Trigo, pan, jamón

La cosecha de trigo de Rusia se ha visto seriamente afectada por la severa sequía y la ola de calor que el país ha sufrido este verano. A los fondos especulativos les ha faltado tiempo para entrar masivamente en los mercados de futuros agrarios y provocar una espectacular subida de los precios del trigo. Rusia, para asegurar el aprovisionamiento de su población, ha paralizado las exportaciones de trigo hasta el 2011. Con ello ha añadido más razones para tensar los precios y el maíz y otros cereales se han sumado a las subidas.

Como era de esperar, se ha incrementado el precio de los piensos, poniendo de nuevo en dificultades a los ganaderos. Finalmente, el pan ha trasladado al consumidor los platos rotos. Todo se parece demasiado a la crisis de precios del 2007-2008 que dejó como secuela 200 millones más de personas desnutridas: no se trata solo de una estadística, son millones de toneladas de sufrimiento y la puerta para la inestabilidad social y política. En la pasada crisis el detonante fueron los agrocarburantes; esta vez podemos aventurar que ha sido el cambio climático, que cada vez muestra más evidencias.

Las crisis se parecen pero las condiciones actuales son distintas. Los países desarrollados, tras el impacto de la crisis económico-financiera, todavía no han activado suficientemente la demanda. Los precios del petróleo se mantienen a unos niveles relativamente altos pero dentro una tendencia más o menos estable. Los fletes marítimos están hoy cuatro veces por debajo de los valores que llegaron a alcanzar en el 2007, se han construido barcos y la demanda no es la misma. Y se dispone de estocs suficientes, algo que es decisivo frente a la especulación: los de la pasada campaña de cereales son los más altos desde el 2002. Dicho en otras palabras, hay cereales suficientes. Incluso, aunque se trate de un mercado global, la excelente cosecha local de este año puede generar alguna sinergia positiva.

¿Podemos decir, por tanto, que el tema no pasará de un susto? Probablemente, el precio del trigo bajará las próximas semanas y quizá al maíz le cueste algo más, aunque es difícil que se alcancen a medio plazo los precios iniciales. Sin embargo, es el segundo aviso de que las murallas de la seguridad alimentaria comienzan a tener algunas grietas. Son las que produce una demanda creciente tras el despegue de los países emergentes y un incremento incesante de la población, pero también el aumento de producción de agrocarburantes. Este año, Estados Unidos destinará a etanol el 35% de su producción de maíz, lo que no es irrelevante si tenemos en cuenta que EEUU concentra el 40% de la producción mundial de este cereal.

La demanda agrícola mundial no para de crecer. La agricultura ha sabido responder hasta ahora a ese tirón incorporando tecnología y nuevas tierras a la producción. Pero este proceso, real y aún con notables posibilidades de desarrollo futuro, ni es ilimitado por razones físicas y medioambientales, ni se va a producir de modo lineal. Mientras que la curva de demanda sigue una tendencia uniformemente creciente, la oferta muestra una ruta mucho más errática. Lo que nos sugiere nuevos estrangulamientos y con ello nuevas alarmas. Es hora de actuar.

Deben regularse los mercados de futuros para evitar que fondos meramente especulativos obtengan rápidos beneficios a costa de desestabilizar la economía y dificultar la seguridad alimentaria mundial. Hace años que esto se sabe. No esperemos a la tercera alarma.

Durante los próximos años los alimentos, el agua y la energía pasarán a ocupar un lugar preferente de nuestras preocupaciones económicas. Se trata de pilares estratégicos universales para nuestro desarrollo y bienestar. Es el momento de articular redes de coordinación y planificación global estableciendo prioridades entre las diversas opciones productivas y, sin duda, anteponiendo entre todas ellas la seguridad alimentaria mundial. Ello requerirá acuerdos dentro del marco de la Organización Mundial de Comercio, que debe apostar por la introducción de vías de desarrollo comercial específicas en lo que respecta a productos estratégicos tales como los alimentos y la energía. Se trata de sostener ciertos grados de autoabastecimiento en base a la agricultura local.

Una de las lecciones comunes que las dos crisis de precios (2007 y 2010) nos han dejado es que cuando está en juego la seguridad alimentaria los países exportadores cierran las fronteras. Es el mejor argumento a favor de cierta capacidad de autoabastecimiento. Pero para que ello sea posible deberemos establecer entornos adecuados para que nuestros agricultores y ganaderos obtengan rentas estables y suficientes. En caso contrario, nos arriesgamos a tener que pagar mucho más caro el bocadillo de pan con tomate y jamón que compraremos en alguna parte lejana del mundo. Siempre y cuando en esta parte alejada del mundo tengan suficiente pan, suficiente tomate y suficiente jamón.

Francesc Reguant, economista.