Tomás de Aquino, Rahner, Marx...

Uno de los historiadores que más vigencia han logrado en los últimos decenios, contando su historia, recuerda cómo saltó en Salamanca de la Summa Theologica de Tomás de Aquino a los Escritos de Teología de Karl Rahner, para recalar quedándose definitivamente en Carlos Marx. Estos tres nombres, ¿reflejan los horizontes intelectuales que durante la segunda mitad del siglo XX han orientado la vida intelectual de la Universidad, cultura e Iglesia en España? ¿Siguen siendo presencias vivas que dan que pensar o son ya vieja historia agotada? ¿Han pasado los tiempos del pensamiento y de la razón pública para dejar nuestros destinos en manos de quienes llevan a cabo la investigación científica, la gestión política y la ingeniería financiera? Estas instancias, ¿son creadoras de todo lo que el hombre necesita para realizar su plena humanidad?

Una nación es más que un manojo de individuos, un saco de intereses y una suma de provincias; es una historia y una cultura desde las que viene, un proyecto y unos ideales que orientan la mirada de las personas y los esfuerzos colectivos. Son también criterios a la hora de programar, de ofrecer recursos y de tomar decisiones. Una matriz común en Europa hasta la era moderna hizo surgir acentos culturales diferentes en España, Francia, Rusia, Italia, Alemania, tanto en lengua como en arte, en ciencia como en filosofía. Fueron aportaciones diferenciadas a la historia común. Los nacionalismos lo envenenaron todo y su exacerbamiento en el siglo XIX desembocó en las dos guerras mundiales del siglo XX. España, ¿ha desistido de su propia historia, dignidad y cultura? ¿No tiene nada específico que ofrecer en el concierto de las naciones?

Estos tres nombres son el símbolo de orientaciones espirituales que han troquelado la vida espiritual española desde 1940 a comienzos del siglo XXI. En los decenios siguientes a la guerra dominaron una escolástica y un tomismo que estaban ya muy lejos de sus mejores fuentes y no acogían las fecundas relecturas del genio de Aquino que ya se estaban haciendo por esos años en Francia (Sertillanges, Chenu, Gilson, Maritain…). En 1959 se inician las sucesivas transiciones que convertirán a España en un país nuevo, comenzando con la transición económica de los planes de desarrollo y la convocatoria del Concilio Vaticano II por Juan XXIII en el mes de enero de ese mismo año. El Concilio, en principio un acontecimiento exclusivamente religioso, se convirtió para España en una palanca de transformación cultural, social y política. Él dio alma en un sentido y armas en otro a los grupos que reclamaban un cambio radical del régimen político y de las estructuras autoritarias anejas a él. Sin la maduración espiritual de las conciencias católicas por las orientaciones conciliares, el cambio acontecido en España hasta la Constitución del 78 hubiera sido bien distinto. Una convicción había guiado a los espíritus: si había sido posible una reforma a fondo en la Iglesia sin traicionar los orígenes, sino acrecentando la propia identidad católica, tanto más debería ser posible, y en nuestro caso necesaria, una reforma social y política que no fuera un retroceso, y menos una traición a nuestra mejor historia hispánica, sino un cambio y un progreso necesarios.

En ese trayecto de cambios y reformas la teología jugó un papel clave. Los nombres de teólogos franceses como H. de Lubac, Y. Congar, J. Daniélou… y los alemanes R. Guardini, K. Rahner, M. Schmaus, H. Urs von Balthasar, O. Semmelroth, J. Ratzinger… son el símbolo de una fe pensada a la luz de sus fuentes normativas y nutricias a la vez que en comunicación de fondo con la mejor cultura surgida en Europa durante los últimos siglos. Para España Rahner fue el rostro más significativo de esta renovación a través de sus siete tomos Escritos de Teología, editados a partir de los años 60 en la Editorial Taurus, la primera que publicó en España obras del joven profesor Ratzinger y luego Papa Benedicto XVI.
Rahner fue considerado por unos peligroso y por otros insuficiente. Estos últimos se marcharon con Marx, desde la convicción de que no eran tiempos de interpretar (teología), sino de transformar (política). Sectores de la Universidad y de la Iglesia quedaron fascinados por las nuevas propuestas: primero el eurocomunismo, R. Garaudy y S. Carrillo; después el socialismo de rostro humano; luego el humanismo del primer Marx. El derrumbamiento del proyecto socialista con el desenmascaramiento de sus inhumanidades ha dejado en vacío los correspondientes proyectos e ideales de quienes vivieron el entusiasmo revolucionario de esos años. ¿Nos quedan ya solo el mercado, la globalización, el turismo internacional y la técnica de internet con sus infinitas modulaciones?

Un pueblo y una sociedad no pueden vivir sin horizontes últimos de verdad, sentido y esperanza. Pensamiento, nunca impuesto desde la política, pero sí favorecido en su diversidad y libertad para que el dinamismo social y la sociedad civil susciten nuevas creaciones. Sin individuos y grupos críticos, minorías de sentido y personalidades ejemplares, la cultura, la Universidad y la Iglesia se degradan tecnificándose o politizándose. La gran víctima de esa situación es la esperanza. Los mayores enemigos del hombre hoy son la tristeza, la desesperanza y la duda de que la verdad y la justicia sean posibles, de que el hombre esté habitado por la trascendencia, sea realidad sagrada y tenga futuro.
Nos quedan nombres gloriosos, los Unamunos y Ortegas: lámparas que alumbraron en tiempos caliginosos, en medio de una población analfabeta en unos casos e inculta en otros. La admirable conquista del siglo XX es el acceso de todos los españoles a la cultura y de la gran mayoría a la Universidad. Ahora la relación entre pensamiento y población es distinta: han crecido las masas. ¿Cuáles son y dónde están los maestros para ellas? Las nuevas instancias creativas en la sociedad deben ofrecer pensamiento, razones y sentido, ser aguijones de justicia para este mundo y alumbrando horizontes de ultimidad, porque el hombre no se agota en el aquí y ahora. Porque lo último termina convirtiéndose en lo primero.

Logrados los objetivos formales de la democracia, hay que conquistar sus objetivos materiales, a la vez que esclarecer sus fundamentos morales, sus peligros y sus límites. Es necesario repensar las grandes creaciones y autores para no asfixiarnos en problemas de cada día. Tienen que volver a ser leídos los grandes autores, desde Platón, Aristóteles y Pascal a Husserl, Levinas y Zubiri. ¿Cómo fue posible que en programas de enseñanza secundaria se saltara de Aristóteles a Descartes? La decisión de dar por insignificante la aportación de quince siglos de cristianismo era manifiesta.

Los tres nombres simbolizan tres grandes herencias culturales irrenunciables: humanismo clásico, cristianismo moderno, movimientos sociales. Al repensarlos críticamente florecerán múltiples acentos nuevos: unos, por concentración en los temas esenciales; otros, por extensión a la novedad y diversidad de lo que va naciendo. España aún no ha superado ciertos escolasticismos remanentes: tanto el neoescolástico como el marxista. Mientras que Alemania y Francia editan las obras completas de sus genios del siglo XX, en España aún están vigentes acomplejamientos ideológicos. En ambos países se han editado las obras completas de Rahner; no en España. ¿Dónde queda la Compañía S. J., dónde los alumnos y amigos del maestro con los movimientos progresistas que se reclamaron de él? Él sumó en su persona filosofía y teología, cristianismo e historia, la espiritualidad de San Ignacio y el mejor pensamiento alemán de los cuatro últimos siglos. Con sus límites; ¿qué gran hombre no los tiene?

Hay que volver a pensar en España: desde ella y sobre ella, no solo para repartirla o enfrentarla. Por eso hoy en libertad crítica y fidelidad a la historia hay que volver a leer a Tomás de Aquino, Rahner y Marx. El rechazo o el silencio serían signos de ignorancia o de intolerancia: ambas mortales para la libertad, tanto de la persona como de la sociedad.

Por Olegario González de Cardedal, teólogo.

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