Tropezando con la misma piedra

El Ebro en Zaragoza pasa estos días con un caudal espléndido; entre el puente de Piedra y el del Pilar, peatones y ciclistas parecen gozar de la proximidad del río paseando entre algunos árboles que recuerdan lejanamente un soto. Parecería que el río finalmente se ha integrado en la ciudad.

Sin embargo, leo en la prensa que esto no es así. El ayuntamiento va a gastarse más de 40.000 euros en dragar el río para que puedan subir y bajar barcas de la ciudad al antiguo recinto de la Expo. Que el canal de aguas bravas de la Expo no se sabe si este año va a abrir por problemas económicos. Que el concesionario de las playas no quiere pagar el canon por ser demasiado caro. Y aguas abajo del punto en que me encuentro, el azud construido para la Expo sigue interrumpiendo el curso del río. La realidad muestra que, en los aspectos relacionados con el río que pasa por Zaragoza, la Expo del 2008 ha generado más problemas que soluciones. Los paseos de ribera son más un maquillaje ecológico que un verdadero plan de recuperación del río.

Por otra parte, el recinto de la Expo es ahora, casi tres años más tarde, una sombra de lo que se pretendía. Los ecos de la Expo del Agua se han perdido; su legado para el futuro, la Carta de Zaragoza, suena como un documento de buenas intenciones cuyo fin primordial (aunar conservación con desarrollo) parece haber sido olvidado. Así lo demuestran las propuestas de futuro de la política del agua de Aragón, que van en sentido contrario de lo que en aquel documento se propone.

Un ejemplo nítido de esta contradicción es el empecinamiento que se muestra en querer aprobar el estudio de impacto ambiental del embalse de Biscarrués, en el río Gállego, para interrumpir otra vez el curso de este río. Parece que considerar los ríos como ecosistemas o como un patrimonio vivo (como se dice en la Carta de Zaragoza) no incluye al Gállego, pues de nuevo se pretende interrumpir el curso de este río con otro embalse. Se va a destruir uno de los pocos cursos de agua pirenaicos vivos, un río que aún meandrea, donde se puede ver cómo la fuerza de las aguas modifica el curso, un río que mantiene, en la zona del embalse, un buen estado ecológico y que es fuente de riqueza para la gente de la comarca. Sin duda, un caso en el que están convergiendo la conservación de la naturaleza y el desarrollo sostenible.

¿Por qué este empecinamiento en destruir el río? Si es para garantizar los riegos del Alto Aragón no tiene sentido, pues se ha demostrado que pueden obtenerse sin necesidad de un embalse que cuenta con un estudio de impacto ambiental negativo (Cedex). Hay alternativas mucho menos caras e impactantes para permitir el desarrollo agrícola de la región que destruir la fuente de vida y negocio que es el Gállego medio en estos momentos para los que no riegan.

Solo se puede entender esta verdadera burrada hidrológica por la inercia de una política que sigue anclada en el siglo XIX. Justamente estos días en Zaragoza hay una exposición sobre Joaquín Costa, prócer aragonés del siglo XIX que predicaba (en una España muy diferente) la regeneración de la política española y, entre otras cosas, abogaba por una política de desarrollo de regadíos. Todavía se usa su nombre para reivindicar nuevos regadíos. Seguramente, Costa, si viviera, tendría una visión bastante diferente del tema. Hoy sabemos que muchos de estos regadíos son ineficientes, que envían grandes cantidades de sales río abajo, que muchos de estos campos no tienen mucho futuro porque la sal los va invadiendo y en ellos se acaba sembrando solo alfalfa. Sin duda, hay que repensar el regadío en Aragón y es la hora de cambiar el modelo actual, basado en el crecimiento de la oferta y la destrucción de los pocos ríos que nos quedan.

El Gállego todavía podría ser un ejemplo de futuro si en lugar del embalse se quitaran o disminuyeran de cota algunos de los embalses actuales. La construcción de algunos embalses laterales, que se llenarían con las crecidas extraordinarias, podría permitir no solo la garantía para el riego, sino reservar los aproximadamente 60 hectómetros cúbicos por año que se necesitan para generar las avenidas de primavera que permitan el mantenimiento de las características hidromorfológicas y el buen estado ecológico del lugar de importancia comunitaria (LIC) de la parte baja. Los muchos azudes presentes ahora deberían ser provistos de escaleras de peces para eliminar el efecto barrera. Esto es lo que hacen los países que ya están en el siglo XXI (casi mil presas eliminadas en Estados Unidos en los últimos años). Si se construye el embalse de Biscarrués iremos en la dirección contraria e hipotecaremos el futuro de la región. Construir este embalse es andar un camino totalmente contrario al que se propuso en la Expo y demostrar que esta solo fue un escaparate mediático y que la apuesta por la sostenibilidad era solo una excusa para seguir manteniendo las mismas políticas que antes. Parece que vamos a tropezar de nuevo con la piedra hidráulica y destruiremos un nuevo río. ¿O vamos al fin a ser capaces de ver la piedra y no caer de bruces?

Por Narcís Prat, catedrático de Ecología U. B. Miembro de la FNCA.

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