Tratar con la UE, el secreto de una sólida asociación

Por Charles A. Kupchan, profesor de Asuntos Internacionales en la Universidad de Georgetown y Senior Fellow en el Council on Foreign Relations, e Ivo H. Daalder, Senior Fellow en la Brookings Institution (EL MUNDO, 21/02/05):

El viaje a Europa del presidente George W. Bush podría representar la última oportunidad de reconstruir la tradicional relación de colaboración entre las democracias atlánticas, en estos momentos casi a punto de ruptura. Para tener éxito, Bush debería darse cuenta de que ya no puede confiar en los viejos métodos. Estados Unidos tiene que dejar de pensar que puede ejercer su influencia sobre Europa gracias a la OTAN.

Al contrario, una asociación sólida y estable exige que Washington sea capaz de tratar con el nuevo sujeto colectivo representado por la Unión Europea, así como con cada uno de sus estados miembros.Sólo de esta forma, Bush podrá conseguir reconquistar la confianza de los europeos y obtener de Europa lo que más necesita en este momento: una ayuda concreta en Oriente Próximo.

Europa ha cambiado profundamente desde la época de la primera llegada al poder de Bush. La UE se está desarrollando, sobre todo gracias al nuevo Tratado Constitucional que se halla en curso de ratificación. Por medio de él, la UE tendrá finalmente un solo ministro de Asuntos Exteriores y su propio cuerpo diplomático.La unilateralidad del primer mandato de Bush, que culminó en la Guerra de Irak, contribuyó a ampliar la ruptura existente entre Europa y América.

Hoy, los filoatlánticos se ven obligados a estar a la defensiva incluso en las nuevas democracias de la Europa central, tradicional feudo de consenso proamericano. La Guerra de Irak ha demostrado ser una gran oportunidad para todos aquellos que aspiran a hacer de Europa una especie de contrapeso, una potencia alternativa a Estados Unidos.

En el pasado, sólo los orgullosos funcionarios franceses denunciaban la hegemonía americana e invocaban en voz alta una mayor multipolaridad.Ahora, en cambio, el gaullismo tiene numerosos seguidores en toda Europa.

El reto para Bush consiste, pues, en conseguir sacar ventaja de la nueva y cambiante situación del continente, forjando una nueva alianza transatlántica entre Estados Unidos y la Unión Europea. En efecto, Bush parece haber comprendido la situación.De hecho, la primera etapa de su primera visita al extranjero tras su segunda toma de posesión será precisamente Bruselas.Se está barajando incluso la hipótesis de que, en Bruselas, Bush puede proponer iniciativas para poner al día la cooperación entre EEUU y la UE, quizás por medio de la creación de un secretariado de funcionarios pertenecientes a ambos países.

Después, el secretariado podría poner en marcha grupos de contacto sobre temas específicos para coordinar las iniciativas políticas.Estas nuevas estructuras no sustituirían a la OTAN, pero su creación sería un explícito reconocimiento de que el objetivo meramente militar de la alianza la hace inadecuada como sede principal del diálogo trasatlántico.

En vez de fomentar las divisiones entre los países filoatlánticos (Reino Unido, Italia y Polonia) y la coalición francoalemana, Washington debería animar a sus mejores y más tradicionales aliados a jugar un papel más importante en la definición del futuro de Europa.

Si la definición de la identidad y de las líneas políticas se dejan en manos de los gaullistas, la UE podría incluso decidir enfrentarse a Estados Unidos. En cambio, de mantenerse a una prudente distancia, los filoatlánticos contribuirán a plasmar en la UE la definición de una línea diplomática europea que no sea irreconciliable con la de Washington.

Por último, Bush tiene que regresar de su viaje europeo con una agenda concreta para la cooperación EEUU-UE en Oriente Próximo.Para conseguirlo, ambas partes tendrán que renunciar a algo.En Irak, Europa debe jugar un papel más importante en la preparación de las Fuerzas de Seguridad iraquíes y en la creación de instituciones políticas vitales.

En Irán, Estados Unidos tiene que acercarse a las posiciones europeas y demostrar que está dispuesto a compensar a Teherán en caso de que se alcance un acuerdo de suspensión definitiva y verificable de su programa nuclear.

Además, por lo que al proceso de paz en la región se refiere, ambas partes deben unir los propios esfuerzos y ayudar a los palestinos a crear instituciones y Fuerzas de Seguridad eficaces y creíbles, sin renunciar a la posibilidad de lograr una solución diplomática satisfactoria. Por su parte, Europa tendrá que hacer efectivo el nombramiento de un único ministro de Exteriores y desarrollar su propio cuerpo diplomático. Debe acelerar, además, las reformas en el ámbito de la defensa, destinadas a racionalizar la fabricación y la adquisición de armas y aumentar su potencia de fuego y su movilidad.

Por otra parte, en vez de abandonarse a sentimientos antiamericanos y colocar a la Unión Europea como posible alternativa a la superpotencia americana, los líderes europeos tienen que convencer a sus propios ciudadanos de la necesidad de una Europa más fuerte y capaz de aliarse, no de enfrentarse, con Estados Unidos.

La Administración Bush soporta mal la pasión europea por las instituciones internacionales y Europa está claramente cansada del tipo de liderazgo unipolar de Bush. Ha llegado, pues, el momento en que ambas partes dejen de lado las ideologías y abran paso al pragmatismo para reafirmar su tradicional alianza. De hecho, ninguna de las dos orillas del Atlántico puede permitirse el lujo de renunciar a ayudarse entre sí.

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