Tolerancia o guerra

A lo largo de la historia y en todo el mundo, el maltrato a las minorías (étnicas, religiosas, lingüísticas, culturales, regionales, ideológicas, sexuales o de cualquier otra clase) fue causa de violencia y devastación de sociedades. Algunos ejemplos tristemente célebres ocurridos durante el siglo pasado incluyen el Holocausto en la Alemania nazi, los campos de la muerte de los Jemeres Rojos en Camboya y el genocidio en Ruanda.

A menudo, el maltrato a las minorías y las reacciones que genera se asocian con líneas de fractura que dividen sociedades conflictuadas. Las minorías suelen sufrir desigualdad económica y marginalización política, y no hay señales de que esta tendencia negativa vaya a aminorar. Si bien los tratados internacionales, las leyes nacionales, el incremento en cantidad y capacidad de las instituciones, la mejora de la educación y los esfuerzos de grupos religiosos organizados que procuran fomentar el respeto a las minorías pueden ayudar a aliviar el problema, hasta ahora los esfuerzos colectivos han sido lastimosamente insuficientes.

Este problema solamente desaparecerá el día en que se deje de tolerar la intolerancia. Pero la historia reciente (desde las matanzas indiscriminadas perpetradas por el Ejército de Resistencia del Señor en África central y oriental, hasta los ataques de los talibanes paquistaníes contra los cristianos) muestra que el fanatismo sigue profundamente arraigado.

Además, la globalización y las tecnologías de comunicación instantánea hacen que sea imposible contener los conflictos dentro de las fronteras nacionales. Ahora, cualquier injusticia económica o política cometida dentro de un país puede alentar el descontento a través de regiones y continentes enteros.

Los conflictos étnicos en países como Kenia, Sudán, Sri Lanka y la ex Yugoslavia son muestra de lo difícil que será la tarea de reducir (y finalmente eliminar) la intolerancia. Pero hay sociedades multiétnicas, como Tanzania y Burkina Faso, que han podido evitar en gran medida los conflictos intercomunitarios. Hay otras, como Bélgica y Camerún, en las que a pesar de no haberse producido conflictos serios, el trato dado a las minorías lingüísticas y regionales fue causa de un considerable grado de animosidad interna. En el Líbano, la política oficial hacia las minorías religiosas y étnicas ha mostrado aciertos y errores, según el período que se considere. En todos estos países han actuado factores cuya comprensión puede ayudar a políticos y líderes religiosos y civiles de todas partes a hacer frente a la intolerancia.

Tal vez no haya intolerancia más imperdonable que la surgida de la religión organizada. Si bien por un lado todas las religiones organizadas enseñan la paz y el amor hacia el prójimo (y a menudo han intervenido exitosamente para prevenir o mitigar conflictos), por el otro ha habido en la historia ciertos momentos en que permitieron, alentaron e incluso propagaron el odio y la violencia. Ocurre con frecuencia que elementos marginales utilicen la religión como sostén para incitar a la violencia contra determinados grupos.

Hace un par de décadas, Ruanda fue escenario de un genocidio contra el cual las autoridades eclesiásticas, tanto católicas como protestantes, no alzaron sus voces a tiempo y de manera eficaz. Asimismo, en vez de condenar la adopción de tácticas terroristas por parte de grupos como los talibanes en Afganistán, el Boko Haram en Nigeria y Al Shabaab en Somalia, así como la destrucción de santuarios sufíes en Mali por la secta islamista radical Ansar Dine, los líderes musulmanes se han mantenido mayormente en silencio. Si bien ninguno de estos grupos representa un punto de vista mayoritario, todos ellos ejercen una influencia significativa, y es probable que estén convencidos de actuar al servicio de los intereses de la mayoría.

Los sucesos que siguieron a la Primavera Árabe pueden darnos alguna pista del futuro de la tolerancia religiosa. En Egipto, país con una minoría cristiana ortodoxa copta que representa el 10% de la población, una elección presidencial libre y justa consagró al candidato de la Hermandad Musulmana, Mohamed Morsi. Tras ganar la elección, Morsi renunció al partido para, según dijo, representar mejor a todos los egipcios, y prometió respetar los derechos de las minorías. Pero las medidas posteriores tendientes a otorgarse poderes presidenciales extraordinarios hacen dudar de la continuidad de estos primeros pasos positivos.

Protegiendo a las minorías, Morsi podría demostrar a otros gobiernos y movimientos políticos la importancia de los derechos de las minorías y alentarlos a seguir su ejemplo. Pero aún no se sabe si su base política islamista (incluidos en ella los radicales salafistas, que obtuvieron cerca del 20% de los votos para el parlamento) tendrá una actitud tolerante hacia la minoría cristiana en los meses y años venideros.

Una prueba incluso más importante tendrá lugar en Siria. El tambaleante régimen del presidente Bashar Al Assad está bajo dominio de los alahuitas, que solamente forman el 11% de la población. En general, la minoría gobernante ha sido tolerante respecto de los cristianos, kurdos, drusos y turcos, que en conjunto forman el 29% de la población; pero la mayoría suní ha sido por mucho tiempo objeto de la represión del régimen. Si un gobierno controlado por los suníes llegara a reemplazar a la dirigencia actual, sería particularmente alentador que decida proteger los derechos de las minorías.

El respeto a las minorías suele considerarse una cualidad más propia de los gobiernos democráticos, ya que a diferencia de las autocracias, en los sistemas democráticos con legislatura electiva, sistema judicial independiente, sociedad civil fuerte y prensa libre, los ciudadanos tienen formas de expresar sus opiniones y obtener justicia. Pero aunque es cierto que a lo largo de la historia las democracias han protegido mejor a las minorías, esto no puede darse siempre por sentado, así como no todos los regímenes autocráticos reprimen a las minorías. Una autocracia ilustrada puede proteger los derechos de las minorías tan bien como un gobierno firmemente democrático.

No obstante lo dicho, el historial de respeto de los derechos de las minorías en las democracias es mucho mejor que el de las autocracias. Este es uno de los motivos principales por los que históricamente, las democracias raras veces se han hecho la guerra mutuamente.

This commentary is part of the Carnegie Council Centennial projects.

David H. Shinn, a former US ambassador to Ethiopia and Burkina Faso, teaches at the Elliott School of International Affairs at George Washington University. Traducción: Esteban Flamini.

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