Trío de ases para unas primarias

¿Cómo recuperar la confianza mayoritaria de los ciudadanos para volver a gobernar? Ése debe de ser el reto principal para los aspirantes a dirigir el PSOE y de los militantes que los votaremos en primarias, tras el paréntesis abierto el 1 de octubre con la dimisión forzada del anterior secretario general. El PSOE siempre se ha reconocido como un partido de gobierno, lo que quiere decir no sólo que ha gobernado en España durante muchos años (pasado), sino que tener la voluntad de volver a hacerlo (futuro) es una aspiración colectiva en su seno, porque no se resigna a ser minoría decisiva sólo en la oposición, ni se conforma, como hacen otros, con organizar sólo movilizaciones en la calle y numeritos televisivos. Gobernar desde el Gobierno forma parte de la identidad constitutiva de este partido.

Hace poco más de un año el PSOE estuvo cerca de encabezar un Gobierno del cambio. El candidato socialista propuesto a la investidura como presidente del Gobierno por Su Majestad el Rey, ante la renuncia a intentarlo por parte de quien encabezaba el partido más votado, no tuvo éxito, pese a intentarlo durante varias semanas, como cuento en mi reciente libro Vetos, pinzas y errores. Por qué no fue posible un gobierno del cambio. Entender bien las razones de dicho resultado, más aún, comprender por qué seis millones de españoles que votaron socialista en 2008, dejaron de hacerlo en 2016, se me antoja esencial para quienes repiten que su proyecto político requiere ganar las elecciones. Sin entender lo ocurrido en el pasado reciente, las voluntades de victoria quedarían en mero voluntarismo, ya que ¿cómo recuperaremos los tres millones de votantes que necesitamos ahora para superar al Partido Popular, si no sabemos por qué se nos fueron seis?

El proyecto que no salió en marzo del 2016 era explícitamente transversal. Buscaba el apoyo tanto de Podemos como de Ciudadanos, por dos razones destacadas desde el principio: en el Parlamento que salió de las elecciones, los bloques izquierda y derecha no sumaban mayorías de gobierno, por lo que hacía falta recurrir a los independentistas catalanes (que se rechazaba) o ensayar apoyos cruzados. Pero, en segundo lugar, porque muchos de los problemas que tenía (y tiene) nuestro país, no encontrarían solución estable desde una confrontación entre bloques ideológicos ya que requieren consensos transversales. Poner de acuerdo a las fuerzas del cambio en 80 o 100 medidas de regeneración democrática, social y económica para una legislatura, empezando por enviar al PP a la oposición, nos pareció prioritario y, para ello, la transversalidad era una convicción y no sólo una exigencia numérica. Tras las elecciones del 26-J, la derrota de Rajoy en su primer intento de investidura y todo lo que tuvo que pasar para conseguirla finalmente, confirma que la transversalidad sigue siendo necesaria aunque, ante la repetición de los vetos cruzados que hicieron imposible un Gobierno apoyado por PSOE, Podemos y Ciudadanos, adoptó la forma de acuerdos entre Rajoy y la Gestora del PSOE. ¿Siguen los candidatos defendiendo la necesidad de una estrategia de Gobierno transversal (y con quién), o creen que podrán formar Gobierno exclusivamente con el respaldo de los votos socialistas que, en ese caso, deberán incrementarse en más de un 50%?

Es oportuno constatar, no obstante, que la pérdida de votos socialistas no se produjo de repente. Entre las elecciones de 2008 y las de 2011 el PSOE perdió cuatro millones de votos pasando de 11.290.000 a 7.003.000. Una parte se fueron a la abstención (subió dos millones), otra a IU (subió casi un millón) y a otros partidos. En las siguientes elecciones de 2015 y 2016 el PSOE, ya con nuevo candidato y con la fuerte irrupción de dos nuevas formaciones parlamentarias (Ciudadanos y Podemos) perdió otros dos millones de votos, aunque evitó el sorpasso que, según todas las encuestas, le hubiera relevado a tercera fuerza parlamentaria. No es aventurado suponer que una parte importante de esos votos perdidos engrosaron los cinco millones que, desde la nada, obtuvo Podemos, en unas elecciones que también redujeron la abstención. Con estos datos, explicar la pérdida de apoyos socialistas sólo en clave de liderazgo es una falacia. Y peligrosa. Porque si nos la creemos, si pensamos que el PSOE ha perdido seis millones de votos sólo porque no había encontrado al líder adecuado, después de haber probado dos muy distintos (Rubalcaba y Sánchez), va a ser imposible armar un proyecto que permita que esos votantes deseen volver a votar socialista.

Pensar que todo ha sido consecuencia de las convulsiones derivadas de la crisis económica y que, poco a poco, las aguas irán volviendo a su cauce refleja una pereza intelectual propia de quien no ha entendido nada. El sistema político español ha sufrido una profunda alteración como consecuencia de importantes cambios en los comportamientos sociales que tardarán en modificarse y nunca para volver a la situación pasada. La gestión de la crisis, la corrupción, la partitocracia, el independentismo, nos han situado ante un año extraordinario en el que muchas cosas han pasado por primera vez: han entrado en el parlamento con fuerza dos grupos nuevos, hemos repetido elecciones, ha habido dos investiduras fallidas, ningún candidato ha requerido los votos catalanes y el primer partido de la oposición se ha abstenido para facilitar la investidura de su oponente.

Parece evidente que la hipótesis que mejor explica lo ocurrido con el PSOE desde 2008 se resume así: muchos votantes progresistas creen que en plena crisis económica el último Gobierno socialista hizo lo contrario de lo que dijo que iba a hacer, parece que forzado por la amenaza de intervención por parte de la Troika, como cuenta en su libro el anterior presidente, pero sin que la explicación dada resultara convincente. Además, lo que se hizo, sobre todo las medidas de mayo de 2010 y la reforma del artículo 135 de la Constitución, se parecía demasiado a las políticas conservadoras que se aplicaron en toda Europa y aquí, con mucha convicción, por parte del posterior Gobierno del PP. Como consecuencia de todo ello, se produjo una pérdida de credibilidad y acrónimo PPSOE hizo fortuna de la mano de nuevos movimientos de protesta como el 15-M.

Esto explica, en parte, por qué marcar diferencias con Rajoy, acosado por la corrupción que inunda a su partido, era fundamental para quien intentaba recuperar a esos votantes que migraron del PSOE por considerarlo demasiado parecido al PP. Si asumimos que una parte muy importante de los votantes que necesita recuperar el nuevo secretario o secretaria general socialista lo abandonaron por estas razones y están hoy en alternativas que se consideran "más de izquierdas", aunque no lo sean, ¿qué proponen los candidatos para convencerlos de que vuelvan a confiar en el PSOE? ¿Y para atraer a ese voto joven y urbano, que hace tanto tiempo se le escapa al PSOE? ¿Y para subir el apoyo en Cataluña, sin el que es muy difícil al PSOE ganar unas elecciones en España?

Conozco a los candidatos. Creo que los tres tienen capacidad, experiencia y ganas suficientes como para hacerlo bien si superan las primarias, empezando por integrar a quienes no les hayan apoyado, evitando repetir los errores cometidos en los dos últimos congresos del partido de 2012 y 2014 que se cerraron sin unidad real. Pero como militante, me gustaría poder tomar mi decisión de voto después de haber escuchado qué proponen, cuáles son esos proyectos de país que nos permitan mantener a quienes nos han votado y atraer a esos millones de votantes que necesitamos para gobernar. Sobre el pasado se pueden escribir libros, pero la política se hace sobre el futuro. Sobre todo, si las primarias no van sólo de controlar el poder en el partido, sino de generar proyectos ilusionantes para la sociedad a la que se debe servir.

Jordi Sevilla es economista y ex ministro de Administraciones Públicas.

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