Todos los hombrecillos del Presidente

Uno por uno, el Presidente ruso Vladimir Putin ha ido sacando de sus cargos a sus asesores más cercanos y antiguos. La víctima más reciente (y seguramente no la última) es Sergei Ivanov, ex agente de la KGB (como el mismo Putin) y ministro de defensa, que acaba de ser obligado a dejar sus funciones como jefe de estado mayor del Kremlin.

Ivanov, dirigente relativamente importante, está siendo reemplazado por un administrador más bien ornamental: Anton Vaino, ex jefe del Directorado del Programa de Protocolos. De manera similar, el reformista ministro de educación y ciencias, Dimitri Livanov, fue despedido y reemplazado por la insulsa burócrata Olga Vasilieva, en lo que resulta ser un inusual nombramiento de una mujer conocida por sus opiniones estalinistas (imaginad al presidente francés dando un puesto importante del gabinete a un funcionario medio perteneciente al Frente Nacional de extrema derecha).

Como de costumbre, Putin no ha dado explicaciones reales para estos cambios, dejando a los “kremlinólogos” (que han resucitado bajo su gobierno) poco material excepto un patrón claro: aquellos que antes podían hablar de igual a igual con el presidente están siendo reemplazados por funcionarios que le deben sus carreras.

¿Por qué ahora? De acuerdo a un miembro del círculo íntimo de Putin durante los primeros años del régimen, la última purga no hace más que reflejar su idea de lo que es una administración eficaz. Hace años, durante una reunión entre Putin y sus plenipotenciarios regionales (que básicamente se encargan de mantener vigilados a los gobernadores regionales), uno de los presentes preguntó al presidente cómo describiría la función de los enviados. Respondió: “Bueno, se supone que son una especie de… funcionarios de enlace”.

En otras palabras, Putin espera que los miembros de su equipo sean leales, obedezcan como soldados y transmitan con eficiencia la voluntad del soberano a lo largo de la cadena de mando. Esto explica la composición de la nueva guardia (tecnócratas y funcionarios del ejército y los organismos de seguridad, conocidos como siloviki) a los que Putin está preparando para desempeñarse en la nueva elite rusa después de las elecciones presidenciales de 2018.

Y no nos equivoquemos: la relativa juventud de la nueva elite de Putin no significa que sea más liberal. Ninguna de las nuevas personas que ha nombrado sostiene nada parecido a un punto de vista progresista; de hecho, no demuestran ningún tipo de compromiso o aspiración ideológica. Son simplemente lo que el caudillo checheno y leal partidario del Kremlin Ramzan Kadirov llama “soldados de Putin”.

Los viejos colaboradores están siendo apartados con diferentes pretextos y medios. Por ejemplo, Ivanov –al que hace diez años muchos consideraban un posible sucesor de Putin-, recibió un nuevo cargo: “Representante Presidencial Especial para Protección del Medio Ambiente, Ecología y Transporte”. El jefe del Servicio Federal de Aduanas, Andrei Belianinov, cayó en desgracia porque la policía allanó su opulenta residencia privada y encontró en ella cajas llenas de efectivo.

Putin sabe que sus viejos compañeros están cansados, son ineficaces, a menudo excesivamente ricos y cómodamente corruptos, que no es lo que necesita para un nuevo mandato presidencial. Lo que necesita son “funcionarios de enlace” un poco más jóvenes que ejecuten sus órdenes sin hacer preguntas. Los miembros de la nueva guardia de Putin ya se ven a sí mismos como leales subordinados y, a diferencia de la vieja guardia, no esperan del presidente que sea su amigo.

Es difícil predecir lo que pasará con los miembros restantes de la vieja guardia. Algunos (como Sergei Chemezov, Director Ejecutivo de la corporación estatal Rostec, especializada en defensa y alta tecnología, e Igor Sechin, “cardenal gris” del Kremlin y director ejecutivo de la petrolera estatal Rosneft) seguirán teniendo cargos de gran poder, con poca inclinación a renunciar a ellos.

Pero Putin cuenta con mucho tiempo para hacer su voluntad: los 18 meses hasta las elecciones presidenciales y un mandato de seis años tras ellas. Mientras tanto, al nombrar a una archiconservadora como ministra de educación, proporciona a su nueva guardia, llena de miembros del ejército, funcionarios de rango medio con opiniones rabiosamente aislacionistas e imperialistas. Con esto no sólo se pondrá en peligro lo que se haya logrado en términos de liberalización en la era de su predecesor Boris Yeltsin, sino también las limitadas mejoras sociales alcanzadas durante su propio gobierno.

El astuto instinto de autopreservación de Putin parece ser lo único que le impide eliminar a los pocos liberales leales que siguen teniendo cargos económicos clave en su gobierno, como el Ministro de Desarrollo Económico Alexei Uliukayev, el Ministro de Finanzas Anton Siluanov y la jefa del Banco Central de Rusia, Elvira Nabiullina.

Incluso si estos funcionarios siguen en sus cargos en el próximo período presidencial de Putin, podemos suponer con bastante certeza que no nombrará a un liberal destacado, como el ministro de finanzas Alexei Kudrin, para reemplazar a Dmitri Medvedev como primer ministro. Su actual estrategia en materia de personal sugiere que escogerá algún sátrapa anodino, alguien como Vaino.

Algo que sabemos de seguro es que la política interna y exterior de Rusia no va a cambiar y que únicamente Putin la seguirá determinando. Hoy la presidencia es la única institución sin vaciar en la Rusia actual, por lo que el presidente será quien tome todas las decisiones políticas de peso. Todos los demás son sólo funcionarios de enlace.

Andrei Kolesnikov is a senior associate and the chair of the Russian Domestic Politics and Political Institutions Program at the Carnegie Moscow Center. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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