Tres años de crisis

Un acontecimiento entra en la historia asociado a una fecha. El 14 de julio de 1789 será recordado como el día de la toma de la Bastilla o el 6 de agosto de 1945 por el lanzamiento de la primera bomba atómica. Pero también hay acontecimientos históricos cuyo inicio no está definido tan nítidamente. Para estos se da por buena una fecha y es la que queda para siempre. El 9 de agosto del 2007 ya es la fecha aceptada como la del comienzo de la crisis financiera global en la que aún nos vemos envueltos.

Pero más allá de este inicio formal los síntomas de que algo comenzaba a torcerse eran evidentes desde finales del 2006 cuando el sistema hipotecario norteamericano comenzó a resquebrajarse por los crecientes impagos y muy especialmente desde la quiebra de la hipotecaria especializada New Century el 3 de abril del 2007. Contemos desde abril o desde agosto ya son, al menos, tres años con las finanzas globales muy maltrechas.

No hay duda de que esta crisis es realmente global porque lo han sido tanto sus efectos como las medidas tomadas para paliarla. El 9 de agosto de hace tres años los bancos centrales de Europa, EEUU y Japón decidieron intervenir conjuntamente en los mercados para evitar su colapso. Y fueron decisiones mancomunadas de varios organismos multilaterales (G-8, FMI, G-20…) las que evitaron el derrumbe del sistema financiero global en octubre del 2008 tras la quiebra de Lehman Brothers. Solo mediante actuaciones conjuntas se logrará cerrar definitivamente este episodio.

Esta crisis ha ido mutando según iba creciendo. Comenzó con un problema focalizado en un producto (derivados financieros de hipotecas subprime) en un país, EEUU. En seguida se transformó en una crisis de liquidez pues la desconfianza hizo que nadie prestase a nadie. De colapso de liquidez se pasó a dudas sobre la solvencia cuando los balances de muchas entidades se debilitaron al reconocer las pérdidas. Y de solvencia individual se escaló a solvencia del sistema al ir cayendo entidades muy importantes. Tras la crisis financiera, llegó la crisis económica y los estados tuvieron que apoyar sus economías, engordando sus deudas. Y ahora nos encontramos con una economía algo recuperada y unas cuentas públicas debilitadas en todo el mundo, por más que los analistas solo pongan en cuestión las de unos pocos países. Tras tres años de lucha contra la crisis, el sistema financiero sigue débil y la economía solo es capaz de crecer con muletas que nos empeñamos en retirar antes de tiempo.

España no se contagió del mal global, sino que ha sido víctima de una enfermedad local, la hiperinversión en el sector inmobiliario. Nuestros bancos y cajas se dedican fundamentalmente a la actividad retail y el Banco de España se ha demostrado como un supervisor férreo que no ha permitido según qué alegrías. A estas premisas se le une el hecho incontestable de que bancos y cajas no han dispuesto de dinero para invertir en productos sofisticados pues todo el ahorro nacional ha sido insuficiente para responder a la demanda de crédito local. Por eso no tuvimos problemas importados y nuestro problema es mucho más local y fácil de diagnosticar, pero muy complicado de resolver: sobreinversión inmobiliaria, sistema productivo desequilibrado y falta de competitividad cuyo ajuste se produce mediante un desempleo desmesurado.

La economía cada vez se parece más a la meteorología. Su evolución depende de tantos factores que hemos de asumir una limitada capacidad de predicción aunque sí somos capaces de explicar perfectamente el pasado. Y a diferencia de la meteorología, las actuaciones de ciertos agentes pueden cambiar la evolución prevista. Gobiernos, bancos centrales, especuladores y líderes de opinión influyen en el devenir de las finanzas y la economía.

Nadie es capaz de predecir el final de esta crisis y la mayoría intuimos que veremos nuevos capítulos. La crisis de la deuda soberana europea está medianamente capeada, pero puede haber rebrotes en cualquier parte del mundo, incluidos el Reino Unido, EEUU o Japón, países muy endeudados. Los balances de los bancos centrales están hipertrofiados porque han emitido nuevos billetes. Ahora, las entidades financieras retienen mucha más liquidez que antes, pero cuando esta sobreliquidez se ponga en marcha los bancos centrales tendrán que actuar con mucha rapidez y precisión so pena de generar nuevas burbujas especulativas o incluso hiperinflación. Los precios de las materias primas suben y bajan a toda velocidad y los tipos de cambio puede que den algún susto. Pero el principal desequilibrio está en la relación mundial con China, gran tenedor de deuda pública de países avanzados y en cuyas manos puede estar fijar los tipos de cambio globales o los precios de las principales materias primas.

Llevamos tres años sorteando la crisis, una crisis que ha pillado a España en mucha mejor forma que hace unos años. Sufrimos y sufriremos, pero qué suerte estar dentro de la zona euro, ser una de las primeras economías mundiales y haber mejorado muchísimo en infraestructuras y servicios. Aunque nos cueste admitirlo, hay muchos países en una situación muchísimo peor que la nuestra.

José Antonio Bueno, socio de Europraxis.