Tres escenarios para la crisis de Gaza

Por Víctor Manuel Amado, analista de asuntos internacionales (EL COOREO DIGITAL, 01/07/07):

Hace escasamente un mes el primer ministro israelí, Ehud Olmert, esbozaba ante el Congreso norteamericano las líneas generales que iban marcar su actuación en relación con los palestinos. Éstas eran: acordar con el presidente de la ANP, único interlocutor válido para Israel, una retirada negociada -según el concepto israelí- de Cisjordania o, si no, llevar a cabo un plan de evacuación unilateral y parcial de esos territorios para fijar así las fronteras definitivas del Estado de Israel. Como en la mayoría de las ocasiones en este conflicto, la coyuntura casi siempre está por delante de las visiones estructurales o del medio plazo. Desde aquella alocución, la situación entre israelíes y palestinos no ha mejorado, y las dinámicas intrapalestinas atraviesan por una profunda crisis, a pesar del denominado 'Documento de los Prisioneros', por el que al parecer Hamás reconocería implícitamente al Estado de Israel.

Pero el hecho coyuntural que una vez más ha disparado la tensión ha sido el secuestro de un soldado israelí por parte de una serie de comandos palestinos que, en una acción combinada, atacaron un puesto en Gaza. Este ataque de las milicias hay que contextualizarlo en una dinámica que comenzó el Gobierno de Israel mediante una serie de ataques que, seguramente, han tenido muchas más víctimas entre la población civil palestina de Gaza que entre los, digamos, 'objetivos militares'. Como en múltiples ocasiones, la desproporción y la actuación indiscriminada colocan al Estado de Israel, a la democracia israelí, en unos índices de calidad muy bajos, como lo atestigua diariamente un número importante de movimiento civiles del país que no comparten este tipo de actuaciones.

En la situación actual el Ejecutivo de Olmert tiene varias posibilidades según los escenarios que se den. El peor de éstos sería que las milicias palestinas acabaran con la vida del joven soldado israelí. En este caso las consecuencias serían claras. El Ejército israelí atacaría probablemente a los dirigentes de Hamás, tanto a los que se encuentran en el exilio como a los que conforman el Gobierno palestino. En este sentido, Mahmud Abbas ya advirtió a primer ministro Haniya de que tanto él como sus ministros de Exteriores y de Interior estarían en el punto de mira del Tsahal. En este contexto, sería muy probable además que Israel acusara al presidente de la ANP de permitir esta situación, y si la situación evolucionase de manera aún más negativa, no habría que descartar una política de aislamiento físico y político del máximo dirigente de la ANP por parte de Israel, al igual que hizo con Arafat.

El segundo escenario, quizás el más probable, bien puede ser que las milicias palestinas mantengan a este soldado retenido pero con vida, y se negocie su liberación a cambio de otros presos, siempre de manera no pública como ha ocurrido en otras ocasiones. No obstante, lo que ha sucedido hasta el momento, la incursión en Gaza de fuerzas militares israelíes, está dentro de lo que cabía esperar. Las llamadas a la moderación tanto del secretario general de la ONU, Kofi Annan, como del representante de la Política Exterior de la Unión Europea, Javier Solana, irían en el sentido de que la contestación de Tel Aviv a esta crisis no vaya más allá de esa incursión, permitiendo así que la negociación y la presión diplomática puedan reconducir la situación. Pero estas peticiones, una vez más, han caído en saco roto.

El grado de actuación del Ejército israelí dependerá de la suerte que corra la vida de este soldado hebreo. En cualquiera de los casos el Tsahal proseguirá con su política de 'asesinatos selectivos' -últimamente indiscriminados- que sitúan una y otra vez a la democracia israelí en una posición extremadamente difícil. También en este contexto hay que interpretar la invasión de la Franja de Gaza por el Ejército israelí, las detenciones masivas de parlamentarios de Hamás y el castigo colectivo a la población. A pesar de que todas estas actuaciones son desproporcionadas y contraproducentes, responden a una ley que impera en la zona: Ninguna agresión queda sin respuesta. En el conflicto entre palestinos e israelíes esta premisa, el uso de la violencia como contestación a otro acto de violencia, es para los contendientes un valor en sí mismo, más allá de las ventajas o desventajas estratégicas.

Pero lo peor que podría hacer Israel, aunque la situación terminara en el más trágico de los escenarios, es llevar a cabo una política de aislamiento del presidentete de la ANP o la eliminación de cualquier miembro del Gobierno palestino. Tales medidas acabarían seguramente con la única interlocución válida para la comunidad internacional y para Israel en el lado palestino, la ANP. Al mismo tiempo, dejaría atado de pies y manos a Mahmud Abbas ante su propia población y forzaría a Fatah a radicalizarse para no acabar perdiendo el control de la presidencia de la ANP y de la OLP. En una situación así, los mayores beneficiarios serían Hamás y su ala más radical. Tanto en el lado israelí como en el palestino, existen partidarios de las situaciones más drásticas, pero es a Israel al que, por su tradición democrática, se le ha de exigir más. Es al Ejecutivo de Olmert al que se le tiene que reclamar paciencia, mesura y responsabilidad. Esto no significa pedirle que renuncie a su legítima defensa, pero en ningún caso ésta debería estar guiada, quizás en esta ocasión especialmente, por la desproporción y la acción indiscriminada.

Sería un error estratégico de primer orden cortar una interlocución tan válida y sincera como es la que representa Mahmud Abbas. Esto no es óbice para que, como presidente de la ANP, se le exija también que acabe con estas milicias y que se enfrente a aquéllos que quieren boicotear cualquier situación que suponga el reconocimiento de la existencia legÍtima del Estado de Israel. En este sentido, el país hebreo ya ha demostrado en más de una ocasión la supremacía de la legalidad institucional y del Estado de Derecho sobre cualquier atisbo de insurrección o desobediencia en el seno de la sociedad israelí. Es precisamente ése el principal desafío que tiene hoy la ANP para que, además de seguir siendo una autoridad representativa, resulte sea creíble y fiable. Pero para eso se necesitan dos cosas: exigir máxima diligencia a su presidente Abbas (que sinceramente creo que la tiene) y una actitud por parte del Gobierno de Israel de compresión y confianza en la ANP, a la vez que de exigencia.