Traer Zúrich a España

El centro de investigación y desarrollo de Google más importante fuera de Estados Unidos está en Zúrich, da trabajo a más de 2.000 expertos de 75 países y acaba de ampliar sus modernas instalaciones para dar cabida a 3.000 más.

¿Por qué en Zúrich y no en otra de las muchas posibles opciones en Europa? Por más que sea una ciudad agradable con una calidad de vida alta, Zúrich no tiene la energía, el dinamismo cultural, el patrimonio histórico-artístico, o la vida nocturna de Barcelona o Madrid. Llueve tres veces más que en Madrid y el doble que en Barcelona, y el sol brilla menos de cuatro de cada diez días. Además, Zúrich es la ciudad más cara de todo el continente.

Lo que tiene Zúrich a su favor es el Instituto Federal Suizo de Tecnología (ETH en sus siglas alemanas), la mejor universidad de investigación de Europa continental y unas de las 20 mejores del mundo según el ranking de Shanghái (el Academic Ranking of World Universities). ETH no es excesivamente grande (menos de 20.000 alumnos), pero es extraordinariamente competitivo a la hora de atraer talento de todo el mundo, tanto estudiantes como profesores investigadores. Su claustro cuenta con 336 catedráticos extranjeros por tan solo 156 suizos. Y sus centros de investigación aparecen en el cuadro de honor de las 20 instituciones europeas con más proyectos financiados por el Consejo Europeo de Investigación.

El campus de ETH linda con el de la Universidad de Zúrich, también considerada entre las 100 mejores del mundo y la undécima del continente. A un par de horas de ambas en tren o en coche, hay otras tres universidades entre las 100 mejores del mundo y otras dos entre las 200 mejores.

Google se instala en Zúrich porque, para mantener su posición dominante en Internet, necesita tener acceso a los mejores ingenieros de software y es allí donde piensa que puede encontrarlos. En una economía mundial dependiente del conocimiento y la innovación, la concentración de universidades de investigación punteras es uno de los factores más determinantes de la competitividad nacional o regional.

Según mis cuentas, el número de universidades que un país tiene entre las 300 mejores dada su población, explica un 58% del nivel de competitividad de su economía. Con siete universidades entre las 300 mejores del mundo y una población de algo más de ocho millones de personas, Suiza tiene la mayor densidad de universidades punteras del mundo.

España no tiene ninguna universidad entre las 200 mejores en el ranking de Shanghái y solo tres entre las 300 mejores, a pesar de tener una población más de cinco veces superior a la suiza. Este factor contribuye a un nivel de competitividad lejos de los niveles del norte de Europa o EE UU, y más parecido a la República Checa, Chile, Italia o Portugal.

Es cierto que el ranking de Shanghái ignora funciones importantes de las universidades, como su contribución a la movilidad social o su calidad docente. En algunos de estos aspectos, la Universidad española ha conseguido resultados encomiables. Mientras, menos de la décima parte de la generación de mis padres y una cuarta parte de la mía (los nacidos en los años sesenta) llegaba a la Universidad, en la actualidad lo hacen más del 40% de los jóvenes españoles. Estos resultados son aún más asombrosos si se tiene en cuenta la reducida inversión que hace España en sus universidades y la falta de autonomía de gestión que el marco regulador concede a los rectores.

Sin menospreciar estos y otros muchos logros de las universidades españolas, el ranking de Shanghái expone, sin embargo, una deficiencia real e importante: la falta de instituciones competitivas a nivel global que puedan contribuir a atraer talento y recursos de investigación de todo el mundo y ser la base de una nueva economía innovadora y emprendedora. España debería plantearse como objetivo estratégico a medio plazo del desarrollo de una docena de universidades de investigación de nivel mundial.

Para conseguirlo, va a ser necesario hacer al menos tres cosas: aceptar que no todas las universidades pueden ni deben jugar el mismo papel, conceder a una veintena de universidades autonomía de gestión real, y buscar la forma de duplicar sus recursos.

El egresado más famoso de ETH y de la Universidad de Zúrich, Albert Einstein, solía definir la demencia como hacer lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes. Es hora de tratar algo nuevo.

Ángel Cabrera es rector de la Universidad George Mason en Virginia (EEUU) y patrono de la Fundación Innovación Bankinter.

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