Que en el pasado todo fue mejor es un prejuicio humano común, aunque raramente este sesgo ha resistido un escrutinio, y las relaciones franco-germanas no son la excepción. Si bien la relación bilateral ha sido por largo tiempo de la mayor importancia para Europa, también es cierto que siempre se ha visto caracterizada por disputas y hasta rupturas profundas.
Esa mitologización es comprensible. La relación entre Francia y Alemania constituyó los cimientos de la Unión Europea, que comenzó como una comunidad del carbón y el acero a principios de la década de 1950 y sigue siendo su eje central. Sin esos países -los actores más importantes, política y económicamente hablando, y que encarnan el equilibrio entre el norte y el sur mediterráneo del continente- no habría sido posible hacer avances reales hacia la integración europea.
Sin embargo, tras su ampliación de 2004, se complicaron los engranajes internos de la UE, ya que se añadió una nueva dimensión a la tradicional orientación norte-sur: la de Europa central y del este. La importancia de esta región no ha hecho sino aumentar ahora que el Presidente ruso Vladimir Putin ha invadido un país vecino soberano, trayendo de vuelta al continente un conflicto bélico a gran escala
Con independencia de cómo se resuelva ese conflicto, se ha producido una irreversible pérdida de confianza entre Europa y Rusia. La agresión de Putin ha cambiado radicalmente el cálculo estratégico y ha creado las condiciones para un nuevo tipo de Guerra Fría en Europa central y del este. Su Rusia representa una previsible amenaza de largo plazo que forzará a Europa y sus estados miembros a invertir mucho más en la capacidad de defenderse a sí mismos, su sistema democrático liberal y sus principios por medios militares.
En pocas palabras, la UE se debe transformar en un actor geopolítico soberano con sus propias capacidades disuasorias para defender sus intereses. Este desafío le corresponde antes que a todos a Alemania, y no solo porque es el estado miembro más poblado, ubicado en el corazón de Europa y que ostenta la mayor economía. Igual de relevante es su propia y horrenda historia en el siglo veinte: dos veces hizo estallar la guerra en el continente, cometiendo en el régimen de Hitler crímenes inimaginables hasta su rendición incondicional y su partición.
El principal agresor de la primera mitad del siglo veinte se convirtió en un próspero país de comerciantes y fabricantes. Renunciando a la guerra e impulsando una política pacifista que sentó profundas raíces en su pueblo, Alemania se volvió un gran país exportador. Con el tiempo, esta trayectoria de posguerra le permitió ir reconstruyendo los lazos de confianza con sus antiguos enemigos, lo que fue una precondición para la reunificación pacífica de 1990.
Pero la guerra de agresión de Putin ha hecho trizas la ilusión de que Alemania pueda seguir siendo indefinidamente un pacífico país comercial. Tras 30 años de relativa paz y prosperidad, hoy Europa, una vez más, se encuentra bajo una amenaza militar directa. Como la mayor potencia económica del continente, Alemania tendrá que decir adiós a su pacifismo y comenzar a rearmarse, poniendo, en la práctica, valor estratégico a su poder económico.
Ya ha dado pasos en esa dirección. En su discurso “Zeitenwende” (momento decisivo) de finales de febrero, el Canciller alemán Olaf Scholz anunció un nuevo fondo especial de €100 mil millones ($99 mil millones) para el ejército alemán, seguido de un paquete adicional de €200 mil millones para compensar los efectos del alza de los precios de la energía. Pero no nos equivoquemos: es inevitable que esta nueva Alemania sea mirada con sospechas por sus vecinos, especialmente Francia.
Es entendible que Francia, como la única potencia nuclear de la UE y su único estado miembro con un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (dos cosas que Alemania no desea ni jamás logrará), tiene una actitud suspicaz del nuevo papel de su vecino. Todavía no está claro qué tipo de Europa desea la nueva Alemania, y esta incertidumbre ha dado pie a una inseguridad innecesaria. Las muestras de ineptitud y falta de coordinación del gobierno germano tras el discurso de Scholz no fueron de mucha ayuda.
Demasiadas suspicacias entre Francia y Alemania podrían llevan a malentendidos y errores no forzados en ambos lados, dando origen a conflictos que afectarán más todavía la seguridad europea. Con una guerra terrestre de gran escala en su frontera oriental, necesita exactamente lo contrario: una cooperación y colaboración mucho más estrecha entre sus dos mayores miembros, especialmente en el ámbito de los proyectos armados conjuntos.
La situación se ha vuelto más complicada con el giro hacia el este del centro de gravedad de la UE, y por su reciente promesa de ampliarse a Ucrania, Georgia y Moldavia. Estos nuevos procesos de ingreso acelerarán la transformación de la UE desde un proyecto de modernización y mercado conjunto hacia un actor geopolítico. Más aún, hay promesas pendientes y todavía incumplidas a los países de los Balcanes occidentales, por no mencionar la extremadamente compleja cuestión turca. Resulta evidente que hoy se ha convertido en un interés estratégico prioritario para Europa el lograr que estos países lleguen a una más estrecha alineación.
Estas regiones, junto con el Mediterráneo oriental y África del norte y occidental, serán los principales focos de preocupación para la seguridad europea en las próximas décadas. Europa deberá interactuar con ellas, al tiempo que colabora estrechamente con sus socios transatlánticos mediante una OTAN sólida. El que la UE pueda hacerlo dependerá primeramente de Francia y Alemania, que todavía deben seguir colaborando en un espíritu de amistad y buena fe, a pesar de los desacuerdos y las nuevas complicaciones que sobrevengan, y cooperar con todos los europeos en apoyo a su proyecto común.
Joschka Fischer, Germany’s foreign minister and vice chancellor from 1998 to 2005, was a leader of the German Green Party for almost 20 years. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.