Tributo del vicio a la virtud

“La hipocresía es un tributo que el vicio rinde a la virtud”. Recordé esta máxima de La Rochefoucauld al leer el texto de Juan Carlos Monedero sobre "Javier Cercas, el PCE y la Transición: anatomía de un distante" en referencia al artículo del escritor titulado "La dignidad del PCE".

Ironías aparte, intento aquí rebatir errores importantes del escrito impropios de un politólogo de quien se espera un análisis más certero y documentado. Insinúa Monedero que el PCE no iba a tener presencia en “en la ponencia constitucional”, obviando que Jordi Solé Tura representó al Grupo Parlamentario Comunista y a quien los historiadores reconocen un papel decisivo en la búsqueda del consenso. También afirma que el PCE olvidó defender la plurinacionalidad de España. Sin embargo, Carrillo atribuyó al partido, el 4 de julio de 1978 en el Congreso, el mérito de contribuir a la “proclamación de los derechos autonómicos de las diversas nacionalidades y regiones”.

No es verdad que los Pactos de la Moncloa rebajaran sueldos y recortaran derechos laborales: reconocieron el derecho de asociación sindical y un aumento salarial de hasta un 22%, en consonancia con la inflación. Ni es cierto que el PCE usara a CCOO para desactivar las movilizaciones, ni que obligara al sindicato a firmar dichos Pactos. Los Pactos incluyeron las primeras reformas relacionadas con la despenalización del adulterio, del amancebamiento y de los anticonceptivos. Sí comparto con el dirigente de Podemos la ausencia de reconocimiento a las mujeres como protagonistas de la transición, al igual que en otros procesos históricos, pero defiendo que el PCE fue quien puso algunas reivindicaciones femeninas sobre el tablero político.

Olvida Monedero los objetivos de aquellos Pactos, rechazados por Alianza Popular y firmados por Adolfo Suárez, UCD y toda la oposición antifranquista, CCOO y UGT: consolidar el incipiente proceso democrático y combatir una crisis económica que amenazaba con enterrarlo. Se acordó que las Cortes fueran constituyentes; aún sin Carta Magna, se abolió la censura previa, se instauró la libertad de prensa; se permitió el acceso parlamentario a secretos oficiales; se aprobaron los derechos de reunión, asociación política y libertad de expresión; se creó el delito de tortura y la asistencia letrada a los detenidos; se derogó el Movimiento Nacional y se restringió la jurisdicción penal militar.

Su ensañamiento con el PCE de la transición se desploma cuando escribe: “No creo que las cosas hubieran podido ser muy diferentes”. Sitúa el problema en el “relato”, sin aceptar lo descrito por historiadores ni sus protagonistas. Prefiere dar crédito a sus obsesiones. Por un lado acusa al PCE de renunciar a su historia a cambio de reconocimiento legal. Por otro, considera que tenía que haberse desligado de su pasado para no atemorizar. Inverosímil es su menosprecio a la correlación de fuerzas en los 70, con los aparatos franquistas intactos y las matanzas combinadas de la extrema derecha y ETA para desestabilizar el proceso.

Menciona Monedero con descaro a Nicolás Sartorius en apoyo a sus tesis. Ignora que, en un reciente homenaje a los dirigentes sindicales condenados en el Proceso 1001, Sartorius manifestó que “la transición fue una ruptura democrática con el régimen franquista, plasmada en la Constitución”. Eduardo Saborido, condenado en el mismo proceso, situó “los cuatro pilares” de la transición en “la Reconciliación Nacional y la Amnistía para todos (…); los Pactos de la Moncloa (…); la Constitución del 78 y la inmolación del PCE y de UCD con sus cesiones mutuas e imprescindibles (…)”.

Me sorprende la fijación de esta nueva política por cuestionar la labor de la izquierda y su aportación a los cambios sociales de los últimos años, sin duda insuficientes, pero importantes. Ya no milito en el PCE, pero me ofende la frivolidad con que se reinterpreta la historia para llegar a conclusiones a la carta, tirando por tierra el esfuerzo de gente honesta, a menudo muy sola, comprometida con sus principios y con su país. Soy parte de esa tradición.

Aludido como he sido en esta polémica, me sumo a la conclusión de Cercas: “Acusar a esa gente de ser una “izquierda domesticada”(…) me parece no sólo despreciar lo mejor de la historia del comunismo español, sino faltarles al respeto que se ganaron; acusarlos de eso ahora, desde la comodidad de una vida transcurrida por entero en democracia (…) me parece una injusticia brutal”. Y también a su afirmación: “Quien no sabe de dónde viene, no sabe a dónde va”.

Gaspar Llamazares es portavoz de Izquierda Abierta y diputado de IU en la Junta del Principado de Asturias

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *