Tres tristes trampas

Imaginen la escena. Semanas de inacabable confinamiento con cuentos chinos emitidos sin desmayo en rueda de prensa permanente. Un padre (o una madre, a su elección) intenta entretener a sus niños agotados por la reclusión. ¡Venga, jugamos a los trabalenguas! A ver, no vale equivocarse: tres tristes tigres triscan trigo en un trigal… Mamá, ¿qué es triscar trigo? Lo que están haciendo con nosotros, hijo. Tras el fracaso en el trabalenguas, esos padres miran a sus niños y piensan: triscados, sí, y tristemente entrampados, así es el país que os vamos a dejar.

Tres tristes trampas jalonan el final de la Gran Reclusión. Primero asoman las trampas de la pobreza. Si algo está claro es que el confinamiento, y el oscuro miedo a todos los riesgos que conlleva vivir juntos, nos empobrece aceleradamente. Somos más pobres y tenemos mucho miedo, también a la pobreza. Ese temor fue olfateado enseguida por los propagandistas del Gobierno que entendieron la oportunidad de presentar como iniciativa propia, y como medida Covid, el proyecto de Ingreso Mínimo Vital. Ni es propia, pues el arranque de las primeras rentas mínimas en las Comunidades Autónomas se remonta a un lejano 1989, ni se trata de una medida Covid, pues el IMV ideado por el ministro Escrivá es una suerte de complemento salarial, en forma de pensión no contributiva, para aquellas personas que, desde antes de la pandemia, no alcanzaban un nivel mínimo de renta. Y para que una ayuda, necesaria por la gravedad de la crisis, no se convierta en una trampa de pobreza debe incentivar la salida: desde la ayuda hacia el empleo. Esos incentivos al empleo, de momento, tampoco están previstos en el IMV del Gobierno.

Por el televisor siguen apareciendo ministros, tres, cuatro, cinco al día, sin que falte el incombustible señor Simón, ése que desaconsejaba las mascarillas... porque no había mascarillas por la imprevisión del Gobierno. Todos ellos, en su inagotable comparecencia, juegan a sus trabalenguas en forma de promesas impagables. La madre mira a sus niños y sabe que lo que no prometen, pero sí se cumplirá, es la trampa de la deuda: ese impuesto en la sombra que deberá pagarse desde mañana: exactamente desde mañana temprano. Porque la deuda es una forma de consumir el futuro. Y porque no hay nada más insolidario que gastar ignorando el endeudamiento que se deja a los más jóvenes. Aún más insolidario cuando ese gasto pretende arrogarse el mérito de políticas sociales ya en marcha como vía para perpetuarse en el poder.

Los propagandistas del Gobierno que pueblan la parrilla televisiva cuentan que habrá dinero europeo, y que será abundante. Nada dicen de condicionalidad, como si alguna vez, algo en la vida, hubiera sido gratis. Ninguno de ellos vio en Italia ningún motivo de alarma cuando allí suspendieron nada menos que el Carnaval de Venecia por el avance del virus. Ni vieron en febrero a Italia como ejemplo para tomar a tiempo medidas contra la pandemia, ni miran ahora a Italia para preguntarse por qué un país tan potente tiene un crecimiento económico tan escaso desde hace dos décadas. ¿Por qué? Por la deuda, sí: por la trampa de la deuda.

Pero de todas las tristes trampas que acompañan a esta crisis, la más triste es la de la mentira. Siempre. La mentira de los muertos mal contados, o simplemente, dejados de contar. La mentira de los «mandos únicos» que mandan una barbaridad, que compran material muy averiado -¡quién sabe dónde!- y que no unifican nada. Y la peor mentira, la más insultante, es ese publicitario «salimos más fuertes» que desprecia a todas las familias que han perdido a un ser querido en la pandemia. A todas esas mentiras se une el enorme embuste de presentar el intervencionismo como infalible fórmula de crecimiento económico.

Es una insoportable mentira contar que un sector público hipertrofiado nos vaya a sacar de ninguna crisis. Solo la izquierda más antigua y cerril puede creer que reinventar el INI equivale a crear Silicon Valley. Pues no. En esta crisis de propaganda televisada y población confinada lo que sí es cierto es que los tigres, por muy tristes que estén, no triscan trigo: trituran y tragan incautos. Eso y que los niños del trabalenguas estarán mucho mejor con un Gobierno que cuide y cultive la igualdad de oportunidades que con éste que los quiere a todos pobres; pobres e igualados en la pobreza.

Pilar Marcos es Portavoz Adjunta del Grupo Parlamentario Popular.

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