Tras la derrota del plebiscito, Boric engancha (de nuevo) hacia el centro

La nueva ministra de la Secretaría General de la Presidencia, Ana Lea Uriarte, saluda al presidente de Chile, Gabriel Boric, y a la nueva ministra del Interior, Carolina Toha, en la ceremonia de cambio de Gabinete del Gobierno en el Palacio de La Moneda, en Santiago de Chile, el 6 de septiembre de 2022. (Alberto Valdes/EPA-EFE/Shutterstock)
La nueva ministra de la Secretaría General de la Presidencia, Ana Lea Uriarte, saluda al presidente de Chile, Gabriel Boric, y a la nueva ministra del Interior, Carolina Toha, en la ceremonia de cambio de Gabinete del Gobierno en el Palacio de La Moneda, en Santiago de Chile, el 6 de septiembre de 2022. (Alberto Valdes/EPA-EFE/Shutterstock)

Después de la contundente derrota de la propuesta de Constitución en el plebiscito, el presidente de Chile, Gabriel Boric, movió sus piezas: hizo un profundo cambio de gabinete que devolvió a la ex-Concertación —una coalición de partidos del espectro de izquierda que gobernó el país cuatro administraciones— al círculo del poder en La Moneda.

El gobierno habló del inicio del “segundo tiempo”, algo prematuro considerando que Boric apenas lleva seis meses de los cuatro años de su mandato. Si seguimos con la metáfora deportiva (Boric es un fanático del fútbol), recién cumplimos 12 minutos del primer tiempo y los jugadores apenas están entrando en calor, pero ya fue necesario recurrir a la banca para hacer cambios en puestos clave.

Boric lo calificó como “uno de los momentos más difíciles políticamente que me ha tocado enfrentar”. Pero antes ya también había vivido coyunturas críticas y la respuesta fue la misma: amagar a la izquierda para luego enganchar y salir jugando por el centro. Con esos movimientos logró pasar, en apenas una década, de líder estudiantil a presidente de la República.

En noviembre de 2019, Chile era sacudido por el estallido social, la mayor protesta desde el fin de la dictadura de Augusto Pinochet, en 1990. El presidente, el derechista Sebastián Piñera, había minimizado el descontento al señalar que Chile era “un oasis”. Luego, sacó a los militares a la calle y advirtió: “Estamos en guerra”. Pero las manifestaciones, tanto pacíficas como violentas, continuaron. Por primera vez en 30 años, la derecha se mostró dispuesta a renunciar a su línea de defensa: la Constitución impuesta por Pinochet en 1980, varias veces reformada, aunque nunca reemplazada en democracia.

Los partidos políticos negociaron, en sesiones maratónicas, un acuerdo: se llamaría a elecciones para una Convención Constitucional. El izquierdista Frente Amplio (FA), fundado por exdirigentes estudiantiles en 2017, dudaba. El partido del entonces diputado Boric, Convergencia Social, uno de los miembros del FA, se oponía: algunos consideraban que firmar era entregarle un salvavidas al tambaleante gobierno de Piñera.

Boric amagó y salió jugando por el centro: firmó “a título personal” el acuerdo. Lo acusaron de traidor, lo agredieron en un parque, y su partido le suspendió la militancia. Pero su estatura política creció: se había convertido en un jugador de las grandes ligas.

En 2021, se acercaban las elecciones presidenciales y el FA no tenía candidato. Algunos de sus líderes eran demasiado jóvenes para cumplir el requisito de los 35 años. Le ofrecieron la candidatura a varias figuras cercanas, pero nadie la quiso: el elegido se enfrentaría a Daniel Jadue, del Partido Comunista (PC) y alcalde de Recoleta, en unas primarias en las que todos daban a Jadue por seguro ganador.

Al final, más por descarte que por entusiasmo, Boric fue proclamado. Acababa de cumplir 35 años. Debía juntar 34,000 firmas para inscribirse, una meta que al principio parecía imposible, y que logró al filo del plazo legal. Todos suponían que su candidatura sería tan breve como simbólica.

Pero entonces, como en esa madrugada de 2019, apareció un claro, de nuevo por el centro. Seguro de su victoria, Jadue se mostró radical y belicoso. Defendió a los regímenes de Venezuela y Cuba, se enfrentó con periodistas en los debates y dijo que las empresas que no pagaran sueldos dignos “no deberían existir”.

Boric enganchó hacia el centro y salió jugando. Había un factor clave: los votantes de los partidos de la ex-Concertación podrían participar en la elección entre Boric y Jadue. El hoy presidente atrajo a ese grupo mostrándose conciliador, evitando las propuestas radicales y distanciándose de los regímenes autoritarios de izquierda en la región. Sumó más de un millón de votos y derrotó por 20 puntos de diferencia al candidato del PC.

En la primera vuelta electoral de 2021, ya como candidato presidencial de Apruebo Dignidad (la coalición del FA y el PC), apenas llegó a 25.8%, dos puntos menos que el candidato de la extrema derecha, José Antonio Kast.

¿Y qué sucedió? Sí, de nuevo vio un espacio por el centro: Kast levantó alarmas con su exaltación del pinochetismo y con un programa que prometía revertir la ley de despenalización del aborto en tres causales, además de eliminar el ministerio de la Mujer. Así que Boric cambió su plataforma programática, desechando propuestas como la refundación de Carabineros (la Policía militar) y moderando sus reformas económicas. Se mostró como el candidato confiable frente al extremismo de Kast. Y resultó. Gracias a una gran movilización, especialmente de mujeres de grandes ciudades, se convirtió en el presidente más joven de la historia de Chile.

Ahora, el desafío es infinitamente más difícil. Su popularidad está en 33%, lastrada por la criminalidad y la inflación, que llega a 14.1%, la más alta desde 1992. El plebiscito constitucional, gatillado por ese acuerdo que Boric firmó en 2019, terminó en desastre para su gobierno: 62% de los chilenos rechazó el texto elaborado por la Convención, lo cual se entendió también como una prueba de desaprobación para su administración.

Bajo presión, Boric repite ahora su jugada favorita. Los jóvenes exlíderes estudiantiles que acompañaron a Boric en este proceso debieron abrir paso a la “vieja guardia” de la ex-Concertación. Carolina Tohá (57 años), exdiputada, exalcaldesa y exministra de la presidenta Michelle Bachelet, asumió como jefa de gabinete, en reemplazo de la independiente Izkia Siches (36). Y Ana Lya Uriarte (60), exjefa de gabinete de Bachelet, es la nueva ministra de la Presidencia, reemplazando a Giorgio Jackson (35), del FA y socio político de Boric. En el núcleo de La Moneda solo permanece la eficiente vocera Camila Vallejo (34), del PC. En el comité político, las fuerzas ahora son parejas: tres ministras de los partidos de la ex-Concertación, y tres del FA-PC. (Y sí, ministras, porque en un hecho inédito, cinco de las seis integrantes del comité político son mujeres).

Los jóvenes que habían llegado a barrer del tablero a la ex-Concertación ahora deben compartir el poder. Hace algunas semanas, Jackson había causado escozor al decir que “nuestra escala de valores y principios” dista de la “generación que nos antecedió”. Ahora, esa generación es llamada al rescate.

¿Funcionará esta vez a Boric la misma jugada? No es fácil. Las fuerzas políticas buscan una salida al atolladero constitucional, mientras el gobierno sigue impotente ante el destructivo tándem delincuencia más inflación, y el nuevo gabinete debe ahora negociar en el Congreso para sacar adelante sus reformas con una oposición envalentonada. Su movimiento clásico de enganche hacia el centro vive su prueba de fuego.

Daniel Matamala es periodista y escritor chileno, autor de libros de investigación periodística. Es conductor del noticiero Chilevisión Noticias Central. En 2022 fue galardonado con el Premio María Moors Cabot.

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