Tomar en serio a los BRICS

Este mes, mientras navegaba por el río Moscú en una fresca tarde, me encontré en medio de una intensa conversación con el director del Comité de Asuntos Externos de la Asamblea Popular Nacional de China (NPC). Mientras tanto, los parlamentarios sudafricanos y brasileños se balanceaban al ritmo de la música rusa, y un guía señalaba los puntos de interés. El primer foro parlamentario de los BRICS –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica– llegó a un ameno final.

Antes del inicio del encuentro, muchos se preguntaban si era posible que los cinco parlamentos hallaran puntos de coincidencia. ¿Qué podría tener en común el quisquilloso y ruidoso Lok Sabha, con sus apasionados debates e interrupciones, con el decoroso NPC chino, una cámara de eco rigurosamente controlada de las decisiones del Partido Comunista? Para muchos, la participación en la nueva agrupación de los BRICS no brindaba una base lo suficientemente sólida para la cooperación.

Ese escepticismo se planteó en el propio grupo de los BRICS desde su creación y hubo quienes lo descartaron por ser la única organización internacional inventada por un banco de inversión. Específicamente, el término BRIC fue acuñado hace más de una década por Jim O’Neill, por entonces analista de Goldman Sachs, quien inicialmente no incluyó a Sudáfrica entre las principales economías emergentes.

Pero al presidente ruso Vladimir Putin le gustó la idea desde el principio y sugirió en 2006 que los cuatro países se reunieran regularmente. El grupo pronto quedó formalizado y se planearon cumbres anuales. Sudáfrica se sumó en 2011 y solidificó la presencia de los BRICS en el hemisferio sur, con Rusia en el hemisferio norte.

De hecho, por esto resulta tan intrigante la centralidad de Rusia en el emprendimiento. Dado que Rusia era, hasta hace poco, miembro del G8 –la agrupación económica más importante del hemisferio norte–, parecería tener poca afinidad con los otros cuatro miembros de los BRICS, que tradicionalmente han sido considerados como las voces líderes en los foros globales para los países en vías de desarrollo. Pero, aprovechando la idea de los BRICS, Putin reveló su deseo de construir una plataforma mundial alternativa y avanzar con una visión diferente del mundo.

La continua profundización del emprendimiento de los BRICS ha sorprendido a muchos observadores internacionales. Además de sus cumbres anuales –que dieron como resultado declaraciones conjuntas sobre todos los temas mundiales de importancia, desde cuestiones de paz y seguridad hasta la reforma de las Naciones Unidas– los BRICS han llevado a cabo reuniones de sus ministros de Relaciones Exteriores y participado en consultas de grupos de expertos. Además, los BRICS han creado el Nuevo Banco de Desarrollo, con sede en Shanghái y dirigido por uno de los banqueros más respetados del sector privado indio.

Con este telón de fondo, el reciente foro parlamentario es tan solo el último de un creciente conjunto de instituciones y mecanismos que los BRICS están estableciendo como una agrupación internacional que ya no puede ser ignorada.

Los BRICS surgen en un momento en que el futuro del sistema internacional creado inmediatamente después de la segunda guerra mundial es cada vez más cuestionado. Después de dos guerras mundiales, numerosas guerras civiles, la opresión colonial y los horrores del Holocausto e Hiroshima, los estadistas de la época con visión de futuro decidieron que un internacionalismo liberal, basado en la carta de las Naciones Unidas y sus instituciones aliadas era la única forma de evitar matanzas adicionales.

Y, de hecho, durante siete décadas ese sistema alcanzó, en gran medida, sus metas. Garantizó ampliamente la paz mundial, aunque al costo de desplazar muchos conflictos hacia la periferia. Y no solo benefició al mundo desarrollado, también garantizó la descolonización, fomentó el desarrollo y halló formas de dar espacio a las voces de los nuevos países emergentes.

Pero parece que los arreglos existentes ya no son adecuados. China e India buscan una influencia mundial acorde a su peso económico; Brasil y Sudáfrica emergen como centros neurálgicos continentales, y una Rusia impulsada por los hidrocarburos se muestra irritada por haber sido relegada a las márgenes del sistema occidental. No sorprende entonces que muchos crean que el sistema actual está listo para un cambio.

Las potencias mundiales existentes, sin embargo, no cederán tan fácilmente su influencia. Es absurdo que el poder de voto de China en el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional sea igual al de Bélgica. Pero el esfuerzo del G20 para alcanzar una paridad en estas instituciones entre las economías avanzadas y los países emergentes y en transición se ha estancado. De hecho, aunque los líderes estadounidenses técnicamente aceptaron reformar el sistema de votos del FMI, el Congreso de EE. UU. hasta ahora se ha negado a ratificarlos.

Es importante notar que países como India y Brasil –a diferencia de, digamos, Alemania y Japón hace un siglo– no buscan derrocar el orden mundial. Todo lo que desean es un lugar en la mesa principal. Caso contrario, les queda poca opción más que construir la propia, aunque India, Brasil y Sudáfrica tienen motivos para preguntarse si un orden mundial liderado por los chinos implicaría una mejora respecto del actual.

La respuesta de los BRICS es tanto comprensible como inquietante. A medida que los países adquieren poder económico y militar, también comienzan a ejercer su influencia geopolítica. El desafío para los defensores del orden mundial es dar lugar a las potencias emergentes dentro de un marco de reglas y estructuras mundiales universales y predecibles que garantice un trato justo para todos, adecuado al tamaño, las capacidades y las contribuciones de cada uno al sistema internacional.

Los líderes mundiales actuales parecen carecer de la habilidad política, la amplitud de visión y la generosidad de espíritu de quienes crearon el orden mundial posterior a 1945. Al aferrarse obstinadamente al sistema que dominan y vedar la entrada a nuevos participantes, han dejado pocas opciones a los de fuera.

Los BRICS tienen en común su exclusión de los lugares que creen merecer en el orden mundial actual. Tal vez eso no sea una base suficiente para un nuevo sistema internacional creíble, pero, considerando que sus economías van rumbo a superar a las del G7 antes de 2050, las apariencias pueden ser engañosas.

El hecho es que si no se permite a los BRICS ayudar a liderar desde dentro del sistema mundial existente, inevitablemente crearán el suyo propio. Las consecuencias que eso podría tener para el orden mundial establecido en 1945 quedan libradas a la imaginación.

Shashi Tharoor, a former UN under-secretary-general and former Indian Minister of State for Human Resource Development and Minister of State for External Affairs, is currently an MP for the Indian National Congress and Chairman of the Parliamentary Standing Committee on External Affairs. His most recent book is Pax Indica: India and the World of the 21st Century. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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