Tres consejos para la educación

«En recuerdo de Fabián Estapé, que tanto contribuyó a la educación y a la universidad en nuestro país»

En la educación no hay vacaciones. Educar es convertir a alguien en persona. Educar es hacer que un ser humano tenga criterio y dignidad. Es seducir con modelos sanos, atractivos, coherentes y llenos de humanidad. Educar es seducir con los valores. Atraer por encantamiento y ejemplaridad hacia lo mejor.

Yo recuerdo ahora cuando estaba en la adolescencia, que en el colegio en el que yo estudié, que era laico y al que me habían llevado mis padres pensando que los valores nos los daban en nuestra casa, en donde había una formación humanista de fondo que se iba colando por los entresijos de nuestra personalidad. Entonces no había Internet ni Facebook ni Tuenti ni móvil ni tantas redes sociales en donde uno podía quedarse enganchado teniendo mil y un contactos con tanta gente. La primera fuente de una buena educación debe darse en la familia. Ese es su mejor recinto.

Una familia sana no tiene precio. Los padres no podemos pretender que nuestros hijos hagan cosas que nosotros no practicamos. Un buen padre vale más que cien maestros. Educar a los hijos es acompañarlos a crecer como personas. Hacerles ver lo que está bien de lo que está mal, cómo sortear las dificultades y problemas y también que tengan modelos de identidad sanos, ejemplos atractivos y valientes que tiren de ellos en una dirección positiva.

Cuando eres joven estás lleno de posibilidades, pero cuando eres mayor estás lleno de realidades. Es decir, ya hay un resultado de la vida, de lo que uno ha ido haciendo con ella de acuerdo con lo que proyectó. Por eso es necesario ir diseñando con ilusión un proyecto de vida coherente y realista.

Si la familia funciona, la persona va a tener un edificio construido con materiales sólidos, resistentes. La primera piedra de la educación es la formación, que no es otra cosa que saber a qué atenerse, discernimiento, aprender a penetrar en la realidad, para escoger el camino más correcto.

Yo no le doy consejos a nadie, me los doy a mí mismo y trato de aplicarlos con realismo y motivación. El educador soberano es hoy en ambiente y por eso hay que estar bien pertrechados para que no quede uno devorado por el bombardeo de estímulos diversos y de sentidos contrarios que nos llegan a todas horas. Hoy es difícil mantenerse a flote por la enorme confusión reinante en el mundo complejo y variopinto de la información. Porque debemos distinguir bien entre ellas dos. Información es saber lo que pasa, acumular noticias, estar al día. Eso es mucho, pero realmente es poco. Formación es tener criterios de conducta coherentes, de una solidez granítica. Hoy hay mucha gente muy bien informada, pero sin formación.

Los tres consejos se refieren a los sentimientos, la inteligencia y la voluntad. Estas tres notas que quiero ofrecer a mis lectores forman un tríptico de enorme importancia y constituyen como el subsuelo de la persona.

Los sentimientos son la vía regia de la afectividad. La afectividad es ese pura sangre que recorre nuestra persona y le toma el pulso a como vivimos la realidad. Tener una buena formación sentimental significa capacidad para dar y recibir amor. Uno de los puntos básicos en este sentido es aprender a expresar sentimientos. Desde dar las gracias, mostrar afecto, manejar el lenguaje verbal y no verbal (palabras y gestos) de forma correcta: te quiero, te necesito, perdóname, ayúdame en este asunto, necesito hablar contigo, quiero que me orientes…. Casi todos los sentimientos son dobles: alegría-tristeza, serenidad-ansiedad, felicidad-infortunio, etcétera. Esta educación emocional hay que darla en la familia desde pequeños, conociendo la geometría del entorno y también el arte y el oficio de comunicarse de forma adecuada, con sencillez, naturalidad, sin doblez… Todo esto es una tarea de artesanía psicológica, que nos prepara y expone para empresas afectivas mayores, como el amor conyugal.

El amor de la pareja tiene un alto porcentaje de artesanía psicológica. Este amor debe ser integral: debe hospedar en su seno lo físico, lo psicológico, lo espiritual y lo biográfico. La sexualidad es la parte corporal del amor. Mientras que la afectividad es su parte psicológica. El sexo sin amor no te ayuda a crecer como persona. Los sentimientos hacen de mediadores entre los instintos y la razón.
La educación de la inteligencia significa aprender a distinguir lo accesorio de lo fundamental. Es capacidad de síntesis. Hay que enseñar a pensar a las personas desde pequeñas, a tener espíritu crítico y a formular argumentos que defiendan nuestras ideas y creencias. Inteligencia es también saber captar la realidad en sus distintos ángulos y matices.

No puedo dejar de mencionar los muchos tipos de inteligencias que existen en plural. Unas y otras se llevan a la gresca. Parece como si poseer unas excluyera otras: es muy difícil tenerlas todas en una apretada armonía. Mencionaré solo algunas de pasada: teórica, practica, social, analítica, sintética, discursiva, creativa, emocional (tan de moda desde las ideas de Goleman), fenicia (comercial), instrumental, matemática…, e inteligencia para la vida. Esta última significa saber gestionar de la mejor manera posible la propia trayectoria en sus distintos vectores. Todas tienen en común la captación de la realidad y su significado.
La inteligencia se nutre de la lectura. Fomentar este hábito es esencial. Hoy a todos nos cuesta más leer, pues estamos en la era de la imagen, pero merece la pena intentarlo. Y la curiosidad es otro ingrediente esencial, la lectura es a la inteligencia lo que el ejercicio físico es al cuerpo.

El tercer consejo que quiero dejar aquí expuesto es la importancia de la voluntad. La voluntad es la capacidad para ponerse uno metas y objetivos y luchar a fondo por irlos consiguiendo. Me parece interesante hacer una distinción llegando este punto entre metas y objetivos. Las metas son demasiado amplias y uno se pierde en la generalidad frondosa e inconcreta. Los objetivos son medibles: se cuantifican, se pesan, se registran.

Por ejemplo, al principio del curso académico un alumno se pone la meta de que el curso salga adelante en junio y que no quede ninguna asignatura suspendida, todo esto está bien pero es demasiado genérico. En cambio los objetivos tienen que estar muy bien delimitados: no faltar ningún día a clase en la universidad, aprovechar bien el tiempo de clase y tomar apuntes de casi todo; estudiar cada día desde el comienzo del curso académico, preparar bien los exámenes con tiempo, para evitar agobios y ansiedades de última hora, etcétera.

La voluntad es la joya de la corona de la conducta, que para mí pasa por delante de la inteligencia. Es una pieza decisiva de la ingeniería de la conducta. El que tiene la voluntad bien educada puede atreverse a alcanzar el mayor Everest de sus ilusiones. Con una voluntad fuerte somos enanos a hombros de los gigantes. Las mejores aventuras programadas alcanzan la meta deseada. La educación de la voluntad es una tarea de artes Posic. Trazada desde el esfuerzo continuado. Nihil difficile volenti, decían los clásicos, nada hay difícil si hay voluntad.

No es más sabio el que menos se equivoca, sino quien mejor aprende de sus errores. Tener siempre ilusiones, estar vivo y coleando. Uno se hace viejo cuando sustituye las ilusiones por los recuerdos. Los padres tenemos una gran responsabilidad en la educación de nuestros hijos, ya en la pubertad y después en la adolescencia. Un buen padre vale más que cien maestros.

Una buena educación es aquella que busca dar en la diana: se piensa con altura, se siente con profundidad y se habla claro.

Por Enrique Rojas, catedrático de Psiquitaría.

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