Tres actores, un mismo truco

Mariano Rajoy, Pablo Iglesias y Oriol Junqueras piensan lo mismo. O, según se mire, no piensan nada, como intentaré explicar a continuación. En todo caso, lo cierto es que coinciden en utilizar idéntico argumento, el del sentido común, convertido de un tiempo a esta parte en clave de bóveda de todos sus planteamientos, o en afirmación pretendidamente concluyente que aspira a dejar sin réplica en un debate a cualquier posible adversario o contrincante, como prefieran decirlo.

Bastará con que rebobinemos solo un poco en el calendario las declaraciones de unos y de otros para constatar que fue el actual inquilino de La Moncloa quien, cuando todavía no lo era, se apuntó primero al recurso. Recordarán ustedes la muletilla con la que Rajoy finalizaba el comentario justificativo de todas sus propuestas en la campaña de las últimas elecciones generales: eran “de sentido común”, y se contraponían a las ocurrencias, disparates, extravagancias y despropósitos que habían caracterizado la presidencia de Zapatero, especialmente en su última etapa.

En el caso del líder del PP, el empleo del argumento tenía poco de sorprendente. Presentar las propias propuestas no como una opción, susceptible de ser confrontada en la plaza pública con otras de signo opuesto, sino como una obviedad indiscutible conecta con una actitud que nunca ha dejado de estar presente en el pensamiento político conservador. Tal vez adquirió rango de doctrina a partir de Daniel Bell y su tesis sobre el fin de las ideologías, que, desde su formulación en 1960, ya no ha dejado de ser reivindicada en ningún momento como alternativa al superado debate ideológico. Rajoy, en ese sentido, se alinea con las posiciones de los que, del sociólogo norteamericano a Francis Fukuyama, pasando incluso por nuestro Gonzalo Fernández de la Mora y demás tecnócratas, se han esforzado por vaciar de contenido a la política a base de convertirla en innecesaria; posiciones que hoy, una vez que el modo de producción capitalista se ha quedado supuestamente sin alternativa tras la caída del muro de Berlín, muchos perciben como ratificadas por la historia.

Pablo Iglesias también ha decidido apuntarse al argumento del sentido común. En su caso, hay que reconocer que de alguna manera la cosa era de esperar, habida cuenta de la cantidad de ocasiones en las que, desde hace una temporada, se ha mostrado displicente con la contraposición derecha/izquierda, definiéndola en términos de antigüalla o de juego de trileros, según demandara la ocasión. Como imagino que no debe de ser casualidad que haya escuchado casi exactamente las mismas palabras en diferentes personas de la misma formación, tiendo a suponer que debe de haber pasado a ser la respuesta que propone el argumentario oficial del partido para el caso de que alguien plantee la cuestión de cómo se sitúa Podemos en el eje derecha/izquierda: “No le preguntamos a la gente de dónde viene, o ante qué símbolos se emociona”.

Se reparará en que la respuesta implica considerar dicho eje como algo del pasado, con el que solo cabe mantener un delgado hilo sentimental, más testimonial que otra cosa (las viejas banderas; las canciones de la resistencia republicana; los bravíos poemas de Celaya que, musicados por el cantautor del momento, tanta emoción encendían en los ánimos de los entonces jóvenes antifranquistas...), sin la menor relevancia política. Tanto es así que, recientemente, una candidata a las municipales, próxima a esta fuerza política, resumía su programa para la gran ciudad que aspiraba a gobernar como la suma de sentido común y legislación vigente (cuyo problema, se preocupaba en aclarar, no es que fuera mala, sino que se incumplía sistemáticamente). Un programa sin la menor arista, susceptible de ser aceptado incluso por el más conservador de los votantes.

No vale la pena demorarse en examinar con atención ese argumento supuestamente legalista con el que la candidata en cuestión pretendía reforzar su apelación al sentido común y que en cuanto tal no parece, él mismo, muy de sentido común. Porque no se acaba de entender bien la razón por la que los partidos hegemónicos que componen esa casta que hasta ahora ha ocupado el poder prácticamente en régimen de duopolio, repartiéndoselo como el que intercambia cromos (una metáfora que también parece estar en el argumentario de la nueva formación), se habría tomado la molestia de promulgar leyes impecables (con lo fácil que tenía hacerlas a la medida de su provecho particular) con el exclusivo propósito de incumplirlas luego de tapadillo. Pero dejemos este asunto de lado. De más interés para lo que se está intentando plantear será ahora hacer referencia al antes anunciado tercer entusiasta del sentido común.

También para Oriol Junqueras, todas sus propuestas entran de lleno en el capítulo de lo obvio o, por decirlo con más propiedad en su caso, de lo evidente. Ingrese el lector con curiosidad al respecto en el canal de vídeos YouTube y busque cualquier intervención del líder de ERC. Comprobará no solo que no alberga éste la menor duda de que la felicidad de los catalanes el día después de la independencia está asegurada, sino que tan firme actitud la mantiene también en relación con el mientras tanto: todos y cada uno de los pasos que apuntan hacia ese horizonte resultan igualmente incontrovertibles. Hasta el extremo de que la práctica totalidad de sus frases van precedidas de la expresión és evident.

En ese sentido, Junqueras se encuentra en las antípodas de Descartes: en vez de dudar de todo, no duda de nada. Pero, quede claro, su incapacidad para cuestionarse las propias convicciones no procede —como algún mal pensado podría sentir la tentación de insinuar— de que sus confesadas convicciones religiosas le arrastran al terreno del dogmatismo trascendental, sino, casi al contrario, porque un realismo pedestre (el del sentido común) le impide cuestionarse nada. O tal vez no haya contradicción entre ambas cosas y resulte que, también en esto, Gramsci llevaba razón cuando señalaba que la religión popular es “crasamente materialista”.

En todo caso, el hecho de que tres figuras públicas, se supone que tan diferentes entre sí, utilicen de manera sistemática el mismo recurso argumentativo no solo estaría acreditando el masivo vaciado de discurso al que se está sometiendo a la política en nuestros días (al parecer todo vale con tal de ensanchar la base electoral), sino tal vez algo todavía más importante. Cuando en el programa Salvados dedicado a Oriol Junqueras y que transcurrió en el hogar de una familia de Sevilla, Jordi Évole le preguntó: “¿Plantearíais la independencia aunque pensárais que os va a ir mal?”, la respuesta de Junqueras no pudo ser más reveladora: “Me niego a plantear esta tesis”, lo que provocó el comentario guasón de uno de sus anfitriones (sevillano tenía que ser, claro): “Te niegas a plantear lo que no te viene bien (...) te creas una película”. Análoga pregunta, con los matices pertinentes, se les podría formular a los otros dos políticos de los que venimos hablando desde el principio: “¿Os planteáis que eso que llamáis sentido común, y que presentáis como obvio e indiscutible, pueda ser el resultado de instancias tan dudosas como la costumbre, la reiteración, la tradición o ya no digamos la manipulación ideológica?”. Aunque tal vez la pregunta podría reformularse en términos más directos, planteando uno de los conflictos que mejor define la especificidad de nuestro presente: “¿Acaso la disyuntiva entre individualismo y solidaridad puede resolverse apelando al sentido común?”.

No deja, en efecto, de resultar extremadamente sorprendente que en un momento como el actual, en el que la exigencia ciudadana de regeneración democrática se ha convertido en un auténtico clamor, puedan llegar a coincidir fuerzas conservadoras y otras que se presentan como las adalides de la nueva política en responder a dicha exigencia con una mercancía tan averiada, sospechosa (por apolítica) y, si se me apura, premoderna como la del sentido común. Dejemos para otra ocasión el análisis de los motivos de una tal coincidencia. Limitémonos ahora, que ya estamos terminando, a dejar constatada una cosa: la coincidencia en lo malo nunca es algo digno de celebrar.

Manuel Cruz es catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona.

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