¿Triunfará otra vez la información?

Pedro J. Ramírez, director de EL MUNDO (EL MUNDO, 18/12/05).

Cuando la amiga de la periodista china encarcelada Gao Yu pidió un voluntario que la acompañara a una cita clandestina con el marido de la disidente, «para que si nos detienen no seamos nosotros solos los que desaparezcamos», Gebran Tueni se levantó como movido por un resorte. Con su 1,90 bien sobrado y su imponente planta a mitad de camino entre Rodolfo Valentino y Christopher Lee, era de todos los miembros de la delegación de la Asociación Mundial de Periódicos desplazados a Beijing el menos adecuado para pasar desapercibido; pero los demás nos dimos cuenta inmediatamente de que cuando ese hombre decidía asumir un riesgo, no había modo alguno de disuadirle.

A los pocos días, durante aquella audiencia que nos concedió hace ocho años el ministro de Asuntos Exteriores Qian Qicheng, pudimos comprobar que la consistencia y determinación de Gebran iban en paralelo a su coraje físico. Aunque los burócratas del régimen chino nos habían puesto como condición para ser recibidos que no planteáramos ningún caso individual, nosotros recurrimos a la estratagema de que el presidente de la asociación asumiera el compromiso en primera persona, mientras los demás guardábamos silencio, reservándonos el derecho de hablar de quien nos diera la gana. Apenas mencionamos a Gao Yu, el canciller se puso a la defensiva e intentó labrarse la complicidad, o al menos la comprensión, de Gebran:

-China es una víctima de la prensa occidental. Todo lo que se escribe sobre nuestro país es negativo y oscuro. Ocurre como con el Líbano, que sólo es noticia cuando hay atentados

Apenas oyó mencionar a su país como coartada, el bravo director de An Nahar movió ostensiblemente la cabeza y enseguida replicó al ministro que ninguna circunstancia, por extrema que sea, justifica la vulneración de la libertad de expresión y que el encarcelamiento de un periodista es igual de grave en cualquier lugar del mundo.

Durante el lustro en el que estuve al frente del Comité de Libertad de Prensa de la World Association of Newspapers, Gebran Tueni fue siempre la infatigable punta de lanza de todas las campañas y misiones que desarrollamos a favor de nuestros colegas en los más diversos lugares del mundo.

Siempre le recordaré como anfitrión en Beirut del encuentro entre Pius Njawe, el exuberante director de Le Messager a quien el presidente de Camerún había arrojado, cargado de grilletes, a una celda inmunda por publicar que tenía una dolencia cardiaca y Doan Viet Hoat, el flemático intelectual vietnamita a quien acabábamos de conceder la Pluma de Oro tras dos décadas de cautiverio.

Siempre le recordaré argumentando a mi lado en pro de la libertad de los periodistas simpatizantes de la causa kurda, en la amedrentadora sala de reuniones del cuartel general del Ejército turco en Ankara, en la que bajo la severa mirada de un retrato de Ataturk tuvimos que decirle al Jefe de su Estado Mayor que obstaculizaríamos todo lo que pudiéramos la entrada de su país en la UE, mientras uno sólo de nuestros colegas permaneciera encarcelado.

Siempre le recordaré, en fin, en Argel, leyendo con voz trémula, entre las ruinas de lo que fue la Maison de la Presse -dinamitada por un atentado integrista-, una reproducción del último artículo publicado por el asesinado director de Le Matin, Said Mekbel.Decía así: «Ese ladrón que por la noche trepa los muros para volver a su casa, es él. Ese padre que recomienda a sus hijos no decir el malvado oficio al que se dedica, es él. Ese mal ciudadano que espera en el Palacio de Justicia para comparecer ante los jueces, es él Este hombre que se propone no morir degollado, es él. Este cadáver sobre el que se colocará una cabeza decapitada, es él El, que es todos esos y que solamente es un periodista».

Este aciago lunes Gebran Tueni seguía la misma suerte del argelino Mekbel, del nicaragüense Pedro Joaquín Chamorro, del colombiano Virgilio Cano, del español López de Lacalle y de tantos y tantos mártires de la libertad de prensa, eliminados por su condición de incómodos portavoces de la resistencia y la dignidad humanas frente a la opresión de los más diversos totalitarismos. El coche bomba que acabó con su vida valiente y generosa en Beirut llevaba esta vez la inequívoca marca de la cruel dictadura siria cuyas pretensiones, primero de anexionarse el Líbano y luego de convertirlo en un mero satélite del régimen de la familia Asad, fueron siempre combatidas por Gebran con la entereza de los verdaderos patriotas.

Con estos antecedentes será fácil comprender hasta qué punto su memoria estuvo en mi corazón cuando 48 horas después me tocó presentar la reedición de mis dos libros sobre la década de los 90 con el título común de El Triunfo de la Información. Puesto que la dimensión política del acto, con esa inesperada decisión de José María Aznar de salirse del guión de su voto de abstinencia y formular un diagnóstico tan severo como solvente sobre la situación actual, ya ha sido detalladamente glosada por éste y otros medios de comunicación, merece la pena detenerse un momento en el significado histórico que ya ha adquirido aquella victoria del periodismo de investigación sobre la empecinada pretensión de encubrimiento gubernamental.

De hecho, si hemos decidido ofrecer conjuntamente Amarga Victoria -el relato de cómo descubrimos los crímenes de Estado y la corrupción- y El Desquite -el relato de cómo la sociedad española actuó en consecuencia y de cómo la Justicia convirtió esas revelaciones en hechos probados- ha sido con el propósito de impedir que esa lección se la lleve el viento y que su olvido vuelva a dejar espacio para que falsedades mil veces repetidas, como que existió una «conspiración» periodística para «desestabilizar» las instituciones o que hubo una oposición dispuesta «a lo que fuera» con tal de llegar al poder, recuperen su condición de tópicos divulgados por un coro de labios necios.

No voy a esmerarme aquí en catalogar de nuevo los motivos de genuino escándalo durante aquel antesdeayer en el que había funcionarios que relataban como si tal cosa que tuvieron 10 días secuestrada a una persona bajo la supervisión directa del ministro responsable de velar por su seguridad, en el que aparecían cadáveres de ciudadanos cruelmente torturados en dependencias públicas, en el que se falsificaban documentos laosianos para capturar a un fugitivo del que se decía que corría riesgo de ser asesinado por orden de un vicepresidente y en el que la televisión pública conectaba con Alcalá Meco para que un ex alto cargo encarcelado lanzara un speech a la nación contra el juez instructor de la causa.Sólo merece la pena advertir al actual Gobierno que si el PP de Aznar hubiera reflotado en su día todos esos submarinos, o incluso que si el PP de Rajoy lo hiciera ahora, el vertido que dejaría su estela en el mar no sería de fuel sino de otro fluido aún más querido y necesario para la vida humana.

Lo que sí viene a cuento subrayar es que nunca terminaremos de ser lo suficientemente conscientes de hasta qué punto debemos de considerarnos afortunados por vivir en un tiempo y en un país en los que hasta situaciones tan inauditas y límites como aquellas han tenido su adecuada respuesta a través de las reglas del juego democrático. En un tiempo y en un país en los que, con la lacerante excepción del País Vasco, ha sido y sigue siendo posible ejercer la función social propia de la prensa independiente con un coste todo lo desagradable, a veces, que se quiera, pero decisivamente distinto del que ha tenido que pagar Gebran Tueni.

Esa experiencia es la que, en definitiva, me induce a mirar con optimismo el porvenir de España. Tenemos problemas muy graves que llevan camino de volverse gravísimos, pero siempre habrá, de entrada, una decisiva distancia moral entre tener que criticar los errores de un gobierno en el ejercicio legal de sus competencias, por garrafales que estos sean, y tener que denunciar su implicación por acción y omisión en la perpetración, ejecución y encubrimiento de horrorosos delitos.

Además, en el caso de que la actual deriva hacia el desastre de la desintegración del consenso constitucional se consume -yo aún tengo alguna remota esperanza en que Zapatero sufra un ataque de lucidez post navideña-, honradamente pienso que la sociedad española está mejor pertrechada que hace 10 años para imponer a sus gobernantes un proceso de rectificación, mediante la presión de la calle primero y de las urnas después. Entre otras cosas porque, como explicó Aznar refiriéndose al ámbito de lo político, y yo me apresuro a corroborar hablando de la prensa, los ciudadanos ya saben cómo resolvieron una vez sus problemas. Ya saben que el PP gobernó de manera honrada, sensata y eficaz -aunque en su segunda legislatura cometiera también graves equivocaciones- y que una parte de la prensa les proporcionó los elementos de juicio necesarios -adverados luego por los tribunales- para que estuvieran en condiciones de decidir con pleno conocimiento de causa.

¿Si pudimos una vez, por qué no vamos a poder de nuevo, por qué no vamos a poder siempre? Este acto de fe en las instituciones democráticas, en el Estado de derecho y en el sentido común de los españoles se sustenta en la práctica sobre la misma hoja de ruta que nos permitió salir del atolladero hace 10 años. A los políticos les corresponde diseñar la fórmula concreta que permita vertebrar a esa gran mayoría social, necesariamente transideológica, que está harta ya de tantos regalos y concesiones a los nacionalismos fanáticos e insolidarios. A los periodistas nos toca aportar los elementos de información y análisis para que el debate deje de ser la proyección de sombras chinescas -con pantalla de plasma y sonido sensorround, eso sí- en el cinematógrafo del mito de la caverna.

Los directivos de EL MUNDO somos plenamente conscientes de que, aunque con ello no se agota ni mucho menos el temario, lo que se espera de nosotros incluye mantener abierta la investigación sobre el 11-M e intentar por todos los medios esclarecer esos «agujeros negros» que tanto parecen incomodar a Zapatero. Ahórrense los mensajes de ansiedad: no existe fuerza humana que pueda impedirnos publicar nada que sea a la vez importante y verdadero. Máxime cuando en los enigmas que rodean a tan tremenda masacre pueden estar, efectivamente, las claves que permitan entender muchas de las cosas que han ocurrido, ocurren y están a punto de ocurrir en España.

No daremos un paso en falso, pero tampoco daremos un paso atrás.Los dos tomos de El Triunfo de la Información atestiguan que tardamos 12 años en lograr que aflorara la verdad sobre los GAL y otros cuatro más en conseguir que los tribunales nos dieran la razón. Espero que esta vez no tenga que transcurrir tanto tiempo, aunque nos quede fuelle para ese envite y para más.

El aldabonazo con el que dos asociaciones de víctimas han golpeado esta semana a la conciencia de la sociedad no puede dejarnos insensibles. Su «queremos saber» merece un esfuerzo adicional para ayudarles a encontrar respuestas. EL MUNDO va a tratar de hacerlo. Entre otras razones porque, como nos dijo Gebran Tueni en Madrid con motivo del décimo aniversario del periódico, cuando estás en esto «puedes morir, pero no dejarlo». Y eso es lo que explica que ahora mismo ya haya alguien en Beirut ocupando su despacho, continuando su labor, imitando su ejemplo, honrando su memoria.