Transparencia

Cuando un gobierno sigue una política de mínima transparencia y mínima información sobre sus intervenciones importantes en política exterior siempre cabe la posibilidad de que a la vuelta de la esquina sobrevenga una crisis, y cualquier crisis de esa naturaleza termina convirtiéndose en una catástrofe.

Ese es el caso de las trágicas muertes de dos militares españoles y su intérprete en Qala-e-Now (Afganistán), de las manifestaciones consiguientes contra los españoles en esa localidad y de la gresca política en España. Grande ha sido el sufrimiento en España ante estas muertes y lo ocurrido posteriormente, no sólo porque tres españoles hayan perdido su vida, sino porque ni el Gobierno ni la opinión pública española estaban mentalmente preparados para una tragedia como ésta.

La falta de libertad que padecen los militares españoles sobre la forma en la que han de decidir su estrategia en Afganistán, las limitaciones impuestas al Ejército por el Gobierno y las reticencias a permitir el acceso de los medios de comunicación [al contingente español allí desplegado] o un debate público acerca de esta política no han hecho más que generar frustración, ignorancia en la opinión pública y una crisis política cada vez que cae asesinado un soldado español.

Lo más humillante para España, aparte de las muertes, han sido las manifestaciones de la población afgana contra su presencia en Qala-e-Now, algo que no había ocurrido nunca hasta ahora contra un país europeo en concreto. Las manifestaciones populares por bajas de civiles afganos o por bombardeos realizados por fuerzas de los Estados Unidos o de la OTAN se habían dirigido siempre contra los norteamericanos o contra el Gobierno afgano y no contra un país europeo determinado.

Para España, todo esto acarrea graves consecuencias. Implica que no ha sido capaz de granjearse las simpatías de la población de Afganistán occidental, pese al alto precio que está pagando en sangre y en recursos.

A pesar de algunas informaciones de prensa que aseguran que las manifestaciones fueron espontáneas, hasta ahora la inmensa mayoría de estas protestas han sido organizadas por los talibán, sus simpatizantes o políticos de la oposición al Gobierno afgano. No me cabe la menor duda de que esta manifestación fue organizada contra los españoles y contra el nuevo gobernador de la provincia de Badghis, Delbar Jan Arman, por los talibán, que sin lugar a dudas se han infiltrado con éxito en la localidad y entre su población a apenas unos metros de distancia de la base española.

Lo que demuestra la manifestación es que las fuerzas españolas no estaban al tanto del grado en que los talibán habían ido ganando influencia entre la población, del nivel de organización que habían alcanzado y de lo eficaces que han demostrado ser. La manifestación arroja enormes dudas sobre todo el esfuerzo realizado por los españoles. Encima, no ha habido declaración alguna del Gobierno que aclare quiénes promovieron la manifestación y por qué tuvo lugar.

En los últimos meses, las fuerzas españolas se han ido quedando cada vez más solas en la que es una de las provincias más aisladas del país. Los talibán se han movido a capricho por todas partes, han bloqueado con frecuencia la carretera principal que lleva hacia el sur, a Herat, en el sudoeste, y a Maimana y Mazar-e-Sharif hacia el norte, han intimidado a la población local y han lanzado ataques contra las fuerzas de la OTAN siempre que les ha venido en gana.

Algunos de los importantes proyectos españoles de ayuda y desarrollo han tenido que suspenderse porque se ha considerado que era excesivamente peligroso continuarlos.

Las limitaciones impuestas por el Gobierno a las tropas españolas impiden que los militares pasen a la ofensiva o se defiendan adecuadamente eliminando las bases y los focos de los talibán de los que tiene conocimiento. En vez de ello, el contingente español se ha atrincherado en sus posiciones cada vez más y en su lugar han sido enviados a Baghdis alrededor de 800 soldados estadounidenses para dar la batalla a los talibán. Todo ello ha sido extremadamente frustrante para el Ejército español, que estaba deseoso de cumplir plenamente con sus responsabilidades en lugar de tener que recurrir a los norteamericanos.

Con todo esto se ha enviado también una señal enormemente negativa a la población de la zona acerca de la falta de voluntad de España de entablar batalla con los talibán, y se ha enviado otra señal a los propios talibán de que pueden dar por inexistente la presencia militar española porque ésta no ha sido eficaz. Los insurgentes se han asegurado de que, hagan lo que hagan en esa zona, no va a haber reacción alguna de los españoles. Resulta a la vez una injusticia y un disparate que el Ejército español lleve a cabo operaciones militares bajo este tipo de imposiciones o que se ponga en juego la vida de los soldados cuando no pueden responder a las provocaciones de los talibán.

Todos estos problemas habrían tenido solución si hubiera habido un debate serio sobre esta política. Durante más de un año los españoles han estado esperando que hubiera un debate en el Parlamento y un discurso del presidente del Gobierno con contenido sobre la política de España en Afganistán y sus intenciones de cara al futuro.

Un debate de estas características podría asimismo sacar a la luz los puntos de vista de todos los bandos sobre cuestiones importantes, como por ejemplo la ayuda al desarrollo de Afganistán, los condicionamientos restrictivos a las tropas españolas y a la fijación de objetivos militares realistas, la necesidad de proporcionar un mayor acceso de los medios de comunicación a los soldados a través de periodistas españoles y la forma de llevar a cabo una política eficaz para ganarse a la población de la zona.

Nada de esto ha podido ocurrir porque nunca ha habido un debate y porque José Luis Rodríguez Zapatero se ha guardado sus opiniones para sí mismo. Parece como si la política del Gobierno fuera que, cuanta menos información haya, menos preocupada estará la opinión pública por el despliegue de sus soldados en Afganistán.

En estos momentos se están produciendo llamamientos peligrosos de algunos grupos políticos a que España se retire completamente de Afganistán y abandone sus compromisos con la OTAN. Hay declaraciones contradictorias de los partidos de la oposición. Sin embargo, hasta ahora la respuesta del Gobierno ha consistido en atrincherarse aún más si cabe, hacer caso omiso de todos los llamamientos a un debate, no dar una respuesta adecuada a sus críticos y asegurar a la opinión pública que hay una estrategia y que está en buenas manos.

España debe mantener sus compromisos con la OTAN y con Afganistán durante todo el tiempo por el que los haya contraído, pero el Ejército español no puede ser utilizado como argumento político ante la OTAN y, en realidad, verse obligado por el Gobierno a no hacer nada en defensa propia, ni combatir al enemigo talibán, ni granjearse las simpatías de los afganos en las zonas bajo su responsabilidad.

Es preciso que el Ejército y la opinión pública de España cuenten con una mayor confianza de la que su Gobierno les dispensa en la actualidad. La política exterior no puede llevarse a cabo en un vacío informativo.

Ahmed Rashid

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