores cometidos e incluso las imputaciones más graves cuando los propios muestran fidelidad a las siglas. Del mismo modo que de esa visión justiciera, siempre a medida, se desprende la falta de razón de aquellos que hayan denunciado tropelías e injusticias sin obtener votos a cambio. No porque esas denuncias no fuesen creíbles, sino porque quien las formula tampoco ofrece nada a cambio. Se entiende que las urnas nunca son injustas. Que el público siempre tiene razón. A partir de ahí es cuando en el escrutinio se amontonan los votos a conveniencia, estableciendo lógicas de las que ese mismo público no había sido avisado.

En el 2015 veremos cómo la casta será derrotada por una minoría que no hará de David sino que perseguirá el poder hasta el último aliento. Cómo Andalucía renovará su compromiso con los que vienen gobernándola desde el primer minuto autonómico. Cómo Catalunya sigue siendo soberanista sin saber cómo. O cómo el partido que hoy es de Rajoy concluirá a final de año que su política ha sido refrendada y sus pecados, si los hubiere, perdonados sin penitencia alguna. El año en que están anunciadas tantas cosas no pasará nada definitivo. El 2015 será un peldaño más en esta interminable provisionalidad por la que discurre la política española. Hasta es probable que nadie se haga cargo verdaderamente del país, porque la política de la provisionalidad consume toda la energía de las instituciones.

Kepa Aulestia

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