Todos los hijos de la Reina

¿Le quedan aspectos positivos a la monarquía (la monarquía constitucional, no el tipo despótico)? Los argumentos contra la permanencia de reyes y reinas son en su mayoría bastante racionales. No es razonable en esta era democrática dar un trato especial a personas específicas únicamente debido a su cuna. ¿Realmente se supone que debemos admirar y amar las monarquías modernas, como la Casa Británica de Windsor, más aún hoy en día, sólo porque una nueva princesa ha sido seleccionada de entre la clase media?

Monarquía tiene un efecto infantilizante. Prueba de ello es cómo personas adultas, normalmente razonables y de buen juicio, se reducen a sonreír nerviosa y aduladoramente cuando se les concede el privilegio de tocar una mano de la realeza. En las grandes muestras de fasto monárquico, como la boda real en Londres, millones quedaron fascinados por sueños, como de niños, de una boda de "cuento de hadas". La mística de una inmensa riqueza, un nacimiento de sangre azul y gran exclusividad se ve alimentada por los medios de comunicación globales que promueven estos ritos.

Ahora bien, uno podría argumentar que la digna pompa de la Reina Isabel II es preferible a la grandiosidad de mal gusto de Silvio Berlusconi, Madonna o Cristiano Ronaldo. De hecho, la monarquía británica, sobre todo, se ha reinventado a sí misma mediante la adopción de muchas de las características más vulgares del moderno mundo del espectáculo o la celebridad deportiva. Y a menudo los mundos de la realeza y la fama popular se superponen.

Por ejemplo, David Beckham y Victoria, su esposa ex-estrella del pop, viven su propio sueño de realeza, imitando algunos de sus aspectos más llamativos. También fueron unos de los privilegiados invitados en la última boda real. Del mismo modo, si bien Gran Bretaña tiene muchos músicos destacados, el favorito de la corte real es Elton John .

Infantil o no, existe un deseo común en los seres humanos por solazarse con los detalles de las vidas de reyes, reinas y otras estrellas fulgurantes. Llamar una extravagancia inútil las muestras de ostentación de estas personas es perder el punto: un mundo de sueños relucientes que debe permanecer totalmente fuera de nuestro alcance es precisamente lo que mucha gente quiere ver.

Pero hay otro lado más oscuro de este deseo, que es el ansia de ver a los ídolos arrastrados por el barro de las sucias revistas de chismes, los tribunales de divorcio y demás. Es el lado vengativo de nuestra adulación, como si la humillación de adorar a los ídolos debiera equilibrarse con nuestro deleite por su caída.

De hecho, obligar a las personas que nacen en familias reales, o a quienes se casan en ellas, a vivir en una pecera donde están en exhibición permanente, como actores y actrices de una eterna telenovela en que las relaciones humanas están distorsionados y sujetas a absurdas normas de protocolo, es una terrible forma de crueldad. La emperatriz japonesa actual y su nuera, ambas procedentes de familias no aristocráticas, han sufrido crisis nerviosas como consecuencia de ello.

Del mismo modo, a menudo las estrellas de cine son víctimas del alcohol, las drogas y las crisis emocionales, pero al menos han elegido la vida en que viven. En general, no es así en el caso de los reyes y reinas. El Príncipe Carlos podría haber sido mucho más feliz como jardinero, pero eso nunca fue una opción para él.

Una cosa que se puede decir de los monarcas es que proporcionan a las personas un sentido de continuidad que puede ser útil en tiempos de crisis o cambios radicales. El Rey de España dio estabilidad y continuidad tras el fin de la dictadura de Franco. Durante la Segunda Guerra Mundial, los monarcas europeos mantuvieron vivo un sentido de esperanza y unidad entre sus súbditos bajo la ocupación nazi.

Pero hay algo más: las monarquías suelen ser populares entre las minorías. Los judíos fueron algunos de los súbditos más leales del emperador austro-húngaro. Francisco José I defendió a sus súbditos judíos cuando fueron amenazados por los antisemitas alemanes. Para él, todos eran iguales, ya fueran judíos, alemanes, checos o húngaros, dondequiera que vivieran, desde el más pequeño shtetl de Galitzia a las grandes capitales de Budapest o Viena. Esto daba cierta protección a las minorías en momentos de un creciente nacionalismo étnico.

En este sentido, la monarquía es un poco como el Islam o la Iglesia Católica: se supone que todos los creyentes son iguales a los ojos de Dios, el Papa o el Emperador: de ahí que los pobres y los marginados se sientan protegidos por ellos.

Esto podría explicar cierta animosidad populista de derechas contra la monarquía. El líder populista holandés Geert Wilders, por ejemplo, ha denunciado a la reina Beatriz en varias ocasiones como una elitista y multiculturalista de izquierdas. Al igual que la nueva ola de populistas en todo el mundo, Wilders promete recuperar su país para sus seguidores, detener la inmigración (especialmente de musulmanes) y hacer que Holanda vuelva a ser holandesa, sea lo que sea que ello signifique.

Beatriz, al igual que Francisco José, se niega a hacer distinciones étnicas o religiosas entre sus súbditos. Eso es lo que quiere decir cuando predica la tolerancia y la comprensión mutuas. Para Wilders y sus partidarios, esto es una señal de debilidad ante los extranjeros y los musulmanes. La reina les parece casi anti-holandesa.

Al igual que todas las familias reales europeas, los orígenes de la familia real holandesa son decididamente mixtos. La aparición de los reyes y reinas como representantes específicamente nacionales es un rasgo histórico relativamente reciente. Después de todo, los imperios incluían muchas naciones. Reina Victoria, cuya sangre era mayormente alemana, no se consideraba una monarca sólo de los británicos, sino también de los indios, malayos y muchos otros pueblos.

Esta tradición aristocrática de estar por encima de las estrechas limitaciones del nacionalismo étnico puede ser el mejor argumento para aferrarse a la realeza un poco más. Ahora que muchos países europeos se han vuelto cada vez más variados en términos de etnicidad y cultura, la única forma de avanzar es aprender a vivir juntos. Si los monarcas pueden enseñar a sus súbditos a hacerlo, entonces demos al menos un saludo a los reyes y reinas restantes.

Por Ian Buruma, profesor de Democracia y Derechos Humanos en el Bard College. Su último libro es Taming the Gods: Religion and Democracy on Three Continents. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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