Toni Cantó y la decadencia de TVE

La 1 ha cerrado el peor mes de marzo de su historia con una cuota de pantalla del 8,7%. La cifra supone, no obstante, una mejora de una décima respecto al mes de febrero, donde la cadena pública se había reencontrado con el mínimo histórico (8,6%) que alcanzó en julio de 2019 y 2020.

Las cifras más alarmantes son las de sus Telediarios. Tanto en la edición de mediodía (10,9%) como en la nocturna (10,1%) los informativos de la cadena pública quedan muy lejos del liderazgo que ostenta Antena 3 con un 20,6% y un 21,4% de cuota, respectivamente.

¿Cómo se explican estos datos? Toni Cantó ha denunciado (en la propia TVE) que el marcado sesgo gubernamental en las informaciones está expulsando a parte de la audiencia. La dirección no ha querido disimular su parcialidad, como demuestra la contratación de periodistas muy significados y la exhibición de titulares, rótulos, gráficos e infografías que provocarían sonrojo en Tirano Banderas.

Huelga decir que la manipulación en TVE no es un invento de este Gobierno, ¡qué grandes momentos nos dio Alfredo Urdaci! Pero es cierto que este Gobierno ha elevado los vicios de la política a un nivel de descaro desconocido hasta ahora.

La sospecha se ha extendido sobre muchos de los trabajadores del ente, muchos de ellos funcionarios. Es decir, servidores públicos. Los famosos viernes negros, que surgieron para denunciar las manipulaciones del marianismo, se apagaron poco después de su salida del Gobierno.

Es verdad que volvieron fugazmente en septiembre de 2019 para denunciar los nombramientos de David Valcarce y Enric Hernández como director y jefe de servicios informativos de la cadena pública. Pero algunos hemos extrañado su purismo periodístico en los últimos tiempos.

Cuando uno critica a TVE siempre aparece algún iluminado reivindicando la importancia de la televisión pública. Rara vez se percata de que ningún argumento a favor de la televisión pública sirve hoy para defender TVE.

Al contrario. No se puede defender la existencia de la televisión pública sin reprobar nuestro actual modelo.

El beneficio de una televisión pública es proporcional a la confianza que genera en los ciudadanos. PBS, la red de televisión pública de Estados Unidos, anuncia (y justifica) sus servicios argumentando que es la fuente de noticias y asuntos públicos de la que más se fían los americanos.

Además de en la información, PBS está volcada en la educación, y destina muchos recursos a ofrecer una programación formativa para niños y jóvenes de todas las edades. En otras palabras, se justifica a sí misma como un servicio público, al alcance de todos.

La misión de un medio público es contribuir a que las sociedades estén bien informadas, políticamente comprometidas y socialmente cohesionadas. Disculpen la obviedad, pero el único sentido de que una institución sea pública es que esta sirva al interés público, no a los intereses del gobierno de turno.

La BBC nació en 1922 como un consorcio de empresas privadas. Su titularidad pasó a ser pública en 1926, tras la recomendación de un comité parlamentario que argumentó que “emitir conlleva un poder propagandístico tan grande que no puede confiarse a ninguna persona u organismo que no sea una corporación pública”.

En otras palabras, la nacionalización del consorcio se hizo para evitar la propaganda política, dar acceso a la cultura a los más desfavorecidos y restablecer esa fe en las instituciones que la I Guerra Mundial había erosionado.

Habrá quien considere que la televisión pública está hoy menos justificada que nunca. Internet ha democratizado la información y extendido la programación a la carta.

Pero las empresas que reinan en ese ecosistema (Google, Facebook, Netflix, Apple) no tienen compromiso alguno con la protección del interés público, por más que adopten ademanes de moralismo de nuevo cuño. Además, el streaming es el epítome de uno de los males de nuestro tiempo: el fin del mediador.

A diferencia de otros espacios, la televisión pública debería estar caracterizada por el ejercicio de una mediación equilibrada y comprometida con la verdad, la cultura y la concordia constitucional. Estamos más lejos que nunca de ese modelo ideal. Y sin llegar a los extremos de algunas televisiones autonómicas, nuestra TVE comienza (como demuestran las cifras) a perder la confianza de los españoles.

No, no hay que cerrarla, como no habría que cerrar el Museo del Prado aunque las exposiciones las comisariara Iván Redondo para mayor gloria de Pedro Sánchez.

Pero al riesgo de la falta de confianza se añade el de la tentación de la venganza. Ante los precedentes que sienta este Gobierno, ¿qué televisión pública nos espera el día de mañana, en una España gobernada por PP y Vox?

Quizá esa distopía sirva para hacer reaccionar a una ciudadanía complaciente, que celebra que la televisión pública le repita sus prejuicios o que se conforma con cambiar de canal.

Y piénsenlo también los excelentes profesionales que trabajan en esa casa. Un viernes negro a tiempo les puede ahorrarles muchos malos lunes.

David Mejía es Teaching Fellow en la Universidad de Columbia, profesor asociado en la IE University y columnista de EL ESPAÑOL.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *