Tres veces en la misma piedra

Son demasiadas. Me refiero a los intentos de negociación con ETA de González, Aznar y Zapatero. Bien se ha visto que eran inútiles y que causaban graves males, más que ninguno, el último. Los dos primeros gobernantes se retiraron rápidamente cuando vieron que no había nada que hacer: ETA les pedía en privado los mismos imposibles que pedía en público.

Igual pidieron a Zapatero, pero este no se retiró, se limitaba a aplazar y a concesiones menores. Pero no se retiró: le retiró la explosión de Barajas. En vez de criticar a Aznar por reunirse con ETA, debería haber aprendido de su fracaso y del de González. No debió utilizar aquel fracaso para intentar un tercer turno en una negociación imposible. Pues siguió y siguió, con consecuencias peores que nunca. Al menos, ahora puede, si quiere, enmendar su curso.

Es increíble lo que ha sucedido en España, lo que ha venido sucediendo desde hace tanto tiempo. Italia y Alemania solucionaron, hace muchísimo tiempo, situaciones de terrorismo semejantes, aunque no eran separatistas. Cuando el asesinato de Aldo Moro y el fin de la Fracción del Ejército Rojo. Aquí nada. ETA era, teóricamente, una fuerza antifranquista y esto le granjeaba benevolencia.

Creo que, pese a todo, algo de ella quedaba en los últimos tiempos: un resto de esperanza por parte de una cierta izquierda. Quizá ahora se disipe. Los hechos son duros.

Todo ha sido repetitivo. Cuando ETA estaba apurada, hacía señales de que estaba dispuesta a negociar: los gobernantes españoles entendían que se trataba de capitular con ciertas condiciones aceptables. De que ETA entregaría las armas, en suma, y recibiría ciertas satisfacciones, en relación sobre todo con los presos. Yo oí a Felipe González, la única vez que asistí a un almuerzo en que estaba presente, eso de «dejémosles salvar los muebles». Mucho después oí a Zapatero, en una recepción, «es que yo tengo información». Información, sin duda, procedente de ETA y sugiriendo las mismas promesas. Información falsa. La creyó porque es lo que quería oir.

Siempre igual. Cuando la banda está en baja, sugiere una reunión acompañada de una tregua y, supuestamente, del fin de la violencia. Los Gobiernos españoles pican y tropiezan en la consabida piedra. Una vez, segunda vez, tercera vez. Cada uno piensa que salvará el obstáculo. No se puede criticar su deseo de paz, de explorar soluciones. De paso, Gobiernos y partidos se magnificaban, se aseguraban el futuro. O eso creían.

Solo que González y Aznar se retiraron en cuanto vieron el panorama. Zapatero no, aunque todos tratátabamos de desengañarle, yo desde ABC. Pensaba que era más listo, que triunfaría donde los otros habían fracasado, que de paso aseguraría el futuro de su especial socialismo y de sí mismo, que incluso se haría imbatible para los nacionalistas. O eso deduzco. Siguió adelante.

Hay que reconocer que hizo o dejó que se hicieran concesiones judiciales, que toleró que se desobedeciera al Tribunal Supremo, que Batasuna entrara en el Parlamento vasco bajo otro nombre. Entre otras concesiones. Pero es justo decir que no hizo concesiones sustanciales en las peticiones de siempre del nacionalismo: que se aceptara la decisión de los vascos, el tema de Navarra, etc.

Hacía guiños, aplazaba, pero en el fondo no cedía. Y, entonces, la facción dura, la que podía más que Batasuna (a la que, de momento, lo que más le urgían eran las elecciones vascas), comprendió que no había nada que hacer, que el tiempo iba contra ella. Y actuó. Tiró la careta. Les dejó a todos — Gobierno, Batasuna, presos — fuera de juego. Y se dejó a sí misma en el vacío.

Siempre esas negociaciones han tenido resultados detestables. Desde el GAL, que provocó la caída de González, al fortalecimiento de los «moderados» con el pacto de Estella o Galeusca o los nuevos planes de Ardanza e Ibarreche («la voluntad de los vascos»). Intentaban sacar provecho. Como siempre: los «moderados» habían crecido con ETA, pero luego le discutían el terreno a ETA, querían ganar ellos, gobernar ellos.

Creo que incluso la debilidad del Gobierno ante el Estatuto de Cataluña tiene que ver con la esencial debilidad suya. Necesitaba angustiosamente el apoyo de los nacionalistas.

Hay que confesar que fue Aznar el único que sacó del fracaso la conclusión correcta: apretar el lazo legal contra ETA. Lástima que se olvidó del otro terrorismo, el islámico. Lo mismo si hubo colusión, como dicen algunos, o si fue cosa casual, me parece más probable, el caso es que la atención prestada justamente a ETA tuvo una consecuencia inesperada y detestable: la falta de atención a lo demás. Se engañaron.

Y de ahí Atocha y la caída del PP. Y la subida de Zapatero con su programa de negociar con ETA. Él triunfaría. Tropezó en la misma piedra, la tercera vez. Creyó en aquellas señales. Entendía que ETA capitulaba, él vencería a poco coste. Y ya ven. ¿Y ahora? En un país democrático normal, Zapatero dimitiría. Simplemente porque ha fracasado. En política los fracasos se pagan. Su intención y la de los demás era buena: el final de ETA, la paz. Pero fracasaron por A o por B. Pagaron las consecuencias, los vidrios rotos: algo sin duda sensible desde el punto de vista que aquí considero. Pero Zapatero se empecinó y fracasó más que ninguno. Y ahí sigue. Debería facilitar la solución.

No volver a las palabras vanas, a los guiños y sonrisas, a los silencios, a los aplazamientos, a las alianzas de siempre.
¿Qué vendrá ahora? ¡Cualquiera sabe, en nuestro país! Pero sería bueno, yo creo, olvidar un poco los errores y las ambiciones del pasado, las políticas erradas. Lo ha sido la última, ciertamente. Lo bueno sería que lo sucedido sirviera de escarmiento y que primara, ante todo, el interés de España. Más que resentimientos y frustraciones, por otra parte bien comprensibles: ¡ver un curso errado y no poder hacer nada!

Saber mucho y no poder nada, decía el persa en Heródoto.

Y sería bueno que hubiera un retorno del socialismo menos extremista, de aquel que en nuestra guerra civil, al final, se desengañó de tantas cosas. Un acercamiento entre los dos grandes partidos, enfrentados por causas como esta y otras más. Una desaparición del centro de la escena de las fuerzas disolventes, un retroceso de la tensión nacionalista. Es anacrónica y es daño para todos, para las regiones de España que todos saben más que para nadie. E inquieta a todos. Ya inquietó a los republicanos de la guerra civil. Hay buenos testimonios.

Y, finalmente, lo principal que se espera es, simplemente, la desaparición de ETA. No tiene futuro, es un anacronismo, pero es un tema que debería resolverse ya. Sin «procesos» ni negociaciones, aplicando simplemente la vía legal. Y un cierto acercamiento humano, pero una vez que haya desaparecido, no antes.

España se está quedando al margen de la historia, está siguiendo un camino que no es el suyo. Pequeños golpes extremistas para satisfacer a pequeñas minorías, prohibiciones y prohibiciones. Timón errático en tantas cosas. Mínimos grupos empujan y empujan más cada vez. Y está surgiendo, sobre todo, una fractura, una pugna interna demasiado sangrante.

Es la consecuencia peor, pienso yo, de la política de Zapatero, al que han seguido, extrañamente, muchos que no creían o creían a medias en ella. Pero ahora las cosas han llegado a un punto intolerable, hay un quantum que las cambia.

Tampoco es buena una reacción visceral, un mero pedir cuentas por tantas desdichas. Mejor intentar construir el futuro. Y que nadie vuelva a la tentación de tropezar en esa misma piedra. Edificar sobre ella.

Francisco Rodríguez Adrados, de las Reales Academias Española y de la Historia.