¿Tolerancia teórica o real?

Primero es el desconcierto; a continuación, la perplejidad; después, la irritación, y, finalmente, la hostilidad abierta. Me refiero a la reacción cada vez más frecuente en algunos sectores no independentistas, pero partidarios teóricos del referéndum, ante la posibilidad de que acabe tomando forma una convocatoria plebiscitaria con la presentación de una lista unitaria de independentistas que desborde el marco de los partidos: una lista y un mensaje inequívocos que permitirían celebrar indirectamente el referéndum y leer sin vacilaciones la voluntad mayoritaria de los ciudadanos.

Esta es una secuencia de sentimientos y reacciones generalizada entre intelectuales y comentaristas que, siendo contrarios a la propuesta secesionista, habían apostado con más o menos matices a favor del llamado derecho a decidir. Hay que reconocerles el mérito de defender un referéndum en el que podrían ganar las opciones independentistas que ellos no comparten. Hace falta ser valiente y tener convicciones democráticas profundas cuando se defiende lo que no conviene a uno mismo y además se carga con el menosprecio simultáneo del nacionalismo español más intransigente y del independentismo más radical. Por eso siempre he ponderado su honestidad.

Pero, a medida que se acerca la posibilidad real de celebrar indirectamente este referéndum, más hostiles se muestran algunos de quienes hasta ahora parecían aceptarlo. Cuanto más dispuestos se muestran Artur Mas y los independentistas a someterse a las urnas con un programa sin ambigüedades, más se les acusa de atentar contra la normalidad democrática.

¿Cómo quedamos? ¿La falta de validación electoral de un programa independentista no era el principal reproche que se hacía a Mas para privar de legitimidad su propuesta soberanista? ¿No han escrito algunos de los mejores teóricos contrarios a la secesión que Mas y el independentismo sólo estarían legitimados si ganaban en las urnas con un programa sin ambigüedades? Recuerdo en este sentido artículos de Rubio Llorente, de Javier Cercas o de Francesc de Carreras, entre otros. No entiendo el desconcierto generado por los últimos actos del pleito catalán. Son escenarios pronosticados desde hace tiempo: si hay pacto, Mas convocará una consulta legal, constitucionalmente inapelable, homologable internacionalmente, con todas las garantías democráticas de cualquier campaña electoral y pensada para obtener resultados de lectura inequívoca, que puedan generar consecuencias políticas claras.

Se ha reclamado al presidente que actuara dentro del marco legal, pero se le han negado las vías para hacerlo. ¿Ahora que propone aprovechar sus prerrogativas legales como presidente, también se lo reprochan? Es francamente decepcionante. Sobre todo cuando los reproches vienen de quienes, con displicencia paternalista, abonaban esta vía mientras parecía lejana.

Tal vez se habían creído a Aznar y su profecía de la autodestrucción de Catalunya. Quizás pensaban que nunca habría referéndum o que, si un día lejano lo había, también habría una propuesta de tercera vía para derrotar al independentismo. Ahora resulta que probablemente habrá referéndum indirecto y no habrá ninguna oferta alternativa. El presidente ha hecho una oferta que siempre había estado en su mano y que permitiría votar con garantías.

Tal vez el desconcierto derive del hecho de que hasta ahora el debate sobre el futuro político de Catalunya había transitado por los territorios plácidos de las hipótesis y resultaba fácil aceptar los derechos de los demás mientras no tenían ninguna vía para ejercerlos. Finalmente llega la hora de dejar atrás las teorías y adentrarse en los caminos problemáticos de las realidades. Dejar de predicar la democracia para pasar a practicarla. Dejar de defender teóricamente los derechos de todos para aceptarlos en la práctica.

Deberíamos recordar que el statu quo no es neutro. En absoluto. Mantener las cosas inamovibles da la victoria a una de las dos corrientes políticamente confrontadas, la que no quiere cambiar nada. No habría nada que objetar si no fuera porque es posible que esta sea la opinión de la minoría y que en consecuencia el statu quo podría estar pervirtiendo la voluntad mayoritaria. Yo no querría nunca para mis convicciones una victoria basada en esta perversión democrática.

Catalunya entra en momentos decisivos y convendría que todo el mundo hiciera examen de conciencia en relación con sus propias convicciones democráticas. Sin excusas. He reiterado muchas veces que puedo estar equivocado en mis preferencias. Si las decisiones mayoritarias van por otro camino, no tendré nada que objetar. Aceptaré que aquellos de quienes discrepo tengan las mejores oportunidades para salir adelante. Y lo haré con gusto. Tendría que ser muy burro para no querer lo mejor para un futuro colectivo que también es el mío. Aunque mis conciudadanos hayan encargado la dirección a los que piensan de otras maneras. Sólo les pido que en el camino y en el destino escogido por la mayoría ellos también sean activamente respetuosos. Cuando llega la hora de la verdad, les pido respeto por mis derechos, no caridad política concedida arbitrariamente.

PD. Mas ha vuelto a desaprovechar la oportunidad de ofrecer simultáneamente al pacto soberanista un gran plan de emergencia nacional contra la pobreza, por la vivienda, por los servicios públicos y por la regeneración democrática. Las negociaciones de los próximos días deberían resolverlo. A problemas excepcionales, esfuerzos excepcionales.

Rafael Nadal

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