Torcuato Fernández-Miranda

No todo el mundo sabe que Torcuato Fernández-Miranda no firmó, se negó a firmar la Constitución. Siguieron su ejemplo algunos protagonistas de aquel momento de nuestra historia reciente; otros, a veces por los diferentes grupos que iban imponiéndose, sólo inicialmente. La Transición fue aún más complicada de lo que tradicionalmente se ha creído. Fue motivo de distanciamiento entre Torcuato, Adolfo Suárez, sus respectivos seguidores y otros personajes de la época, aunque la relación entre Abril y Suárez merece un especial comentario.

No todo se sabe del posfranquismo, de la Transición, o de si esta es la democracia que queríamos la mayoría de los españoles. Habría respuestas para los más contradictorios gustos. Entre los muchos secretos que se han mantenido o que por lo menos han quedado en la nebulosa, está el de la deriva política de Torcuato Fernández-Miranda y Hevia, su enfrentamiento con Adolfo Suárez, su triste final y tanto las ausencias como las presencias en su entierro.

Catedrático de Derecho Político, el gijonés Torcuato Fernández-Miranda fue sucesivamente rector de Universidad, director general de Enseñanza Media y Universitaria, director general de Promoción Social, ministro secretario general del Movimiento, vicepresidente del Gobierno, presidente de las Cortes y del Consejo del Reino. Perteneció a una extraordinaria promoción de jóvenes estudiantes de Derecho en la Universidad de Oviedo, de la que también formaba parte mi tío Luis Meana, un poco lazo de unión entre todos ellos. A Meana le tocó el papel de mediador entre varios de aquellos excelentes alumnos, algunos de los cuales fueron personajes durante la posguerra, aunque en algún caso de ideas diferentes. Así fue de diversa la evolución de todos ellos. Quizá los más destacados entre aquellos amigos eran Torcuato Fernández-Miranda y Sabino Fernández Campo, cosa nada sorprendente y de innecesaria explicación.

Torcuato fue una especie de gran tutor en la formación cultural del Príncipe Juan Carlos. Hay quien dice que el Rey le ofreció la candidatura a la Presidencia del Gobierno, cosa que nunca se ha podido confirmar, y que Torcuato la rechazó porque creía que sus saberes le serían más útiles a Don Juan Carlos en la Presidencia de las Cortes que en la del Gobierno. Se avecinaban difíciles tiempos legislativos. Nunca lo sabremos con certeza. Sí sabemos que Torcuato confirmó que estaba en condiciones de cumplir lo que el Rey le había encargado a través de Adolfo Suarez, y en cuyo «pack» también había entrado la propuesta del propio Suárez como presidente de Gobierno. Sí está confirmado que fue Juan Sierra, hombre de confianza de Fernández-Miranda, el primero en telefonear a Suárez para felicitarle. ¿Eran la preparación cultural, el carácter y la edad de otros candidatos más adecuados que los de Fraga, Areilza, o Silva Muñoz? A saber.

Tampoco se sabrá nunca si la idea fue de Torcuato, creyendo que podría manejar toda la Transición («a la ley desde la ley») como hasta entonces. Torcuato eligió a su discípulo más brillante –Fernando Suárez– para dar forma jurídica a la transición política, aunque algunos le atribuyan la frase «me equivoqué de Suárez». Como ocurre a menudo en política (desde los más antiguos monarcas hasta hoy), es un equívoco que se repite, sin que se llegue a ratificar el axioma de que «el hijo quiere matar al padre», aunque sí se confirme que los progenitores desean a veces equivocadamente hijos que se parezcan a ellos mismos.

Parece que en Fernández-Miranda resurgieron sus principios de profesor de Derecho Político. En una entrevista de entonces al periódico «Noroeste» de Gijón, que dirigía Alfonso Calviño, ya confirmaba Torcuato sus dudas sobre la España de las autonomías que se cernería si podía dar paso al concepto de «nacionalidades». El profesor no aceptaba que alguien pudiera reinventar o falsificar el concepto de nación. Por el contrario, algunos de los encargados de poner en marcha la Constitución creen todavía hoy que Suárez no hubiera podido llegar a los acuerdos constitucionales sin aquello de las «nacionalidades».

El exrector dijo que un profesor de Derecho Político no podía suscribir tamaño disparate. Sus amigos dicen ahora que quizá podía haber superado sus dudas sobre el título VIII de la Constitución –tan en cuarentena después de tantos años de vigencia–, pero que no lo podría hacer transgrediendo un principio fundamental que abriría abismos a un desastre futuro.

Fue una controversia que evolucionó mal y acabó peor. Fernando Abril se encargó de decir a Fernández-Miranda que si no firmaba la Constitución no podía permanecer en el partido. Así fue. El creador de toda la operación de la transición del franquismo a la democracia nunca rectificó. Peor aún. Cuando la necesidad le humilló hasta el punto de tener que acudir a pedir árnica a Suárez, este le repitió que fuera del partido no había sitio posible.

Nunca lo he comprendido. ¿El presidente de la Transición y el gran ideólogo del cambio no eran capaces de entenderse? Los críticos de otros partidos insisten en que el acuerdo más o menos generalizado no habría sido posible sin la aportación estratégica de Adolfo Suárez. ¿Lo habría sido? ¿No tendríamos democracia, o habría sido diferente? ¿Habrían aceptado comunistas, socialistas, franquistas y militares las grandes concesiones que les esperaban? El caso es que Torcuato nunca pudo completar su proyecto; dicen que murió de tristeza, en Gran Bretaña, que fue el Rey quien tuvo que ocuparse del traslado de su cadáver a España y que Adolfo desoyó el llamamiento a su funeral.

Por su parte, a Adolfo Suárez –tan celebrado por la Historia– también le fue mal. Ha teni do mala suerte con su evolución física y mental, así como con la fidelidad de muchos de sus allegados políticos. Los dos artífices de la salida del franquismo acabaron mal entre ellos y también mal con «los suyos». La historia produce este tipo de contradicciones… o coherencias. Si no hubiera sido así, ¿tendríamos hoy otra manera de democracia? ¿Mejor, o peor? ¿Ha tenido aquella personal controversia algo que ver con el más discutido que nunca título VIII de la Constitución?

José Luis Balbín, periodista.

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