Traca valenciana con burbuja

"Nuestro señor Jesucristo nació en un pesebre, que donde menos se piensa salta la liebre". Aquí estábamos todos pendientes de si se avistaba en el horizonte la explosión de la burbuja inmobiliaria. Y he aquí que el primer incidente lo han detectado los sismógrafos en Valencia, en plena y fastuosa celebración de la Copa América. Más concretamente, el epicentro lo han localizado en la empresa revelación Astroc, presidida por Enrique Bañuelos, que, desde su entrada en bolsa, hace ahora un año, había subido la cotización en un 1.000% y que en los últimos 15 días ha perdido el 66,4% de su valor.

Aparentemente, el factor desencadenante de este martes negro que ha afectado también a las principales empresas del sector (Colonial, Metrovacesa, Fadesa, Urbis e Immocaral) ha sido una auditoría que indica la escasa transparencia de la sociedad. Sorprende, en efecto, que la mitad de los beneficios declarados correspondan a ventas de inmuebles del grupo ACV, una compañía propiedad del mismo presidente. Este personaje, de indumentaria y estética a lo Zaplana, ha protagonizado actuaciones muy destacadas en el litoral de Valencia y Murcia, que, como se recordará, han sido objeto de severa crítica en el Parlamento Europeo por el abuso de edificación y por la política urbanística.

Se movía como un triunfador tras haber incorporado como accionista a Amancio Ortega (Inditex), el hombre más rico de España según la lista Forbes. También fue muy comentada su entrada como primer accionista del Banc Sabadell, tras comprar la inmobiliaria Landscape, filial del mismo banco, y a saber si origen del crédito de 464 millones de euros necesarios para pagar la operación.

Hasta aquí la anécdota. Pero veamos también cuáles son o pueden ser las consecuencias de este episodio. Como es lógico, la ministra del ramo ha salido enseguida a afirmar que se trata de un aterrizaje suave y que no hay que preocuparse por la posibilidad de que explote la burbuja. El ministro Pedro Solbes también ha predicado calma y serenidad diciendo que esta caída generalizada no afectará a las entidades financieras. Todos sabemos, sin embargo, que ya ha empezado a crecer la morosidad, que el Banco de España ha instado a las cajas de ahorros a frenar en seco la concesión de hipotecas y que los bancos han financiado a las constructoras e inmobiliarias en operaciones de expansión internacional o en actuaciones de diversificación.

Tiene razón el presidente de los promotores de Catalunya, Enric Reyna, cuando dice que la burbuja de la vivienda no puede ser tan devastadora como la del sector de la tecnología de la información, porque siempre queda algún valor del edificio, que la especulación pertenece al suelo o a su reposición y no a la edificación, y que no puede compararse la repercusión en las entidades financieras con la correspondiente a la vivenda.

Está por ver si lo que nos viene encima es una pequeña traca valenciana o una mascletá general. Pero hay que tener presente que la economía española es muy vulnerable al rebote de un sector que ha protagonizado más de una década de crecimiento y que representa un 7,5% del producto interior bruto. En realidad, de las 800.000 viviendas autorizadas en el último año (más que en Francia y Alemania juntas), únicamente 600.000 tienen una demanda solvente. Solo con que la edificación bajara al 6%, el paro aumentaría un punto porcentual al año. Por tanto, el sector inmobiliario no es una simple burbuja. Es un gran globo aerostático, un enorme zepelín cargado de gas.

En Estados Unidos, la crisis ya ha hecho su aparición y algunos observadores piensan que ya ha pasado el peor momento. Pero el boom empezó con un periodo de dinero barato sincronizado a nivel global, y la superación del problema también deberá ser relativamente global. En cualquier caso, la reducción del precio de la vivienda es perjudicial para el efecto riqueza y para la demanda de bienes de consumo. También es disuasoria de los ahorros en forma de piso buy too let que complementa la pensión de los jubilados que compran para alquilar. El terreno está, pues, sembrado para los políticos populistas y convendría que las administraciones dejaran de convertir en fetiche los pisos de propiedad. Es cierto que las hipotecas a personas con escasa solvencia suponen una democratización del crédito y que muchos pueden pagarlo. Pero también son muchos los que se quedan en la cuneta.

Todo el mundo esperaba que el gran tema de debate en la campaña para las elecciones estadounidenses sería la guerra de Irak. Pero, mira por dónde, parece que será el problema de la vivienda. La subida del tipo de interés agravará la crisis hipotecaria. El precio de la vivienda ha bajado por primera vez en 15 años y los pisos no vendidos se acumulan a niveles desconocidos hasta ahora. Y todo esto forma parte de las grandes preocupaciones de la población, que siempre ha puesto la prioridad en la mantequilla más que en los cañones. Un 70% de los americanos son propietarios de su vivienda, que representa la principal riqueza y el primer elemento de seguridad financiera.

Por lo tanto, también aquí, entre nosotros, habrá que extremar las preocupaciones con el fin de paliar los efectos dominó derivables de este final del trayecto del dinero fácil, la prosperidad y la petulancia de algunos empresarios parvenus y nuevos ricos que optan por lo más fácil pensando que esto es jauja y que se puede ir tirando del tornillo sin fin. No será, pues, un ligero retoque o una simple corrección de la sobrevaloración anterior. Pero si Gran Bretaña y Australia salen adelante sin grandes sustos ni trompazos catastróficos, habrá que afinar las políticas que reclama la situación presente y ver si también nosotros podemos mitigar los daños y evitar unos eventuales peligros de colosal magnitud.

Francesc Sanuy, abogado.