Treinta años después

Todos los medios de comunicación se han hecho eco del acto organizado por el Partido Socialista para conmemorar la llegada del PSOE al Gobierno en diciembre de 1982. El formato del acto tuvo especial interés: se trataba de un diálogo entre el presidente del Gobierno de entonces (Felipe González) y el actual secretario general (Alfredo Pérez Rubalcaba) moderados por María González Veracruz (perteneciente a la actual comisión ejecutiva del PSOE, siendo la más joven de sus componentes).

El optar por esta metodología permite la visualización en el escenario de tres generaciones: la generación que protagonizó aquel acceso al Gobierno; la generación que entonces comenzaba su vida política institucional y la generación que hoy inicia su andadura.

Para la generación entonces triunfante el acto tenía algo de resarcimiento, de reconocimiento, de poner las cosas en su sitio. Era un gran día en el que se podía rememorar la época en que teníamos grandes victorias, en el que éramos un equipo triunfador, en el que sabíamos lo que queríamos y la realidad nos era propicia.

La imagen de Felipe González recordando todos sus logros, dando cuenta de todas sus hazañas, insistiendo en que cuando se quiere, se puede, contrastaba vivamente con las intervenciones de los otros dos actores de la representación. La representante más joven recordaba los grandes logros de aquella época que para ella se simbolizaban en los institutos de enseñanza, en los programas Erasmus, en la sanidad y mostraba su agradecimiento y admiración a aquella generación que había alcanzado cimas tan altas, imposibles de imaginar en estos tiempos de penuria.

El mayor interés estuvo en la generación intermedia. Era una generación que había comenzado el trabajo político-institucional en aquellos años, que se sentía identificada con sus mayores, que le gustaría emular al Madrid de las cinco copas de Europa, pero que sabía que en su haber estaba el peor resultado electoral en democracia. ¿Era todo fruto de una incapacidad para el liderazgo?; ¿se trataba de un problema de voluntad?; ¿cuáles eran las diferencias entre aquellos años y estos años?

El representante de la generación intermedia intentaba -cuando podía hablar- poner encima de la mesa las diferencias entre uno y otro momento, pero no era sencillo: el líder de la generación triunfante volvía a recordar los grandes logros, a rememorar las grandes hazañas, cuando él y solo él creía que era posible alcanzar la mayoría. Más allá de la apoteosis de la voluntad propia hubo, a pesar de todo, algunos instantes en que se pudo reflexionar sobre tres cuestiones que marcan la diferencia entre uno y otro momento: se recordó que, en aquellos años 80, la mayoría de la población tenía esperanzas de ir hacia delante, de mejorar, y creía que el futuro (1) sería mejor que el pasado. Esas esperanzas de progreso y de movilidad social, de redistribución de la riqueza y de apertura de las oportunidades, se asociaban a la inserción en el club de los países ricos y poderosos, en esa Europa (2) que iba a significar la solución a nuestros problemas. La consolidación de la democracia y la subordinación del poder militar al poder civil, el final del terrorismo y la desactivación del golpismo, estaban unidas a un proyecto de reforma y modernización en el que podrían superarse los antagonismos de clase hasta el punto de que la inmensa mayoría se pudiera sentir (3) clase media.

Ninguna de las tres cosas existe hoy. Hay miedo al futuro; de Europa hace tiempo que solo vienen malas noticias y las clases medias están desapareciendo en un contexto donde sólo muy pocos se salvan de la crisis (el famoso 1% que acapara las riquezas del 99% restante). En estas circunstancias: ¿qué se puede hacer?

Lo más importante de toda la jornada no fue ni la reprimenda del antiguo líder ni las llamadas a la voluntad; todo ello ha servido para llenar titulares de prensa, pero lo esencial estaba en que, por primera vez, se discutía con claridad acerca del actual proyecto europeo. Ya no son únicamente los sindicalistas o los economistas disidentes; no se trata sólo de los foros sociales o de los que dijeron desde el principio que por este camino Europa se encaminaba al desastre; ahora son ya los políticos más moderados del centroizquierda (Prodi, González, Soares, o Delors) los que denuncian que estamos construyendo una Europa bajo dominación alemana y que, si seguimos por este camino, cavaremos nuestra propia tumba.

El hecho es nuevo porque en los años 80 en España discutimos de la política de bloques militares, de la carrera de armamentos y del peligro de un choque entre las dos superpotencias. Hoy ya no existe la Unión Soviética, ni el Pacto de Varsovia, ni es posible una guerra nuclear. Hoy tenemos otros problemas; estamos sometidos en Europa a la hegemonía de una potencia económica que hace caso omiso de los sufrimientos de una parte muy importante de la población europea; estamos sometidos a una potencia que mira únicamente por sus propios intereses y cuya líder puede volver a triunfar en las elecciones del mes de septiembre de 2013.

Si queremos evitar los males de esta política de austeridad tenemos que dar una respuesta; tenemos que articular un contrapoder sindical europeo con el que los Estados tengan que negociar; ese contrapoder (por el que clamaban los trabajadores en la huelga general del pasado 14 de noviembre) tiene que ir unido a la voluntad de los países europeos de plantar cara a Alemania, de recordar que por el actual camino vamos al desastre.

Y eso fue para mí lo más interesante del acto del aniversario. Todo ha cambiado y los españoles -con la excepción de una parte de Izquierda Unida que insistió en estos peligros como la voz que clama en el desierto- no fuimos capaces de prever el monstruo que estábamos creando. Hoy ese monstruo ha crecido y las respuestas siguen siendo muy tibias. Por ello, cuando se dice que la izquierda no tiene proyecto hay que responder que no es verdad, que sí lo tiene, que se trata, por complicado y difícil que sea, de plantar cara a la actual deriva europea.

Antonio García Santesmases es catedrático de Filosofía Política de la Uned.

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