Tres contenciosos entrelazados

La atipicidad internacional de España viene dada por la subsistencia del problema colonial, connotación que si bien comparte con otros cinco Estados, da al país una tipificación un tanto sui generis, por activa y por pasiva, donde la obligada resolución de la cuestión se presenta todavía en general, ya avanzando el tercer milenio, de forma incompleta. Podría sorprender que una nación que figura como cofundadora del derecho internacional quizá al más noble de los títulos, la incorporación del humanismo al derecho de gentes, no haya logrado desbloquear, no ya resolver, su en verdad harto complicado expediente de diferendos, al tiempo que hasta que no lo encauce adecuadamente no normalizará su situación como corresponde en el concierto de las naciones.

La explicación parece simple y sobrepasa el marco jurídico para inscribirse abiertamente en el ámbito parapolítico ya que en los tres contenciosos inciden diversas servidumbres de la política exterior amén naturalmente de algunas de las imperfecciones del derecho internacional, todo ello seminucleado por un factor geoestratégico que faculta para lecturas del siguiente tenor: «Ninguna potencia permitirá que un mismo país detente las dos orillas del Estrecho», en la apreciación alauita que constituye el punto central de su doctrina táctica, (cierto que con España en la OTAN, el aserto parece susceptible de diferente lectura) completada con el corolario «cuando Gibraltar sea español Ceuta y Melilla volverán a Marruecos».

Asimismo, tras el dato de coincidencia geográfica de los dos contenciosos históricos en un área hipersensible, también se presenta automática la conexión rabatí con el tercero, donde la reivindicación de las ciudades españolas depende en imprecisable aunque en buena medida de la resolución del asunto Sahara, que al mediatizarlo, introduce una variable añadida de alta complicación para la ingeniería diplomática de la zona.

Todo ello sin contar el elemento de base, vertebrador: los tres contenciosos están tan entrelazados, casi como en una madeja sin cuenda, que al tirar del hilo de uno surgen indefectible, inevitablemente los otros dos.

La relación Sahara y Ceuta y Melilla ha vuelto a saltar a la palestra estos mismos días, evocada por el primer ministro marroquí, «Ceuta y Melilla son tan marroquíes como el Sahara», añadiendo que «primero hay que resolver definitivamente el conflicto del Sahara, que es la prioridad, y luego llegará el día en que tendremos que hablar de Ceuta y Melilla». Lo que ha hecho El Othmani, causando un inusitado revuelo demostrativo del progreso de la cultura diplomática por estas latitudes, no supone ninguna novedad y se sitúa en el plano recordatorio de la reclamación imprescriptible alauita, formulada en términos inequívocos por Hassan II, «el tiempo hará su obra y las ciudades volverán a la Madre Patria», remachando la variable de futuro con un «es la lógica de la historia», y reiterada por Mohamed VI, en una reclamación que forma parte perenne y programática del ideario y de la política rabatíes.

Al mismo tiempo, el paralelismo Ceuta y Melilla con Gibraltar, registrado por primera vez en Naciones Unidas por el delegado marroquí Sidi Baba en diciembre de 1966, según precisa el diplomático Francisco Villar, ya fue reconocido sin ambages por Juan Carlos I, como divulgó el periodista Andrés Oppenheimer. El 19 de agosto del 2013, el Gibraltar Chronicle, el primer periódico en lanzar la victoria de Nelson sobre la flota franco/española en Trafalgar, en el recordatorio de Manu Leguineche, publicaba en portada, con grandes titulares: «Revealed, Spain´s King Juan Carlos, “Not in Spain´s interest to recover Gibraltar soon”». Y luego desgranaba la noticia que en España pasó desapercibida. Sin embargo, la información alcanzaría un gran eco cuando el Daily Telegraph, el 6 de enero del 2014, publicaba que el Rey dijo confidencialmente al embajador británico en Madrid, sir Richard Parsons, el 21 de julio de 1983, que «no es del interés de España recuperar Gibraltar en un futuro próximo porque Hassan II reactivaría inmediatamente la reivindicación sobre Ceuta y Melilla».

Entre los documentos desclasificados por el Archivo Nacional británico, el 3 de enero, al cumplirse el plazo de 30 años, publicitados entre nosotros por Oppenheimer, al que reproducimos, figuran unas notas confidenciales del embajador Parsons al Foreing Office, cuyo titular era sir Geoffrey Howe, del 21 de julio de 1983, más una tercera del 6 de septiembre, ésta sobre una reunión del diplomático con el ministro de Exteriores Fernando Morán, según las cuales el Monarca habría dicho que España no buscaría una solución rápida al problema de la soberanía sobre Gibraltar aunque daría algún paso al respecto con intención de mantener tranquila a la opinión pública durante cierto tiempo. Por aquellas fechas, en marzo del 2013, terminaba yo de abrir un ciclo de conferencias en Algeciras sobre nuestros contenciosos, en el Foro del Estrecho, de la universidad de Cádiz, siempre en vanguardia en los estudios sobre la zona, alojado en el hotel Reina Cristina, donde se firmó el acta de la Conferencia de Algeciras y los espías controlaban el paso del Estrecho durante la Segunda Guerra Mundial. Aquel contexto, más unas declaraciones mías a El Faro de Ceuta, motivaron la glosa que me hacía el Gibraltar News, en crónica de David Eade, «The Gibraltar, Ceuta, Melilla triangle: Why Ceuta and Melilla might become Moroccan but Gibraltar will never be Spanish». «Las exactas palabras de Ballesteros, a former diplomat, ambassador, academic, writer and so on and so forth, son: las diferencias entre el pretendido paralelismo entre Gibraltar y Ceuta y Melilla son tan sustantivas, que no solo desautorizan la supuesta identidad sino que permiten demostrar la distinta entidad y por ende, la independencia de los casos. Ahora bien, igualmente existe un approach geoestratégico de nivel: ninguna potencia permitirá que España controle las dos orillas del Estrecho, o dicho de otra manera, cuando España recupere Gibraltar, Ceuta y Melilla pasarán a Marruecos, que es el leitmotiv del vecino del sur».

Queda que no era yo el defensor de la tesis, como publicó algún periódico marroquí, sino el vecino del sur. Pero puestos ya, y más allá de la autoría, el comentarista político afirmaba que «se trata de un arreglo impuesto por la geopolítica y que sin duda rubricarían las potencias mañana mismo. En aras de la geoestrategia, a Marruecos, un valioso aliado de Occidente, se le permitiría tomar posesión de Ceuta y Melilla y, a su vez, España sería compensada con Gibraltar. Las palabras de Ballesteros, que respaldadas por su prestigio son escuchadas en España, son no sólo suyas sino también del Partido Popular. Pero si hasta recientemente cuando hace poco más de una década Aznar y Blair intentaban cerrar un acuerdo sobre Gibraltar, ambos podían estar acertados, en la actualidad se equivocan y tal pacto geopolítico ya no es posible, porque hoy el derecho a la autodeterminación gibraltareño es más fuerte que nunca y está reconocido y amparado por el Gobierno británico».

Todo esto es sabido pero se recoge aquí a los efectos de constatar por enésima vez la entidad de la relación triangular de los contenciosos. Por lo demás, parece exceder de lo probable, aunque enfatizando que técnicamente sin la menor relación, atisbos, remusgos ni atingencias al triángulo contencioso, con el solo objetivo por tanto de subrayar el carácter conflictivo de la zona atlántica aledaña, las islas Canarias -cuidemos las Canarias y los canarios los primeros-, que no esté de más traer a colación el panorama, lejos de lo bucólico que el desideratum desde el Olimpo atribuiría a las Afortunadas, complicado por el juego plurilateral de delimitaciones de aguas, descubrimientos de valiosos minerales, crisis de cayucos, al título de elemental, prudente medida cautelar.

Ángel Ballesteros es diplomático y escritor.

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