Trampas de poder del hombre fuerte

A principios de este año, cuando el presidente ruso Vladímir Putin anunció que estaba formando una guardia nacional de 400.000 hombres que sólo respondería ante él, muchos rusos se preguntaron por qué era necesaria una nueva fuerza militar. Después de todo, el ejército ruso ha regresado: Putin lo equipó con nuevos juguetes, e incluso organizó dos pequeñas guerras –en Georgia en el 2008 y en Ucrania, a partir del 2014– para probarlo.

Pero el golpe de Estado fallido contra el también hombre fuerte, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, apunta a una razón importante para el establecimiento de una guardia pretoriana. Putin ha arrinconado tanto las instituciones democráticas rusas que el único medio de sacarlo del poder ahora sería mediante un golpe militar.

Putin, Erdogan, e incluso el presidente chino, Xi Jinping, todos tienen temores similares, justificados acerca de su supervivencia política. Llegaron al poder en sistemas que ponen limitaciones reales al ejercicio del poder. En el caso de Erdogan, Turquía tenía el imperio de la ley y los controles institucionales y equilibrios del poder ejecutivo; y en el caso de Xi y Putin, había reglas no escritas santificadas por décadas de precedentes.

Estas reglas –establecidas en Rusia por Jruschov tras morir Stalin en 1953, y en China por Deng Xiaoping, tras morir Mao en 1976– fueron diseñadas para controlar la criminalidad fuera de la gobernanza mediante la garantía de que un líder no amenazaría la vida y la seguridad de cualquiera de sus predecesores o colegas. En este sistema, un funcionario del Gobierno puede ser retirado del poder o puesto bajo arresto domiciliario, pero no hay riesgo de encarcelamiento o daño físico contra él o su familia.

Putin llegó al poder en 1999, en parte porque comprendía y –lo más importante– pareció aceptar esta tradición. Boris Yeltsin eligió a Putin porque le aseguró que, si le ponía en el cargo, Yeltsin y su familia estarían protegidos de cualquier castigo legal o político. Con Yeltsin, Putin mantuvo su parte del trato, pero ha mostrado poca moderación en la persecución de sus rivales. El oligarca Borís Berezovski fue conducido al exilio, donde fue perseguido y acosado hasta que fue encontrado muerto en su casa en el 2013, supuestamente tras suicidarse. Mijaíl Jodorkovski, el multimillonario dueño de Yukos Oil y posible rival político de Putin, fue despojado de su empresa, encarcelado y luego desterrado.

En China, Xi, admirador de los métodos de Putin, ha adoptado el libro de jugadas de Rusia ya que ha consolidado su poder. Desde los últimos años de Deng, a finales de 1980, una forma de dirección colectiva dentro del Partido Comunista Chino se ha comportado con las mismas convenciones no escritas, protegiendo a los más poderosos de una pena justa. Pero con Xi, la dirección colectiva ha dado paso al gobierno de un solo hombre, y las reglas no escritas han saltado por los aires.

Xi usa medidas contra la corrupción para despachar rivales y concentrar el poder en sus manos, y ha sido aún más despiadado que Putin. Cientos de generales del Ejército Popular de Liberación han sido purgados y encarcelados por corrupción. Xi ha violado la norma del partido de no perseguir a los miembros del Comité Permanente del Politburó más allá de separarlos de sus cargos. Véase el ejemplo de Zhou Yongkang, jefe de seguridad interior de China, encarcelado por soborno, por corromper el poder del Estado (por presuntamente tener demasiadas amantes), y filtrar secretos de Estado. Los miembros de su familia han sido encarcelados. Al violar las normas del partido y los acuerdos no escritos entre la élite gobernante, Putin y Xi dejan claro que no pueden abandonar el poder voluntariamente sin temor por su seguridad futura. No es de extrañar, pues, que tras 17 años de gobierno, Putin se presente de nuevo para presidente –virtualmente sin oposición– en marzo del 2018. Xi tiene un problema. En el 2017 se completará su primer periodo de cinco años, y los precedentes le permiten sólo un periodo más de cinco años. Como cinco de los siete miembros del Comité Permanente van a ser sustituidos en el 2017, este sería el momento para que sus oponentes le desafíen nominando un sucesor. La mera existencia de un cambio potencial podría ser una sentencia de muerte política de Xi.

Desde el golpe en Turquía, Erdogan ha tomado medidas enérgicas contra quienes presuntamente estaban contra él, elaborando una lista de detenidos sospechosamente conveniente que afecta a miles de políticos, militares y jueces, a los que acusa de amenazar a su gobierno “democrático”. Pero Erdogan se enfrenta ahora a una dura elección: seguir a Putin y Xi por el camino de no retorno de la autocracia, o volver a la democracia funcional.

Incluso con sus adversarios políticos apoyándole en su rechazo del golpe militar, el pueblo turco ha hecho saber su preferencia.

Nina L. Khrushcheva, profesora Relaciones Internacionales y decana asociada de Asuntos Académicos en The New School.

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