Travestismo legislativo con banda de música y claque

Este artículo trata sobre una mascarada: la "histórica" reforma de los delitos contra la libertad sexual que los deja, en su esencia, como estaban y, en sus detalles, peor que antes. Puesto que la ley previa solo castigaba los actos sexuales en los que los participantes no estuviesen de acuerdo -antes y durante-, su núcleo ya era, como en todos los países civilizados, el consentimiento. Podía mejorarse, claro (por ejemplo, considerando violencia la llamada sumisión química), pero esas mejoras no tocarían lo sustancial. Tampoco lo haría la promoción de ciertas políticas e incluso ideologías, como ya se ha hecho en otras materias. Lo uno y lo otro (con su lista de campañas, sensibilizaciones y cursillos), habría sido poco épico.

Los que llevan años con la matraca del "yo sí te creo" y el "sólo sí es sí" necesitaban una victoria histórica que justificase el aparato retórico y sus andamios presupuestarios. Un equivalente a la abolición de la esclavitud o la aprobación del voto femenino. Frente a eso, ¿qué más dan los problemas reales de las personas?

Travestismo legislativo con banda de música y claqueYa sabemos que la propaganda refleja una realidad manipulada; a veces, íntegramente falsa. Por ejemplo, en esos eslóganes mencionados. "Sólo sí es sí" es una frase tautológica. Salvo que se entienda con ella, por un formalismo disparatado, que solo el consentimiento expreso es libre y que habría delito (con independencia de que fuera o no perseguible) incluso cuando los protagonistas del acto sexual estuviesen perfectamente de acuerdo en su realización, si ese acuerdo no se manifiesta de determinada forma.

En cuanto al "hermana, yo sí te creo", no admite más interpretación benigna que como eslogan deportivo que se berrea entre copas, porque, en serio, solo puede decirlo una mente enloquecida que considere a las mujeres seres mitológicos que nunca mienten.

Fue al traducir los eslóganes a normas cuando comenzaron las dificultades. Una era especialmente previsible. La civilización, como consecuencia de la necesidad de optar entre bienes y derechos, terminó consagrando ciertos principios que limitan un peligro muy superior al de la existencia de delincuentes sin castigo. Ese peligro es el Estado.

El aparato coactivo del Estado se justifica si obedece al fin supremo de procurar la mayor libertad posible para cada individuo promoviendo las condiciones para que exista un entorno que facilite la conclusión de ese fin. Los sacrificios son límites a manifestaciones colaterales de la libertad, que permiten el enriquecimiento de ese entorno colectivo; y la discusión pública sana se centra en ir determinando la intensidad de esos sacrificios. Pero hay materias inalienables. No hay fin colectivo, por ejemplo, que justifique la imposición de lo que debemos pensar u opinar. Y no hay fin colectivo que justifique que el Estado encarcele a sus ciudadanos si previamente ese mismo Estado no ha demostrado que son culpables de un delito definido expresa y taxativamente como tal antes de su comisión, determinando sus consecuencias. Por eso presumimos que todo el mundo es inocente y que un delito solo se ha cometido legalmente si se demuestra la concurrencia de todos sus elementos.

La dificultad a la que antes aludía es intrínseca: el Derecho penal debe analizar la realidad, la verdad, y cuando se pregunta si alguien ha mantenido relaciones sexuales libres, la respuesta no puede ser si el consentimiento se realizó con una fórmula estereotipada o si su forma se ajusta a una definición legal, sino si existió o no en términos naturales, conforme a lo que entendería una mayoría de esa misma sociedad a la que se busca proteger.

Por eso, una vez establecido que el bien protegido es la libertad y que toda relación inconsentida es delictiva (incluso presumiendo que nunca hay consentimiento en casos límite, como el de menores hasta cierta edad o personas privadas de sentido), es mejor que el legislador evite definirlo, ya que la realidad es inabarcable y lo que se debería tratar de proteger no es una idea del mundo o un planteamiento militante, sino a la gente real frente a conductas dañosas de otros.

Sin embargo, la expectativa vendida era tan alta que ha devenido en el despliegue de un doblepiensa cutre. Por un lado, en las sucesivas versiones del proyecto se intentó introducir una definición de consentimiento que permitiese afirmar a sus promotores que, ahora sí, sólo sí es sí. De hecho, el patetismo de ese empeño se percibe en la disolución sucesiva del texto que, al principio, exigía actos exteriores, concluyentes e inequívocos y ha terminado en la vaguedad ambigua de que solo hay consentimiento cuando se manifiesta libremente mediante actos que, en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona.

El texto, nuevamente, o es tautológico -consentir implica siempre libertad y el conocimiento de su existencia para terceros solo es posible mediante el análisis de la realidad concreta y del comportamiento de los individuos que hablan, actúan, callan o permiten libremente- o se puede convertir en una regla probatoria prohibida (por inconstitucional) que imponga al juez la obligación de condenar, pese a llegar, como consecuencia de la prueba practicada, al convencimiento de que existió el consentimiento, cuando este no sea expreso y claro conforme a una interpretación restrictiva de la nueva ley. Es decir, o el juez hace lo que ya hacía (en una interpretación constitucional de la norma) o acepta una presunción de ausencia de consentimiento que invierte la carga de la prueba afectando al principio de presunción de inocencia. Y ello, ahora y gracias a esa definición innecesaria, con la presión externa de la policía de la literalidad.

Por otro lado, no solo los promotores de la reforma, sino múltiples comentaristas y opinadores, para poder vender el carácter histórico de la ley, se han puesto a proclamar que solo desde ahora se castigan las relaciones sexuales inconsentidas; que solo desde ahora el consentimiento es el centro de este tipo de delitos. Esta patraña -que recuerda a las declaraciones ante los medios de aquel ministro de Sadam Husein que afirmaba que su líder iba ganando la guerra incluso en el momento en que las fuerzas estadounidenses estaban entrando en Bagdad- lanzada a los cuatro vientos pese a toda la evidencia en contra -el texto literal de la ley, décadas de jurisprudencia- demuestra que es falsa la manifestada preocupación por el bienestar de las víctimas de este tipo de delitos.

De hecho, la necesidad de atender a su propaganda ha producido una ley peor que unifica todos los atentados contra la libertad sexual en un tipo básico (excluyendo la diferenciación previa entre abuso y agresión), lo que ha provocado que se amplíen las horquillas de las penas posibles de manera desmesurada, de forma que ahora los jueces tienen más discrecionalidad a la hora de castigar. Pronto habrá nuevos escándalos cuando hechos similares se castiguen con penas muy diferentes, cuando hechos que con el actual Código Penal se castigaban más severamente reciban penas más leves, cuando se revisen a la baja algunas condenas y cuando algún juez no sea lo suficientemente "cómplice" con la reforma y aprecie que no tiene que estar limitado por una interpretación restrictiva de la definición de consentimiento. La culpa, por supuesto, será del juez, no de la maldita realidad o de la impericia y la negligencia de los legisladores.

"El doblepiensa constituye la verdadera esencia del Socing, pues el acto fundamental del partido es utilizar el engaño consciente al tiempo que se conserva la firmeza de intenciones característica de la honradez. Decir mentiras descaradas creyendo sinceramente en ellas, olvidar cualquier hecho que se haya vuelto incómodo, y luego, cuando vuelva a hacerse necesario, sacarlo del olvido (...)". Tembló el BOE y parió un ratón escuálido, pero la función debe continuar, así que el ratón ha cogido un megáfono, se ha puesto a gritar que es un elefante y hay un montón de gente cargada de bondad, de honradez y de superioridad moral que está comprando entradas para ver su trompa.

Tsevan Rabtan es abogado.

1 comentario


  1. El totalitarismo deja de ser una isla cuando baja la marea y de extiende la infección.

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