Toro invencible de España

Por Manuel Mantero, escritor y catedrático en la Universidad de Georgia, EEUU (ABC, 22/11/05):

Joseph Gates es el nombre de un norteamericano sesentón, propietario de una céntrica librería de Madrid, ciudad en la que vive desde hace veinte años. Para los amigos es Joe Gates, y para los amigos españoles Pepe Gatos. Lo de Gates (Puertas) no acababan los castizos de tragárselo, y él se encuentra dichoso con el cambio, harto de que le preguntaran si le toca algo a Bill Gates, el multimillonario de Microsoft. Su librería es pequeña, escogida; le supone más un ocio que un negocio. Pepe Gatos está enamorado de España y de todo lo relacionado con ella, incluido lo hispanoamericano, que ahora llaman latinoamericano. Será porque en aquellos países hablan un modélico latín.

Me gusta pasarme por la librería a hojear libros y a escuchar las opiniones de Pepe Gatos sobre la manera de ser de los humanos, en especial de los humanos españoles. El otro día me preguntó si me había enterado de lo ocurrido con Eduardo Tagua. Le dije que ni idea. Me aclaró que Eduardo Tagua es un tipo que nació en una cárcel, gastó medio siglo en más cárceles y no quiere vivir sin la compañía de presos y guardias, quienes integran según él su familia. Cada vez que lo echan a la calle, se confiesa autor de un delito inventado, y hala, vuelta a la familia, a trabajar en la cárcel de cocinero, carpintero o lo que se tercie. «Un caso curioso -le dije-, pero no entiendo tu extraordinario interés». Me miró casi enfadado: «¿Que no entiendes mi interés? ¿No te das cuenta de lo excepcional del tipo? Te diré la magnífica frase que Tagua cinceló: «No sé estar en otro sitio»».

Pepe Gatos siguió hablando. «Qué difícil es conformarse, no ambicionar otro sitio. Qué fácil no limitarse a las obligaciones, las incumplidas obligaciones. Por ejemplo, los futbolistas que, en lugar de dedicarse a meter goles (ya que ganan su dinero con abundancia, «a patadas»), brindan su imagen para coches, ropas y embellecimientos faciales. A la hora de la verdad juegan un fútbol desodorante y abúlico. Algunos futbolistas, tras sus años de actividad, se dedican a vivir del cuento o a entrenar, pero repugna comprobar a qué niveles han descendido otros, como ese drogadicto melenudo y sudoroso, Diego Armando Maradona, que declara en una manifestación que si tuviera al presidente Bush ante él en una portería de fútbol, le arrancaría la cabeza de un pelotazo. Caridad cristiana. Más anómalo sería lo contrario, arrancarle la cabeza a Maradona; se le ha introducido en el tórax y no habría forma».

«Patético resulta -continuó mi amigo Pepe Gatos- ver en televisión a una tal Gema, de rostro caballuno, y que ejerce de ex casada con ex ministro, bailando en un programa el chachachá. No el chacha, sino el chachachá. Gema sí deseó estar en otro sitio, no como el preso Tagua. ¡Y qué decir de tanto don nadie pretencioso y usurpador que ha abandonado una grisácea ocupacion y nos cuenta las zozobras de sus aventuras de bajo vientre! Hijos míos, hijas mías, ¿por qué no regresáis a vuestra rutina? A estos parlanchines se les aplica muy bien el dicho de San Isidoro: los ignorantes no saben ni hablar ni callar. ¿Y los que suspiran fonéticamente por pertenecer a otro sitio, como ciertos andaluces que hablan con muchas eses y así parecer madrileños, o los madrileños andaluzados que cecean más que una comedia folclórica sobre el Sur? La manía de apoderarse de otro espacio ofrece en España un triste ejemplo cotidiano, el de adelantar al prójimo en las colas. Aunque mucho quiero yo a España -se dolió Pepe Gatos-, me crispa el deporte nacional de quitarle el sitio al otro en un banco, un cine o un autobús. Mi país -Estados Unidos- tiene un largo catálogo de defectos, pero entre ellos no figura el de los sinvergüenzas que se creen importantes por abreviar chulescamente una espera».

Hube de interrumpir a Pepe Gatos. «No irás a protestar de los que se van a otro territorio a buscar un espacio más propicio». Me dijo: «Imposible protestar de los mexicanos que huyen en masa a Estados Unidos, cuando la mitad de ellos malvive en su país con ocho euros al día. En Estados Unidos hay más de cuarenta millones de hispánicos, emigración que ha servido, junto a otras cosas, para que la economía se consolide por su base. Y cómo protestar de los polacos que se vienen a España, si en su tierra el desempleo llega al veinte por ciento. O de los que ayudan a la prosperidad de Cataluña, la Comunidad donde hay más emigrantes. No son precisamente estos trabajadores los culpables de que la Comunidad catalana sea la más endeudada de España; debe más de doce mil millones de euros».

Mi amigo Pepe estaba imparable. «¿Has observado que algunos también quieren meterse a cantantes, a toreros?». Me explicó que había visto una fotografía del actor Russell Crowe vestido de torero en la plaza de toros de Nimes, para el videoclip de un disco donde Crowe canta. «Lleva pantalones que no son de matador, pantalones típicos para irse de merienda barata al parque. En la foto está el actor -¡faltaría más!- con la muleta roja… y sin toro. Peor es cuando los políticos quieren ser toreros. Que los políticos debieran limitarse a sus responsabilidades profesionales lo han pensado muchos, pero que además quieran ser toreros pertenece al área del pluriempleo más disparatado». Le pedí que se explicara.

Recojo aquí, pizca más o menos, lo que me dijo. «Se está celebrando ahora en Madrid una corrida de toros, bueno, de toro, un solo toro llamado España. Ignoro cómo pudieron atraparlo. Es un toro de edad avanzada, nadie la ha averiguado, algunos aseguran que nació allá a finales del siglo XV. Nadie pudo jamás con este toro negro, hermoso y siempre joven. En el siglo XVII, a punto de despedazarlo estuvieron, e igual volvería a ocurrir en el XIX, un siglo espeluznante que terminó con lo de Cuba y su agónico estrambote». (Mi amigo Pepe lamenta el papel de Estados Unidos). «Luego, acabado el primer tercio del siglo XX, dos grupos lucharon por el toro, contra el toro. De milagro no se lo cargan. Después, durante casi cuarenta años, dijeron que el toro estaba domesticado y al poco tiempo, que el toro era libre; sucedió en mil novecientos setenta y ocho. En realidad, el toro español siempre fue libre. Cualquiera que sepa ver, lo ha visto por los campos de la patria, enorme, recreándose en su móvil gracia poderosa. Yo mismo, un norteamericano, he visto al toro español más de una vez, protagonista de los paisajes verdes de la libertad. Recuerdo su estampa frente al mar, una noche andaluza de verano, su cuerpo como una escultura brillante de vigilancia bajo las estrellas.Y ahora lo han encerrado en la plaza de toros de Madrid».

Mi amigo se puso serio. «El nombre del matador es Josep Lluís Carod-Rovira. De picador lleva a Pasqual Maragall. Con dos buenos banderilleros, Artur Mas y Manuela de Madre». Pepe Gatos se permitió una broma: «Imagínate, menos mal que no se llama Madre de Manuela». Le dije a Pepe Gatos que el asunto no estaba para andar haciendo chistes fáciles y taurinos sobre personas decentes. Pepe Gatos terminó su discurso: «Rodríguez Zapatero es el presidente del Gobierno y preside en el palco de honor la corrida. Gran parte del público le ha gritado que a ese bravísimo toro no se le puede matar. Que ponga fin a la corrida, que lo libere. Que no es una corrida, es una encerrona. Pero Zapatero insiste en que no morirá nadie. Deslumbrante toro entero, enterísimo, al que se dirige el matador Carod-Rovira con el capote en la mano. No parece muy seductor en su traje de luces. Mucho toro para usted, matador».

Señor presidente -digo yo ahora-, oiga el clamor de tantos españoles, españoles de izquierda, derecha, centro, norte y sur, usted que está, que debe estar por encima de todos en el palco principal. Mi amigo norteamericano suele exagerar. Respetuosamente le pido que me diga lo que usted, ¿verdad?, nunca dejó de pensar, que esto no es una corrida, sino una ocasión única, una exhibición incruenta para que todos admiren la salud, el poderío y la piel intacta de España. Porque al final todos -¡todos!- saldremos fortalecidos.