Todos somos Ayuso

Dicen los listos que presumen de conocer cómo se mueven las preferencias electorales de la gente que quien es capaz de coincidir con el sentido común del momento político encuentra la piedra filosofal del éxito en las urnas. Y llevan razón.

Ese sentido común compartido no entraña necesariamente carisma. Ni tiene por qué ser el premio a una extraordinariamente buena gestión, o el castigo a otra excepcionalmente mala. Es algo más primario y transversal. Es la coincidencia con un amplio sentir general que podría explicar por sí solo, por ejemplo, el prolongado liderazgo de Angela Merkel en Alemania.

Hay algunas ocasiones, muy pocas, en las que un candidato (él o ella) logra trascender el respaldo que (incluso con las mejores previsiones) podría tener su partido. Que aglutina simpatías de cercanos y alejados, y que no termina de generar el rechazo que sus adversarios intentan proyectar contra su figura.

Es un momento mágico, con frecuencia irrepetible, capaz de romper tableros políticos y de elevar hasta las cumbres (por mucho o por poco tiempo) a los agraciados.

Posiblemente, ese momento mágico lo vivió, por muy poco tiempo, el Adolfo Suárez de la Transición. Hubo un instante de comunión entre el Juan Español que se estrenaba en las urnas y ese hombre con apariencia de clase media del que se decía que había estudiado muchísimo menos que sus pares y que se alimentaba de tortilla francesa en su despacho.

Ese instante fue mucho más duradero para el Felipe González de 1982. Más prolongado por su permanencia en el Gobierno, pero no en cuanto al entusiasmo que concitó aquel lejano 28 de octubre de hace ya 39 años.

Después de aquello, se dio por bueno que las elecciones no las gana el aspirante, sino que termina por perderlas quien está en el Gobierno. Hay que tener paciencia y esperar a esa futura derrota.

De acuerdo, eso es lo más probable. No es fácil conseguir ese momento mágico en el que un candidato (si está en el Gobierno o, más difícil todavía, si vivaquea en la oposición) coincida con el sentido común de la ciudadanía. Por eso, cuando ese momento se produce, el terremoto político que desata puede generar tsunamis inesperados.

Esta coincidencia con el sentido común de una mayoría que trasciende a las siglas y a las preferencias políticas se ha producido, sorprendentemente, en Madrid en torno a Isabel Díaz Ayuso. La amplitud de la coincidencia se verá el 4 de mayo, pero los indicadores adelantados son apabullantes.

El penúltimo, y tiene cierta gracia, es que la candidata de Más Madrid (que va muy bien en las encuestas, y puede acabar zampándose buena parte del voto del PSOE y de Podemos) acaba de grabar un vídeo electoral corriendo. ¡Vaya, pero si criticó el de Ayuso a la carrera! Dirán ustedes: es que lo de hacer deporte se lleva mucho y también Edmundo Bal tiene un vídeo corriendo. Y si todos copian, nadie es copión. Vale. Pues miremos otros indicadores.

Hasta el momento, y faltan los días más decisivos de la campaña, todos los intentos de generar un ardiente sentimiento de rechazo contra Ayuso se han diluido o se han vuelto en contra de sus promotores. Ni el Zendal, ni los tests de antígenos, ni la apertura de bares y comercios, ni, en general, su gestión diferencial de la pandemia ha dañado a la candidata, sino que ha potenciado su capital político.

Tampoco lo han hecho sus acuerdos (y desacuerdos) con Ciudadanos y con Vox: los votantes de ambos partidos (según las encuestas) la prefieren a sus propios cabezas de lista.

Ni siquiera le ha hecho mella el último arreón, a cuenta de la violencia política que (sin datos o contra los datos) se pretende atribuir a Vox, cuando no a ese ente genérico llamado la derecha. Fue muy madrileña la réplica de Ayuso al posible fallo de seguridad que permitió que un sobre con casquillos de bala llegara nada menos que hasta el despacho del ministro del Interior: “Si a mí me llega al despacho un abrelatas, aunque sea de mejillones, el responsable de seguridad de Sol ya puede ir buscando trabajo” es una respuesta que tiene todos los ingredientes para desarbolar el exceso, con los mejillones como aderezo cheli.

Falta por ver, y eso se medirá a partir del día 4, si el respaldo de señalados exdirigentes del PSOE se traduce en papeletas de antiguos votantes socialistas. No es imposible, porque la magia del momento político en el que un candidato logra esa inusitada confluencia con el sentido común general equivale a un grito anónimo de “¡Todos somos Ayuso!”. Todos y todas, no se vaya a enfadar a nadie.

¿Significa eso mayoría absoluta? No, ni falta que hace. Sólo con que signifique lo que adelantan las encuestas, el terremoto y sus tsunamis están servidos.

Primer (y principal) tsunami. El PSOE del muy madrileño Pedro Sánchez afronta el peor resultado electoral de su historia en Madrid, con un pequeño partido, Más Madrid, pisándole los talones y con el Podemos de su socio y exvicepresidente Pablo Iglesias relegado a lo marginal.

No hay mejor moción de censura contra el Gobierno de Sánchez y sus socios de Frankenstein que la que se está gestando en Madrid.

Segundo tsunami. Ciudadanos fue un proyecto muy interesante. Mucho. Lo fue, pero en algún momento dejó de serlo, y no parece fácil que pueda volverlo a ser.

El tercer tsunami es una incógnita. A ver qué pasa con Vox. ¿Superará o no los doce escaños de 2019, con el avance de Ayuso, y qué uso hará de su resultado?

Habrá más tsunamis, y todos se analizarán con detalle a partir del 4 de mayo. Hasta entonces hay una cosa clara. Isabel Díaz Ayuso ha conseguido que una amplísima mayoría de los madrileños la vean como esa hermana, esa amiga, esa vecina, esa hija, esa novia, esa mujer combativa que no se arredra ante nada ni ante nadie, que trabaja por salir adelante y en quien se puede confiar.

Por ser precisos: en quien han decidido confiar. No es poco.

Pilar Marcos es diputada del PP en el Congreso de los Diputados y periodista.

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