Todo vale contra el catalanismo

Nos ha sorprendido desagradablemente el artículo de Gabriel Tortella El tigre que nunca debió salir de la jaula, publicado en EL PAÍS el pasado día 19, porque creíamos que el autor era un académico que acostumbraba a documentar sus planteamientos. En este caso no es así, ya que al tono excitado de todo el texto se une una serie de aseveraciones históricas y políticas sesgadas e incluso erróneas.

La tesis central del artículo es que todo lo que está pasando en Cataluña responde básicamente a una maniobra perversa del nacionalismo catalán que, alimentado por la frustración, por “celos violentos” y porque, a su juicio, el catalán tiene un relieve insignificante, durante los últimos decenios se ha dedicado al “adoctrinamiento masivo y sistemático” tanto en el conjunto de aparato educativo como desde los medios de difusión. El resultado ha sido un “bombardeo mental incesante” que ha logrado “enardecer las masas” y crear un ambiente de “paroxismo separatista”. Para llegar a estas rotundas “conjeturas”, el autor reconoce que sus fuentes informativas han sido la prensa y algunas conversaciones. Si sus fuentes de información fundamentales solo han sido los “plurales” medios de comunicación de Madrid y alguna tertulia de café, apañados estamos. ¿Cómo es que teniendo familiares, amigos y colegas en Barcelona no se informa directamente y mejor antes de escribir? ¿Ha hablado con algunos maestros y profesores de Cataluña, ha consultado los libros de texto que se utilizan allá —que son los mismos que en toda España—?

A lo largo del artículo sostiene de forma reiterada que los historiadores catalanes estamos ofreciendo una interpretación histórica llena de falsedades, de versiones deformadas y victimistas. Y para demostrarlo evoca el episodio de la derrota militar catalana de 1714 y afirma que es falso que los catalanes defendieran entonces una nación. Para empezar, un impreso de 1714, Lealtad catalana, afirmaba que “Solo las resoluciones que se toman en Cortes de un reino o provincia son las que se atribuyen a la nación (...) […]la nación que solo se representa en sus Brazos unidos (...) […]toda la nación catalana, junta en los Brazos resolvió el defenderse por el rey en cuyo dominio estaba”. Dejando al margen el debate sobre el concepto que entonces se tenía de lo que era una “nación”, lo que sí es históricamente irrebatible es que las instituciones catalanas lucharon por salvaguardar sus Constituciones, su sistema representativo y por las libertades de toda España, frente a la imposición de un modelo de Estado absolutista que acabó con la monarquía plural de los Austrias. Lo cierto es que Cataluña perdió entonces su estructura jurídico-política secular cimentada en las Cortes y en las Constituciones y que con la Nueva Planta se impuso un sistema absolutista, centralista y militarizado que eliminó los cauces de participación política.

Además, es falso que el recuerdo de la derrota de 1714 no aparezca hasta finales del siglo XIX. Solo un desconocedor de la historia puede ignorar no solo las continuas referencias a este episodio que ya aparecen en diversos textos a lo largo del siglo XVIII, al tiempo que las libertades perdidas fueron invocadas reiteradamente en protestas y en memoriales reivindicando el sistema representativo municipal liquidado en 1714 (como en el Memorial de 1760 a Carlos III) y en las intervenciones de parlamentarios catalanes en las Cortes de Cádiz (Capmany, Aner, Dou, etcétera), en las del trienio 1820-1823, en las del Estatuto Real, en las constituyentes de 1837 y posteriormente en los discursos de numerosos parlamentarios catalanes de diversas adscripciones políticas.

Identificar la unión de coronas de 1479 —el matrimonio de los Reyes Católicos— con la creación de la “nación española”, como lo hace Tortella, responde a un planteamiento de carácter esencialista totalmente desacreditado en los ámbitos científicos internacionales. Como es sabido, de la unión de coronas surgió una monarquía compuesta que mantenía el ordenamiento jurídico político de los dos bloques: la Corona de Castilla y la Corona de Aragón. Por otra parte, la idea de la “conllevancia” con la cuestión catalana no es de Manuel Azaña, sino de un discurso parlamentario de José Ortega y Gasset en 1932.

La metáfora del tigre y la jaula rezuma autoritarismo antidemocrático y evoca el malhadado “justo derecho de conquista” de Felipe V. Eso de volver a encerrar en la jaula al tigre separatista recuerda demasiado a la retórica franquista para ser de recibo. ¿Creen realmente los demócratas españoles que el actual problema catalán se resuelve a base de jaulas?

Todo vale con tal de no atender a una realidad que se soslaya reiteradamente en el artículo, lo que ha pasado los últimos 10 años: sentencia del Tribunal Constitucional que laminó el Estatuto refrendado y aprobado por el Parlament y las Cortes y liquidó el espíritu de entendimiento de 1978; incumplimiento sistemático por parte del Gobierno de Madrid de las inversiones previstas en ese Estatuto, etcétera, etcétera; y que, a consecuencia de todo ello, hoy la mayoría de los catalanes sea partidaria de ejercer el derecho a decidir. Apelar a la corrupción, ampliamente extendida por toda España, o a la muy discutible gestión del Gobierno actual de CiU, no constituye ningún argumento válido a la hora de analizar el incremento del soberanismo y aún menos para menospreciarlo.

En suma, nos parece que el artículo adolece de basarse en unas supuestas teorías conspirativas y en negarse a conocer la realidad de la situación catalana. Venga usted a Barcelona, hable con la gente y después opine. No lo haga de oídas y sin rigor. Y, por favor, no intoxique más el ambiente mediático con metáforas impropias de un demócrata.

Borja de Riquer es catedrático de Historia Contemporánea (UAB) y Joaquim Albareda es catedrático de Historia Moderna (UPF).

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