Trujillo, Stroessner, Pinochet, Franco... y Castro

Fidel Castro fue el último gran dictador de la segunda mitad del siglo XX. Su figura, dejando atrás a Iosiv Stalin, muerto en 1953, es comparable a la de otros que llenaron de sangre su tiranía liberticida. Caudillos visionarios que tenían detrás todo el aparato del Estado, especialmente las Fuerzas del Orden y los Tribunales, que llevaron a cabo una liquidación social y física del adversario convertido en enemigo.

No importa qué discurso político hubiera detrás, todos se envolvían en un falso patriotismo que pasaba por reconstruir su comunidad sobre cadáveres, la anulación de los derechos humanos, y el fin de la libertad. Muchos murieron en la cama, de viejos, sin ser jamás juzgados por sus crímenes, como Fidel Castro.

Castro siguió la senda de Rafael Leónidas Trujillo, dictador de la República de Santo Domingo entre 1930 y 1961. Vargas Llosa lo retrata bien en su novela La Fiesta del Chivo (2000): carente de escrúpulos y de empatía, cruel, observador, analista, genocida con el pueblo haitiano, y hambriento de un poder omnímodo, pero adorado por los privilegiados de su régimen y por los que se tragaron la propaganda.

El culto a la personalidad, tan típico de las dictaduras, incluida la de Hugo Chávez en Venezuela, favoreció su ejercicio tiránico del poder. Se hacía llamar "Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva". Acumuló una gran fortuna personal, él y su familia, como los Castro. Trujillo no murió en la cama, al igual que Franco y el propio Fidel. La noche del 30 de mayo de 1961 ametrallaron el coche en el que viajaba y murió. Por cierto, el dictador Trujillo está enterrado en El Pardo (Madrid).

El Chile de principios de la década de 1970 era un país muy convulso. El gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende, que quiso instaurar el socialismo, no consiguió calmar a la extrema izquierda, que pronto renegó de él. En ese ambiente, el general Augusto Pinochet dio un golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973. El motivo oficial era “detener el comunismo” y “salvar a la patria”. Era el jefe de la Junta Militar de Gobierno, se nombró presidente de la República, e inició una cruenta represión, tan salvaje que incluso las Naciones Unidas –una organización llena de dictaduras- la condenó en 1977.

Al toque de queda, que duró catorce años, se unió la creación de la DINA, luego llamada CNI, un cuerpo dedicado a la detención, tortura, violación, y asesinato de los opositores. Las redadas masivas y las ejecuciones sumarias estuvieron a la orden del día. El exilio, como en la Cuba de Castro, fue masivo. Dos plebiscitos marcaron la vida política chilena: uno lo ratificó en 1974, y otro lo echó, en 1988. La diferencia con Pinochet es que éste se fue, y dejó una democracia. Sin embargo, y a pesar del interés internacional, nunca pagó por sus crímenes. Murió en 2006, en Santiago de Chile, antes de que se enfrentara a procesos judiciales que le incriminaban. Castro no estará frente a ningún tribunal.

El comunismo chino merece una atención especial. Mao Zedong masacró a esa parte del país que no quería su paraíso, y a sus colegas de partido que podían hacerle sombra. Tras una terrible guerra civil, el PCCh impuso su tiranía. Mao, improvisado economista, estableció el “Gran Salto Adelante”: comunas de hasta 200.000 personas, autosuficientes, en las que no existía la propiedad ni la vida privadas. Murieron millones de personas de hambre. Ante el temor de que eso fuera utilizado por otros miembros del PCCh para echarle del poder Mao puso en marcha la “Revolución Cultural” en 1966.

Unos once millones de estudiantes encuadrados en los “Guardias Rojos” asesinaron durante más de un año a los no-maoístas: comunistas tibios o seguidores de otro líder, intelectuales, poetas, profesores, y músicos. Las ejecuciones masivas contaron incluso con episodios de canibalismo. Cuando a Mao le pareció suficiente, el Ejército liquidó a los Guardias Rojos. El dictador murió en 1976 entre muestras generales, ficticias y reales, de condolencia. La Nueva Izquierda europea de los 60 y 70 siempre tuvo a Mao Zedong en su corazón.

¿Qué decir de la dictadura de Franco? El periodo fascista de su régimen, nacido en plena Guerra Civil, daba armazón ideológico y aliados internacionales, al tiempo que inició una represión que se prolongó hasta su muerte en 1975. El fascismo franquista terminó 1944, cuando la victoria aliada era casi cierta. Franco definió entonces a su dictadura como un “régimen español”, y empezó el “nacionalcatolicismo”. La caída de los falangistas en la década de 1950 por el fracaso de su modelo económico y político abrió el paso a los tecnócratas, que permitieron el desarrollo del país, pero no la libertad política. La concentración del poder, y la estructura del Estado a su servicio, pergeñaron una dictadura autoritaria, de culto al “Caudillo”, dura y patriotera. El dictador dejó todo “atado y bien atado”, y murió en la cama, como Fidel Castro.

Los comunismos europeos dejaron muchos dictadores sanguinarios. En Polonia, el general Jaruzelski, impuesto en 1981, que asesinó a centenares de opositores, encarceló a casi diez mil personas, y hubo otros tantos desaparecidos y exiliados. La labor del sindicato Solidaridad y la movilización que consiguió el papa Juan Pablo II a favor de la democracia provocaron la caída de la dictadura. Jaruzleski fue condenado a ocho años de prisión por criminal, que no cumplió por edad. En Rumania, el dictador Ceaucescu, tras una revolución popular a causa de la represión, la corrupción de la élite comunista, y la pobreza, fue ejecutado en 1989.

Otros dictadores muy parecidos a Fidel Castro fueron Alfredo Stroessner, un golpista que dirigió Paraguay con mano de hierro entre 1954 y 1989 gracias a la “trilogía”: Gobierno, Partido, y Ejército. Al igual que todos los dictadores, su mandato estuvo jalonado a partes iguales por la represión, el discurso patriotero, la corrupción y el enriquecimiento ilícito. Stroessner no murió en la cama: lo echaron con un golpe de Estado. El general Videla tiranizó Argentina entre 1976 y 1981, dejando 30.000 desaparecidos. Nunca se arrepintió, pero Videla falleció en la cárcel a los 87 años de edad, condenado a cadena perpetua.

Los tribunales no han podido juzgar a Fidel Castro, pero la Historia, a pesar de lo que él dijo de forma petulante, no lo absolverá.

Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense.

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