Tres caminos demócratas

El jugador de béisbol Yogi Berra, famoso por pronunciar obviedades brillantes, opinaba que es difícil realizar predicciones, “sobre todo cuando son sobre el futuro”. El precepto sirve para las primarias del Partido Demócrata. Con 25 candidatos y a un año de su convención —que se celebrará en Milwaukee, entre el 13 y el 16 de julio de 2020—, no parece fácil vaticinar quién obtendrá la nominación para enfrentarse a Donald Trump. Pero sí es posible identificar un factor determinante: el creciente entusiasmo de las bases demócratas, de 2016 en adelante y en claro contraste con sus élites, por posiciones nítidamente progresistas. Esta realidad condiciona al centroizquierda de modo que sus opciones se reducen a tres.

La primera apuesta por un retorno a la era Obama. Continuismo socioliberal, inspirado en la tercera vía que inauguró Bill Clinton (aunque, siendo precisos, fue Jimmy Carter quien inició la marcha al centro). Según esta interpretación, Trump es una anomalía —producto de la manida injerencia rusa— y los problemas de EE UU pueden resolverse mediante cambios cosméticos. La clave consistiría en no escorar el partido a la izquierda, ahuyentando a votantes moderados y republicanos frustrados con Trump.

Es una narrativa sugerente, inscrita en el imaginario demócrata desde la derrota del progresista George McGovern en 1972. Pero no por eso es cierta. La lista de candidatos centristas caídos ante republicanos incluye a Michael Dukakis, John Kerry y la propia Hillary Clinton (de cuya derrota los demócratas, como los monarcas franceses, según Talleyrand, no olvidan ni aprenden nada). Los republicanos moderados son un producto de política ficción: con una aprobación del 90% entre sus bases, Trump es venerado por la derecha. En cuanto a Obama, su gancho residía en un carisma imposible de imitar, no en la moderación de sus políticas, algunas de las cuales guardan relación con el auge de Trump.

El máximo exponente de esta opción es Joe Biden, que insiste en gobernar desde el centro y colaborar con republicanos en la medida de lo posible —o imposible, atendiendo a su radicalización—. El exvicepresidente lidera las encuestas, pero acumula un historial poco inspirador para sus bases: tibio con la segregación racial en los setenta; en ocasiones, machista; defensor de la desregulación financiera, los recortes sociales, la desastrosa guerra contra las drogas y la invasión de Irak. Así, no es descartable que su posición se erosione en favor de perfiles más diversos —como Kamala Harris, de ascendencia india y jamaicana—, pero también leales a la ortodoxia demócrata.

La contraparte es el proyecto de Bernie Sanders. Su apuesta es nítidamente izquierdista, si bien se articula en torno a demandas populares y transversales: sanidad universal, aumento del salario mínimo, condonación de la deuda estudiantil. El senador socialista, segundo en las encuestas, apuesta por una “revolución política”, pero sus propuestas son similares al programa de un partido socialdemócrata europeo.

La cuestión es que son imposibles de llevar a cabo con un Congreso poco entusiasta. Por eso Sanders insiste en construir un movimiento social capaz de presionar a los legisladores una vez sea electo presidente. Este esfuerzo organizativo encuentra precedentes en la campaña demócrata de 2008, si bien Obama optó por desmovilizar a sus partidarios tras acceder al poder. El proyecto de Sanders es atrevido, pero muestra una apreciación realista de los obstáculos estructurales con los que deberá lidiar.

Entre Biden y Sanders se consolida una tercera opción, representada por Elizabeth Warren. Exprofesora de Harvard, azote de Wall Street y cuarta según las encuestas, la senadora es comparada con Sanders. Pero, como señala el socialista Bhaskar Sunkara, sus proyectos son distintos. Donde Sanders realiza una crítica a un orden que considera fallido, Warren apuesta por reformas ambiciosas, pero parciales, medidas anticompetencia en Silicon Valley o la incorporación de trabajadores en consejos directivos. Sanders acumula décadas denunciando al sistema y nunca se afilió al Partido Demócrata (al que apoya activamente). En su autobiografía, Warren explica que votó al Partido Republicano hasta descubrir que no sabía proteger al capitalismo de sus propios excesos.

Un dato que revela el desplazamiento demócrata es que hoy sus miembros más conservadores aceptarían a Warren como mal menor frente a Sanders. Otra señal son los primeros debates de primarias, que han gravitado en torno a las propuestas del ala progresista. En la pugna entre facciones demócratas pesarán también los apoyos de las jóvenes congresistas que mejor representan a esta nueva izquierda estadounidense: Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar y Rashida Tlaib.

El Partido Demócrata necesita derrotar no solo a Trump, sino a las circunstancias que le llevaron a la victoria en 2016. Para ello es necesario que Sanders o Warren obtengan la nominación.

Jorge Tamames es jefe de Redacción de Política Exterior y doctorando en la University College de Dublín.

1 comentario


  1. Una sociedad no puede estar constantemente impidiendo el acceso a la verdad y además considerarlo esto como normal (como ir tapando la luz del Sol en un consentimiento vergonzoso). Sí, porque si se desprotege a la razón o al que la da-objetiviza-muestra a razón solo sólida o irrefutable, por consecuencia también se desprotege a la verdad y se va inevitablemente impidiendo.
    José Repiso Moyano
    http://delsentidocritico.blogspot.com/

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