¿Traición al Reino?

El rey Abdullah de Arabia Saudita está cada vez más solo. No nada más ha visto como han caído sus aliados cercanos, el presidente Hosni Mubarak en Egipto y Ali Abdullah Saleh en Yemen, sino también cómo se han tambaleado los tronos de reyes como él en Bahrein, Marruecos y Jordania debido a las protestas públicas.

Ahora el viejo protector del reino, los Estados Unidos, que defraudaron a Abdullah al aceptar (a regañadientes) la primavera árabe, está a punto de retirar sus tropas del vecino Iraq. Abdullah se pregunta ahora ¿quién mantendrá al lobo iraní lejos del reino?

Según un acuerdo de seguridad con el gobierno iraquí, los Estados Unidos deben retirar sus fuerzas armadas para finales de este año. Arabia Saudita, junto con sus vecinos del Golfo gobernados por los sunitas, ansía que permanezcan algunas tropas estadounidenses en Iraq para ayudar a mantener controlado el resurgimiento de Irán. No es necesario convencer a los Estados Unidos de ello, pero el pueblo estadounidense –y el público iraquí- quieren que las tropas regresen a su país. Ninguna facción política iraquí desea que se le culpe de prolongar la ocupación, pero la mayoría, a excepción del movimiento de Muqtada al-Sadr, estará de acuerdo en mantener la presencia militar estadounidense por cinco años más.

Aunque los Estados Unidos y las monarquías del Golfo comparten el temor a Irán, hay muchas otras cosas sobre Iraq y la región que están ahora en disputa. A Arabia Saudita aún le disgusta la idea de un Iraq democrático gobernado por la mayoría chiíta. Los chiítas, considerados apóstatas por las clases dirigentes wahhabíes del reino, son vistos como una amenaza para la existencia y legitimidad del Estado saudita, no sólo por el poder de Irán sino también por la magnitud de la población chiíta local, que está concentrada alrededor de los campos petroleros del país.

Desde la caída de Saddam Hussein, los Estados Unidos han instado a Arabia Saudita a invertir política y económicamente en Iraq. En cambio, las autoridades sauditas trataron a los líderes de Iraq  con desprecio y se hicieron de la vista gorda ente las fawtas wahhabíes que alentaban a los voluntarios jihadistasa luchar contra los “apóstatas” chiítas. Al rechazar a un Iraq dominado por los chiítas, la mayoría sunita de Arabia Saudita, Jordania y los Estados del Golfo prácticamente no tienen influencia en Bagdad, lo que ha dejado el campo libre a Irán.

El temor de Arabia Saudita a Iraq se debe a cuestiones de seguridad. A pesar de la sangrienta guerra civil que sucedió a la destitución de Saddam Hussein, Iraq sigue creyendo que tiene el derecho a un liderazgo regional. Sin embargo, los monarcas de la región excluyeron a Iraq del Consejo de Cooperación del Golfo. Arabia Saudita aún no ha abierto una embajada en Bagdad por temor a que cualquier participación de Iraq en la configuración de la seguridad regional disminuiría el dominio político y militar saudita entre los países del Golfo.

Arabia Saudita también teme que Iraq recupere la cuota de producción de petróleo en la OPEP, que el país no pudo cubrir debido a la falta de seguridad y una infraestructura limitada. Los sauditas piensan que un aumento de los precios del petróleo revivirá la economía de Iraq y también la de Irán, fortaleciendo así su influencia regional. Esto explica el afán del reino por incrementar la producción de petróleo, lo que debilitaría las economías de sus competidores (y agradaría a Occidente).

Así pues, los dirigentes sauditas y sunitas del Golfo quieren que las fuerzas militares estadounidenses continúen en Iraq en parte para mantener al país debilitado. En efecto, Kuwait se niega a condonar las deudas de Iraq de la era de Saddam, y está construyendo un puerto en Mubarak al-Kabir, lo que a los iraquíes les parece un intento claro para sofocar el acceso ya limitado de su país al Golfo Pérsico. Además, Bahrein ha respondido a las críticas de Iraq por la represión política con la suspensión de los vuelos de su aerolínea nacional a Bagdad, Beirut y Teherán, consideradas todos demonios chiítas.

La mayoría de los iraquíes están resentidos profundamente con Arabia Saudita –y justificadamente. Los sauditas jihadistas tuvieron una participación central en el caos culpable de la muerte de cientos de miles en los años inmediatos a la invasión dirigida por los Estados Unidos en 2003. Los sauditas incluso gastaron miles de millones de dólares para construir un muro de seguridad a lo largo de su extensa frontera con Iraq, a fin de contener la violencia que estaba exportando allí.

Sin embargo, el verdadero escudo protector para los gobernantes del Golfo es la presencia de las tropas estadounidenses en Iraq porque los estrategas miopes del reino no pudieron ver que la incapacidad para relacionarse con el Iraq posterior a la era de Saddam dejaría el campo abierto a Irán. Sin embargo, el sueño saudita de regresar el tiempo y tener de nuevo un Iraq gobernado por la minoría sunita hizo imposible una diplomacia realista.

A pesar de este fracaso, Iraq sigue teniendo el rechazo de los Estados de la región controlados por los sunitas. Iraq ha intentado forjarse un papel político para sí mismo en el mundo árabe mediante la participación en cumbres árabes, pero cuando le tocó ser anfitrión la cumbre se pospuso por un año debido en parte a la primavera árabe, pero también al rechazo de algunos países del Golfo a participar en una reunión celebrada en Bagdad.

A los ojos de los sauditas, la salida militar de los Estados Unidos significaría entregar el país a Irán. Los sauditas bien podrían tener razón: el retiro de las tropas estadounidenses representaría una victoria contundente para Irán, que no tiene presencia militar en Iraq pero es el actor más fuerte ahí. Ningún otro país aliado de los Estados Unidos, ni siquiera Turquía, podría igualar la influencia iraní en el país.

En efecto, el retiro militar de los Estados Unidos de Iraq será un regalo para Irán. Sin embargo, eso se debe totalmente a que los sauditas desde 2003 se han comportado como si le temieran a los chiítas de Iraq –y a los suyos propios- que al régimen iraní.

Mai Yamani, autora de Cradle of Islam. Traducción de Kena Nequiz.

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