«Transforma España»

La llegada del año nuevo, 2012, coincide con las primeras actuaciones del también nuevo Gobierno, y como quiera que continúa con toda intensidad la gravísima crisis económica en la que estamos inmersos, es lógico que las primeras medidas se dirijan a paliar los efectos de esta y también —esperemos— a poner los cimientos para superarla. Esto es extremadamente urgente, y por ello debe gozar de absoluta prioridad.
No debemos olvidar, sin embargo, que también estamos inmersos en otras crisis de análoga gravedad, aunque no de la misma urgencia:

a) La primera es la crisis institucional; constantemente nos repetimos que estamos en una democracia joven, pero ¿en qué se nota? Se nota en que hay elementos esenciales del Estado de Derecho que figuran en nuestro entramado institucional y que, sin embargo, han perdido su vigencia social, por ejemplo, la separación de poderes: que los parlamentos estén dominados por los gobiernos a los que deberían controlar es ya casi un hábito en muchas democracias; sin embargo el control del Poder Judicial por parte del Ejecutivo es una excepción que en modo alguno debe perpetuarse; el desprestigio del Tribunal Constitucional con las sentencias sobre el nuevo Estatuto de Cataluña (con alguna honrosa y honorable excepción) y —sobre todo— con la de la legalización de Bildu, insólitamente anticipada por el ex presidente del Gobierno, le ha conducido a una situación de difícil salida. La reforma de la Justicia no debe limitarse a este punto; la lentitud de su funcionamiento perturba gravemente la seguridad jurídica y, en definitiva, la confianza en las instituciones.

Del mismo modo la imprescindible reordenación de las Administraciones Públicas creadoras de una tupida red de influencias e intereses que hacen difícilmente viable su propia supervivencia y que exigen una reforma inmediata para evitar onerosas duplicidades y lograr su eficaz funcionamiento con un menor coste. También es imprescindible una reforma —y de calado— del sistema político, y en varias dimensiones, para que no se pueda decir que estamos convirtiendo nuestra democracia en una partitocracia. Quizá lo primero sea revalorizar, acreditar la función política y la clase política, sobre todo después de algunas experiencias (¿experimentos?) del pasado reciente. Con ello podremos valorarla, seleccionarla y retribuirla en la medida en que se merece una función tan importante como la de gestionar los intereses públicos.
Después debe limitarse a jugar el papel, excelso, que le corresponde en una democracia: representar a los ciudadanos; representarlos, pero no suplantarlos; el espectáculo de la gestión de numerosas Cajas de Ahorros no puede ni debe repetirse: unas instituciones que han prestado durante cerca de trescientos años un impagable servicio a la sociedad han sido destrozadas y, en algunos casos, expoliadas por unos gestores nombrados por los políticos que merecen ser tratados con el mayor rigor que permitan las leyes, también las penales. Es absolutamente inmoral e intolerable que se pida poco menos que el despido libre y simultáneamente se alcen con unas indemnizaciones millonarias los directivos de unas Cajas poco antes de que estas entidades que han gestionado sean salvadas con cargo al contribuyente. También debe la clase política flexibilizarse, salir de la senda de una esclerosis progresiva para tener la imprescindible y deseable ósmosis con la sociedad civil, de tal modo que los ciudadanos puedan salir y entrar en la política; así estos serán conscientes de las satisfacciones (que las hay) y sinsabores que conlleva y también serán mejores representantes de la ciudadanía de la que acaban de salir. Será necesario, en todo caso, que se ensanchen los canales de comunicación entre los ciudadanos y sus representantes para evitar distanciamientos e indignaciones nocivas y peligrosas.

b) No menor es la necesidad de abordar reformas estructurales demasiadas veces pospuestas. Algunas son imprescindibles para hacer frente a la crisis económica; así, la reforma del mercado financiero y sobre todo la del mercado de trabajo. Es difícilmente aceptable que por razones ideológicas y de intereses gremiales no solucionemos un problema que afecta —y de qué forma— a casi cinco millones de personas; no hay razón alguna para que doblemos el índice de paro de la Unión Europea no tenemos más que mirar alrededor para atisbar las posibles soluciones. Algunas otras reformas no tienen la misma urgencia pero son incluso más importantes, me refiero en concreto a la del sistema educativo y, en general, a la generación y gestión del talento que se ha convertido en la llave del crecimiento económico y del desarrollo social.
Algunas de estas propuestas fueron expuestas con detalle a partir de las conversaciones con un centenar de personalidades de la vida económica y entregadas a S.M. el Rey como más alta magistratura no partidista en el documento «Transforma España» que próximamente aparecerá en forma de libro. Pero su destinatario no era sólo la clase política, era —y es— sobre todo la ciudadanía en general pues el documento refleja los sentimientos de esperanza y, sobre todo, de confianza que deberían llegar al ciudadano común.

La crisis es grave, muy grave y requiere —y requerirá— grandes esfuerzos y sacrificios; pero todo ello con una finalidad muy clara: superarla; salir de esta ya larga crisis económica y volver a la senda del crecimiento y de la prosperidad. Es necesario adoptar medidas, ya lo estamos viendo, duras, ingratas e impopulares. Para ello considero absolutamente imprescindible una muy amplia labor didáctica; nadie asume de buena gana los sacrificios si no sabe, si no se le explica, cuál es la finalidad de los mismos.
Si queremos recuperar, mantener e incrementar nuestro reciente nivel de vida y nuestro Estado del Bienestar, debemos aumentar nuestras exportaciones para así poder pagar lo que compramos en el exterior (sobre todo productos petrolíferos) y no seguir incrementando nuestra deuda (que es la causa fundamental de nuestros males). Tenemos por tanto que mejorar nuestra competitividad (mejorar la calidad de nuestros productos o disminuir su coste) y poner todos los medios a nuestro alcance para que los empresarios (presentes y futuros) consigan incrementar nuestra presencia y penetración en los mercados exteriores.

Si lo hacemos —y estoy seguro de que lo podemos hacer— volveremos al crecimiento económico y a ir cicatrizando poco a poco las heridas que esta crisis nos está produciendo, la primera de ellas, la cifra (escalofriante) de parados pero no olvidemos a este respecto que, con unas arcas públicas totalmente exhaustas, los únicos que pueden crear empleo son los empresarios. Parece hora ya de ir dejando los viejos clichés del empresariado que hacían de todo menos estimular las vocaciones empresariales y empezarlos a tratar como lo que en definitiva son: creadores de empleo. Me refiero a todos los empresarios: españoles y extranjeros; grandes, medianos, pequeños y autónomos; presente y futuros (hay que fomentar las vocaciones empresariales). Para ello son necesarias medidas de diverso tipo: la más general es la de la seguridad jurídica; sin seguridad jurídica no crearemos nuevas empresas y las existentes empezarán a irse (a deslocalizarse se dice ahora); ello supone normas jurídicas claras, concisas, cumplibles y duraderas; a la dispersión, multiplicidad y temporalidad que hemos padecido debe ponérsele remedio lo antes posible.

En definitiva, hay que darles la posibilidad de crear riqueza utilizando, de modo útil y flexible, los dos factores que lo hacen posible: las personas, el trabajo y el mayor talento posible por un lado y el capital, los recursos financieros, por otro. Si así lo hacemos volveremos —y antes de lo que pensamos— a mirar el futuro con confianza y esperanza. Tenemos instrumentos para lograrlo: dirigentes empresariales muy capacitados, como lo demuestra la posición internacional en que han situado nuestras empresas; tenemos una lengua que es la segunda más internacional del mundo y que facilita extraordinariamente la entrada en los mercados; pertenecemos a la Unión Europea y a la Unión Monetaria (el euro) lo que dota de solidez y rigor a nuestras instituciones y —last but not least— ofrecemos una cultura y una forma de vivir (posición, clima, población, infraestructuras, etc.) que —dicen los extranjeros— son envidiables.

Este año 2012 puede ser el punto de inflexión en el que habiendo empezado a hacer los deberes de verdad, podamos mirar al futuro cada vez con más confianza.

Por Eduardo Serra, exministro de Defensa y presidente de Eduardo Serra y Asociados.

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